Quizá sea el peso de la historia. O posiblemente la recurrencia en el inconsciente colectivo. A lo mejor cuando escuchamos el tintineo del monosílabo PRI, reaccionamos como perros pavlovianos porque ese sonido durante muchos años nos empujó a creer en el peso de la autoridad, el sendero de la política, la amplia avenida de las oportunidades, porque el PRI era omnipresente, porque su identidad eran los colores de la patria y de la bandera nacional, pero el caso es absolutamente distinto en estos días y sin embargo seguimos hablando y hasta escribiendo de su indigno presente con una atención desproporcionada a su verdadera importancia.
¿A quién le debería importar en un país de 120 o más millones de habitantes un partido en pellejos incapaz de ganar un sólo distrito, de perder todos los gobiernos estatales en su poder hace apenas un lustro o dos en algunos casos?
No se necesita ser un anciano para recordar el cercano pasado cuando decir EL partido era decir el Revolucionario Institucional. Y sin embargo, aun o especialmente en los tiempos de su pleno poder, todo mundo, “sotto voce”, despotricaba contra el partidazo y no bajaba a sus militantes de rateros y cosas peores y sin embargo hoy muchos lo analizan en su diminuto presente, como si pudiera una vez más resucitar como si pudiera haber salvado a la nación, cuando hace apenas seis años nos burlábamos del último presidente egresado de sus filas.
Y aún más, cuando queremos denostar a la IV-T decimos (o dicen los mal informados), es la reencarnación del viejo PRI, lo cual es absolutamente inexacto.
El mayor momento de similitud entre el PRI y Morena fue cuando Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre encabezó el Comité Ejecutivo Estatal en el DF. Ese sí parecía uno de ellos. En otro tiempo no había semejanzas.
Pero más allá de parecidos, semejanzas o herencias imposibles, el PRI nos sigue pareciendo, indebidamente, noticia de primera plana. Y ya no es para tanto.
–¿Significa algo para los tiempos corrientes un partido tan mermado, disminuido, mal representado, hundido en el canibalismo cuyo dirigente mayor se ufana de un mote de diminutivo infantil? Pues no lo creo.
Hubo un tiempo en el cual la perfecta organización electoral, sectorial, corporativa, burocrática y todo lo demás del partido, con sus patas firmemente asentadas en el sindicalismo, las comunidades agrarias, los grupos de la clase media, los gremios, los artesanos, los taxistas los profesionistas, todos cabían en el reparto de los beneficios del poder concentrado.
Pero hoy ya nada de eso le pertenece.
Los militares mucho tiempo atrás perdieron su sector en la organización interna. Hoy Morena los ha convertido en un ejército de “Juanes” y capitalistas con estrellas en la gorra.
La CTM invita a sus asambleas al presidente de la República sin darse cuenta del partido de cada uno. Quizá porque ya no se reconoce como un sector más del PRI. Los campesinos de la CNC desaparecieron cuando Salinas sepultó los restos de la política ejidal de Cárdenas. Se volvieron terratenientes o especuladores en el mercado de la tierra.
A veces cierran carreteras.
Y el llamado “sector popular” ha dejado de existir. Se diluyó. Las universidades escaparon de su control y cayeron en manos de guerrilleros o narcotraficantes; caciques y profesores sin alfabeto.
En esas condiciones ¿de veras le importa el PRI a alguien?
Sí. Les importa a los beneficiarios de la pérdida del partido mismo cuyo único valor proviene de las prerrogativas del Estado a través del Instituto Nacional Electoral. Es una franquicia devaluada para la política, pero jugosa para quienes la detentan así sea con una cercana fecha de caducidad sobre la chamarra roja.
Maurice Duverger analizaba al PRI en sus magnos ensayos fundamentales para el estudio de las organizaciones políticas sobresalientes en el mundo. Un caso único.
Hoy necesitaría un microscopio o una caja de Petri con el cultivo bacteriano de sus traiciones y su pus.