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De pronto, con motivo de la fiesta naval de fin de año el Presidente de la República desempolva el cofre de los discursos y extrae las metáforas náuticas cuyo uso bien adorna a cualquier pieza oratoria.

Y él, proclive a las frases, prolijo y cómodo cuando recurre al verbo emocionado como forma de gobierno, nos obsequia a los mexicanos con un compendio de términos de marinería; habla del derrotero, del rumbo; el timón, la escora; lo proceloso de las aguas y obviamente “del vendaval de los vientos”.

Pero algo ha llamado la atención en esta pieza de Don Felipe cuya síntesis nos recuerda otro aforismo similar de consagrada inmortalidad. Recordemos a José López Portillo, quien en sus mejores momentos no era sino un criollo ilustrado, y en su último informe dijo en referencia a su incapacidad: soy responsable del timón, pero no de la tormenta.

Era una forma un poco retorcida de adaptar la frase de Felipe II, quien al mirar la derrota absoluta de la “Armada invencible”, cuya imbatible condición nada más existía en su cabeza, dijo con resonancias de resignación heroica:

«Yo envié a mis naves a luchar contra los hombres, no contra las tempestades. Doy gracias a Dios de que me haya dejado recursos para soportar tal pérdida: y no creo importe mucho que nos hayan cortado las ramas con tal de que quede el árbol de donde han salido y puedan salir otras». Puro cuento, con esa derrota comenzó el declive de la “Hispania fecunda”.

En el caso actual nuestro bienamado Presidente ha parafraseado al Jolopo y al otro Felipe, pero de manera todavía más gallarda: hemos sido responsables del timón con tormenta o sin ella. ¡Lindo!

Pero la convocatoria entusiasta del Presidente no puede ser pasada por alto. Por eso esta columna se permite reproducir las partes sustantivas de tan enjundioso mensaje, cuyo registro debe quedar a buen resguardo para enseñanza y orgullo de las generaciones venideras.

“… hoy podemos decir que a pesar de la gravedad de la tormenta y de los múltiples factores que incidieron en ella: económicos, sociales; de salud, que harían de cada uno de esos factores una tormenta grave, en sí misma; hoy puedo decirles, con orgullo y con satisfacción, que México está saliendo adelante; que se están despejando los nubarrones en el horizonte; que hemos recobrado, desde luego, precisamente, nuestra fuerza y que nunca, nunca perdimos el derrotero.

“Que a pesar de la tormenta, México está saliendo adelante, porque los mexicanos hemos sabido surcar estos mares procelosos y resistir las tormentas para navegar en una ruta correcta que, ténganlo por cierto, amigas y amigos, llevará a la Patria a puerto seguro.

“Sin temor a la magnitud de las tempestades, hemos tenido firmeza en el timón. Hemos tomado las medidas necesarias para superar las adversidades en todos los frentes; no nos ha descontrolado ni la escora, ni tampoco nos hemos arredrado ante el vendaval de los vientos”.

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En el año 2000 Vicente Fox llegó a la Presidencia de la República, como todos sabemos y recordamos con gratitud y orgullo. A los pocos días del inicio de su mandato, el volcán Popocatépetl registró actividad mayor a la normal y sus eternas fumarolas se tiñeron con vapores, cenizas y rojos pedruscos incandescentes arrojados a varios kilómetros de su cráter.

Ansiosos por conocer el sabor del poder, los novatos de la gobernación (muy notablemente el indescriptible Santiago Creel) decidieron movilizar a los pobladores de la zona cercana y en franco atropello a sus tradiciones de convivencia mágica con el volcán, los arrastraron a Chalco y otros lugares donde sufrieron inútiles incomodidades y se enteraron impotentes de cómo los habían saqueado durante su ausencia.

Los burócratas del neo panismo pensaron inmortalizarse previniendo la destrucción de toda la zona Chalco-Amaquemecan, como si en el año 79 hubieran podido evitar las desgracias de Pompeya y Herculano y desde entonces cerraron los accesos a la montaña.

El volcán no era entonces —como tampoco lo es ahora— una amenaza y sí se logró impedir la convivencia de los pobladores de la zona con costumbres relacionadas con la hierofanía de la montaña; es decir, un lugar donde lo sagrado se manifiesta y donde se puede tener un intercambio benéfico mediante la ceremonia o el rito (Glockner).

Obviamente esa profundidad de pensamiento no es comprensible para quienes clausuraron el parque nacional (en atropello del artículo 11 constitucional) y limitaron la posibilidad de esas ceremonias y el alpinismo y el campismo en las montañas sagradas de México con el inválido pretexto de la seguridad.

Con esa misma invocación hicieron caminos conocidos como “Rutas de escape” (nadie se ha escapado de nada) y después de tirar un dineral, a la basura (o a sus bolsillo, lo cual es lo mismo) dejaron una red de brechas intransitables por cuyo mantenimiento nadie se hace responsable. ¿La seguridad de quién, si ahí nunca ha pasado nada? De una vez podrían clausurar el mar, no se vaya a ahogar alguien.

A fines del siglo XVI, Diego Durán, por entonces vicario del vecino pueblo de Huayapan escribió (Historia de las Indias de la Nueva España e Islas de la Tierra Firme):

“…las más de las veces que hay en él nubes asentadas que son las que congela el volcán, dispara grandes truenos y relámpagos, y tan sonoros y retumbantes que es espanto oír su tronido y su voz ronca”.

Esa misma voz ronca de Don Gregorio “Chino” Popocatépetl en su interminable coloquio con la hermosa Rosita Iztaccíhuatl.

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Pero todas esas zarandajas de la vulcanología ociosa y la “Protección Civil” tienen otros muchos rostros, especialmente en este último aspecto.

En la ciudad de México, donde estos profesionales de la simulación se gastaron en el ejercicio fiscal de este año cien millones 228 mil 805 pesos con 10 centavos (nótese el detalle de los diez céntimos) el secretario de Protección Civil, José Elías Moreno Brizuela, ha encontrado una forma astuta de sacarle dinero a los ciudadanos: cobrar por los “servicios” de su imaginaria actividad protectora, cuyos adalides nada más se presentan cuando ya han ocurrido inundaciones, deslaves, derrumbes o calamidades similares, pero nunca hacen nada para prevenir ni mucho menos evitar los sucesos.

La magna obra de esta burocracia ha sido siempre invocada: el “Atlas de riesgos”, el cual no vale para maldita cosa, pues de nada sirve conocer los lugares peligrosos (potencialmente todos) si no se hace nada para modificar esos entornos. Sin embargo el cardiólogo protector necesita 28 millones de pesos para hacer el famoso compendio cuyo nombre Atlas, implica totalidad, abundancia, exhaustividad, precisión y todo eso de lo cual carecen.

Don Antonio García Cubas hizo una de toda la República Mexicana, en 1858 y no le costó tanto, no jodan.

Invadidos los cauces de ríos y arroyos, ocupadas las barrancas y cañadas; edificadas colonias enteras sobre zonas minadas, sin respeto a la especificación técnica de las construcciones y sus servicios de emergencia; en fin, hechas las cosas y toleradas así nada más como al aventón, no se le sabe utilidad alguna a los señores cuyo rostro grave forma parte del paisaje de las desgracias, pero nunca del panorama de las previsiones.

Y si eso no fuera suficiente Moreno Brizuela va a la Asamblea Legislativa a pedir permiso para la exacción.

“Al comparecer ante el pleno de la Asamblea Legislativa (Crónica), el titular de la dependencia, Elías Moreno Brizuela, indicó que con esta propuesta algunos servicios como el Plan de Protección Civil y la realización de estudios, que actualmente son gratuitos,

tendrían un costo de cinco mil pesos.

“Agregó que por esta vía, la dependencia a su cargo podría obtener ingresos del orden de mil millones de pesos, recursos que deberán estar etiquetados, dijo, para atender las necesidades de la población en materia de protección civil y mitigar (conste, no evitar) los riesgos.

“Vengo a proponerles que nos apoyen para que la Secretaría sea auto generadora de recursos a partir de la posibilidad de prestar distintos servicios que hoy ofrecemos gratuitamente y que, en otras entidades y otros países, representan ingresos para las instituciones encargadas de la protección civil”.

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Se aprestan los merolicos deportivos a justificar desde ahora, antes de ver rodar el balón, el inminente fracaso mexicano en el Mundial: nos tocó un grupo durísimo. Francia ya fue campeón (frente a un Brasil dormido, les faltó decir) y Uruguay (2 veces) se alzó con la Jules Rimet (hace casi medio siglo).

Y en cuanto a Sudáfrica, pues siguen jugando con cocos. Los primeros calificaron tras ridículos repechajes o por medio de trampas vulgares como el caso de Henry y la “mano negra”. México es de lo peorcito en un grupo de malitos.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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