El centro de convenciones de Lomas de Sotelo, con sus columnas oblicuas, sus interminables alfombras y sus enormes ventanales, permite una plácida contemplación de los jardines y fuentes del óvalo de las Américas, ese “turf” tan cercano al fin de la etapa militar de los caudillos mexicanos.

Por la modernización de la clase política nacional surgió el Partido Revolucionario Institucional; es decir, la Revolución se bajó del caballo criollo y se fue al hipódromo de los pura sangre para darle paso a los presientes civiles.

Y ayer, ante la apoteosis de un Ejecutivo (en el mejor sentido) cuyos fulgurantes resultados iniciales –reformas, pactos, encarcelamientos anhelados–, el Partido volvió con él a merecerse el artículo determinado singular masculino. Hoy sabemos de nuevo cuál.

Ya no hay más. Como la madre, partido sólo hay uno; sabemos y no hay otro cuando se habla y se dice, EL PARTIDO y se aclama y se reverencia como antes (como siempre fue) al Señorpresidentedelarepública.

Por esos ventanales se escapaban en el mediodía de ayer, en la Asamblea del PRI, la de la actualización (¿o era mitin?), los atronadores aplausos y se miraba el lento caminar del Presidente Enrique Peña envuelto en la ola roja de todos los entusiasmos, en el invisible halo de todas las aceptaciones y todas las plegarias cumplidas y todos los esfuerzos compensados; de todos los brazos extendidos, de todas las manos y todos los dedos ansiosos y las miradas en pos de un fugaz reojo, en el lento pasillo hacia el atril.

–Volvimos, regresamos, estamos aquí sin tapujos, sin rubores, el Presidente se ha confirmado nuestro y se ha mostrado como uno de los nuestros, vayan al carajo la candidez y los candados, manden allá muy lejos las trabazones dogmáticas de otro siglo; vamos todos de frente al porvenir; no nos asunta el futuro, el provenir es nuestro y lo hemos amansado desde ahora con el firme lazo de nuestra mano fuerte… Esto no pensé volverlo a ver, decía emocionado Jorge de la Vega.

–“Ojos irritados por los desvelos, pies adoloridos, gargantas resecas, largas jornadas de trabajo”, evocaba con honor de soldado satisfecho el presidente del PRI, César Camacho.

“Esas penurias de la campaña –seguía– se compensaron con el inigualable sabor de la victoria.

“Triunfamos sin triunfalismo; ganamos sin derrotar a nadie; recuperamos la presidencia sin arrebatos de fuerza. Hace ocho meses ganó un partido y ganó un proyecto de Nación. Merecidamente, ganó Enrique Peña Nieto y ganó México.

“Sin actitud festiva, esa misma noche los priistas cobramos conciencia de la necesidad de iniciar, cuanto antes, un proceso que condujera a tomar medidas radicales para no rezagarnos; es más, para anticiparnos. Con esa actitud llevamos a cabo esta Asamblea. El Partido ya está listo para protagonizar, con audacia, los siguientes capítulos de la vida nacional”.

Y hubo más discursos en el Centro Banamex, pero antes de revisarlos y consignarlos en este espacio, veamos los jugos de la biblioteca. Comparemos esto (escrito en 1954) con las imágenes de ayer. Leamos todos a Jorge Hernández Campos pues la poesía es eterna y efímeras las letras del periódicos y los tonos de la radio y fugaces las imágenes de la televisión.

“…México esta ciego sordo y tiene hambre/la gente es ignorante pobre y estúpida/ necesita obispos diputados toreros/ y cantantes que le digan: /canta vita reza grita,/necesita un hombre fuerte/un presidente enérgico /que le lleva la rienda/le ponga el maíz en la boca/ la letra en el ojo/ Yo soy ese/ solitario/odiado/temido/pero amado/Yo hago brotar las cosechas/caer la lluvia/callar al trueno/sano a los enfermos/ y engendro toros bravos/ Yo soy el Excelentísimo Señor Presidente de la República…”

Por eso atruenan los aplausos de 10 mil o 15 mil o quien sabe cuántos miles y miles de entusiastas militantes y demás y las palmas parecen aleteo de palomas enfurecidas cuando el Presidente Peña suelta la garganta y dice con firmeza y seguridad plenas:

“…Ejerzo con responsabilidad el mandato que los ciudadanos me han conferido para servir al país. Al hacerlo, también asumo un compromiso con la militancia de mi partido, con ese compromiso trabajaré todos los días por el bien de la Nación. Entiendo que la mejor forma de apoyar y promover al partido en el que orgullosamente milito, el Partido Revolucionario Institucional, es ejerciendo una presidencia democrática, apegada a derecho y que dé resultados concretos a los mexicanos.

“Mi responsabilidad es lograr que México despliegue todo su potencial. No hay intereses intocables. El único interés que protegeré es el interés nacional. Tomaré las decisiones que exige la transformación del país. El éxito del PRI depende del éxito de México”.

No hay más. Se acabaron los escondites y los falsos pudores. Quienes descubrieron el hilo negro y publicaron en días recientes, como si fuera una noticia, el papel protagónico y militante de Peña Nieto en su partido, de seguro acaban de llegar de Saturno o de la Luna.

No se habían enterado cómo el actual presidente construyó una escalera a la presidencia precisamente con la operación del Partido, cómo preparó cuadros, asumió el liderazgo sin pedirle permiso a nadie; auxilió con equipos, movilizo y organizó a tantos cuyo cargo de gobernador se lo deben a él; no saben (o se hacen como si no supieran) cómo logró –desdela oposición y con el odio del PAN enfrente–, hacerse del control de las cámaras, cómo derrotó a los azules y a los amarillos en el estado de México.

Y apenas hablan del fin de la sana distancia. Parecen nuevos.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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