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Uno de los libros más hilarantes de la lengua inglesa reciente (1985) es Antrobus, de Lawrence Durrell. Se trata de una colección de relatos cortos llevados al campo de la ironía y la parodia sobre el mundo diplomático, para cuya conclusión completa haría falta el reciente “Carnaval (del Grupo) de Río”, cuyo ridículo cósmico (y cómico) generó una ola internacional de carcajadas.

En ese libro de Durrel hay un cuento sobre un imaginativo funcionario inglés del servicio exterior (Antrobus), quien idea una forma perfecta de estimular la convivencia entre los embajadores del cuerpo diplomático: invitarlos a sus jardines para celebrar una exposición canina.

Tomando en cuenta el amor de los seres civilizados por los animales, Antrobus supuso una población de dogos suficiente para exponer la diversidad de cánidos de acuerdo con los países de origen de los representantes de naciones de todo el mundo.

Se adornaron los jardines y se invitó a la prensa a ese magno acontecimiento de convivencia. Los perros fueron bañados y llegaron a la fiesta con las uñas cortadas y algunos hasta con lavanda en los ijares; y cuando todo estaba en el clímax de la felicidad, un mastín se quiso desayunar a una fox terrier y se armó la batahola.

Los canes se comenzaron a pelear y en sus carreras erráticas, en el remolino de patas y orejas al vuelo, en medio de la exhibición de molares y colmillos, derribaron mesas y canapés; jarras de agua y botellas de vino; fruteros con dátiles del desierto y panecitos con caviar. Total, un desmadre.

Y hoy la cancillería mexicana repite la historia de Antrobus (cuya edición más reciente le pienso regalar a la señora Patricia Espinosa, nuestra secretaria de Relaciones Exteriores) y organiza una junta latinoamericana (lo cual ya suena a marimbas y charangos) en el nombre de la “Unidad”, mientras Hugo Chávez, el rijoso presidente de Venezuela, está a punto de liarse a trompadas con el más rijoso (y enclenque además) presidente de Colombia, Álvaro Uribe.

No se sabe si el origen de sus disputas es por quién se reelige en más ocasiones; pero los dos señores se dicen lindezas, amenazas y majaderías mientras, como el personaje favorito del sexenio, echan mano a sus fierros como queriendo pelear.

Total, ni se pelean ni nada de nada; pero le ofrecen al mundo la verdadera imagen de este subcontinente: el folclore por encima de todo.

—“¡Sea varón!”, le dice el señor Uribe a Chávez, quien lo acusa de haberle organizado quién sabe cuántos atentados con lo cual lo señala primero como fallido homicida y después como chambón incapaz de meterle un tiro al enemigo.

Y posiblemente Chávez se comporte en lo futuro como machito, como le exige Uribe, pero los desplantes del colombiano nada más generan habilidades de “referee” de Raúl Castro y Felipe Calderón, quienes como profesores de la secundaria se meten entre los peleoneros y los convocan a resolver sus diferencias mediante (¡cuando no iba a llegar la dichosa palabrita!) el diálogo y el entendimiento, sin darse cuenta de cómo la ausencia de esos dos elementos es causa formal del diferendo absoluto.

Pero la comicidad no acaba ahí. Lo más hilarante es el discurso por una América Latina unida, fuerte y orientada en un mismo sentido, sin la presencia de los canadienses (dueños de la minería mexicana, por ejemplo) ni los americanos (dueños de todo lo demás del Bravo a la Patagonia), mientras en los demás foros multilaterales o bilaterales, la plegaria por inversiones extranjeras es el leit motiv de los solicitantes; es decir, todos.

“Cuando nos dividimos —les ha dicho FCH en tono paternal a rijosos y espectadores—, cuando entramos en nuestras frecuentes confrontaciones, perdemos todos y nos rezagamos”.

Total, una charanga, una mojiganga, una carnestolenda con mariachis y arpas paraguayas; una samba, una rumba, un bolero quejumbroso o como dice Jorge Castañeda, una “latinoamericanada” de la cual no podían quedar ajenos los medios de cada país.

Escribió Álvaro Pombo en El tiempo de Bogotá:

“No se puede comparar a Chávez con Uribe, ni mucho menos mencionar los dos nombres el mismo día, aunque sean muchos quienes insisten en ello. Para empezar, el uno es un chafarote frentero y grosero y el otro es, por el contrario, más bien un capataz frentero y… también.

“No es lo mismo ser un chafarote presidente ex paracaidista que ser un capataz estadista ex chalán.

“No, definitivamente no es lo mismo cantar melódicos bambucos que maraquear rítmicos joropos y menos aun podemos asemejar un cónchale vale, aló presidente, a un paisa consejito comunal en huesitos y carnitas, pues.

“No es lo mismo un fanfarrón mulato diciéndole a su ministro de Defensa que se vaya con sus tanques a la frontera y ya mismo, que un caucásico jinete regañando en vivo y en directo a su ministro de Salud”.

Pero la frase para la historia, casi como aquella de arar en el mar, se le debe a Chávez, cuya explicación de todo es un poema de fin de cursos: “yo no soy la roca que golpea la ola”.

Pues sí, la cola no mueve al perro.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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