Ya no puedo presentarles excusas a Sara Moirón por utilizar como título de esta columna el de su ameno libro de hace algunos años, cuya presentación me invitó a compartir. No le plagio nada, más bien le imitó algo porque uno de los más notables vacíos de la autodenominada IV-T, es el relativo a frutos políticos.
Esta corriente cuyo mayor distintivo es la holgura intelectual y la reiteración de estribillos en lugar de ideas (Por el bien de todos, primeros los pobres; no puede haber gobierno rico con pueblo pobre) o adaptaciones del refranero ( no se pone vino nuevo en botellas viejas; etc), no ha exhibido, hasta ahora, a casi nadie con pensamiento propio dentro de una misma bandería.
Quizá porque no se trata de pensar sino de respaldar y acomodarse por el camino fácil. Sí, señor.
Un amigo de muchos años, cuyo nombre me reservo por discreción, me escribió:
“…En el centro, como estamos de un siniestro pandemónium, recuerdo aquel dístico atribuido al general Obregón, según el cual en la crisis el protagonista del aquelarre siempre escoge adeptos aunque sean ineptos.”
No caeré en el ya vacío lugar común de atribuirle condiciones de gerontocracia a este gobierno y su gabinete, porque hay muchos jóvenes, como por ejemplo la secretaria del Trabajo, quien como la jefa de Gobierno de la Ciudad de México y algunos compañeros suyos, poseen una excelente memoria; se saben los discursos del jefe mayor, de manera admirable, y con sus líneas generales, dicen y repiten –como los varones del gabinete; esto no es cosa de género–, todo el recetario completo cada y cuando lo consideran necesario.
Pero si las he puesto a ellas como ejemplos, es por razones de edad. Los mayores no tienen propuestas ni planteamientos propios (como Sánchez Cordero o Jiménez Spriú, por ejemplo) y los jóvenes repiten, alaban, aplauden, pero no generan puntos de vista originales en cuestiones profundas o en el análisis de aquello con lo cual están –obviamente–, de acuerdo.
Pero se puede ser fiel sin estar ciego.
Por eso frente a las pequeñas crisis del gabinete (las renuncias de Germán Martínez y Carlos Urzúa; entre otras), no atinan al análisis sino a la denostación de quienes se convierten en traidores cuando en lugar de quedarse a simular, deciden explicar y emigrar.
Es muy notable –y un golpe generacional– encontrar nada más en Porfirio Muñoz Ledo una voz (paradójicamente) fresca en los análisis de todo cuanto se calla al amparo de una híper afinidad con el líder.
Esta actitud de Muñoz Ledo, a un tiempo refresco y autocrítica, ha quedado muy en claro en relación con la burda maniobra del gobernador electo de Baja California, Jaime Bonilla, quien con un golpe de mano y quizá algunos tiros de cañón obregonista, ha despedazado la muralla constitucional de ese Estado y ha raspado la de la República.
Ha dicho Muñoz Ledo mientras todos meten la cabeza en el hueco del arenal:
“…en Baja California la desaparición de poderes es una “solución magnífica”, ante la reforma que amplía de dos a cinco años el mandato del gobernador electo, Jaime Bonilla…
“…Puntualizó que la reforma aprobada por los diputados locales de Baja California, que amplía el mandato al gobernador es “gravísima”, pues se trata de una ruptura con la federación y del pacto federal; “es algo insólito, esas cosas ocurrían en el siglo XIX cuando los estados se iban por su lado”.
La verdad no importa si la solución propuesta por Muñoz Ledo es la mejor o si es siquiera posible. Lo notable es la soledad de quien habla de las cosas. Los demás, sólo han hablado en términos iguales a los usados por el Señor Presidente para desentenderse de un asunto.
–¿Y yo por qué?; pudo haber dicho.
Por equilibrio, vale mencionar la postura de aparente conciliación de Ricardo Monreal, coordinador de la mayoría senatorial.
“…se revisa el caso de Baja California para no caer en un proceso “injerencista”, ni actuar violando la soberanía de los estados.
“Estamos atentos a que se publique la reforma Constitucional (de Baja California), a que se interpongan los recursos de ley y a ser parte coadyuvante en la Corte, lo puede hacer y en su momento haremos nuestras expresiones de alegatos pertinentes… la Corte tiene la obligación de resolverlo…”.
–¿Qué hora es?
–La que usted diga, Señor Presidente.
No somos iguales, pero somos como antes, podría decir alguno.
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