Cientos de familias de migrantes han pasado por la Pequeña Haití, el campamento improvisado en la plaza Giordano Bruno, en la Colonia Juárez. Para muchos niños este sitio se volverá uno más entre las decenas que tuvieron que pasar intentando llegar a Estados Unidos.
Edwin es haitiano, tiene nueve años, come una naranja sentado en la jardinera de la plaza cuando una niñita que tiene poca experiencia en caminar, toda ganada sobre suelo extranjero, llega hasta él y se le queda mirando. Edwin no duda ni un segundo desprender algunos gajos de la fruta y dárselos. La pequeña los come y luego pide más. Esta vez Edwin se niega, come dos gajos y el resto lo reparte a otros niños que también habían puesto la mirada en él.
La madre de Edwin dice que se siente culpable porque toda la vida ha sido así para el chavalito que está a punto de cumplir los diez años: una temporada en un país, otra en aquel otro y sin ningún indicio de que vaya a ser diferente a futuro.
Si la edad les da para eso, estos niños recordarán las lluvias en su trayecto por el sur-sureste de México y que debían buscar los tejados de las casas para protegerse; podrían no olvidar que en el agua les alcanzó muchas veces los cartones que hacen de suelo en su alojamiento callejero.
Ahora, en la Ciudad de México, a dos cuadras de la Plaza Giordano Bruno, frente a la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar), reciben atención médica después de muchos meses. Llega una unidad médica móvil del gobierno capitalino que brinda consulta general.
La doctora Karla Sánchez especifica que los medicamentos que les mandan están muy limitados, sin embargo, si algún paciente requiere atención más especializada, los mandan a la Clínica de Especialidades Número 6, pero “hasta el momento solo hemos mandado a la clínica a un niño que tenía una ulcera; fuera de eso, lo que más presentan los niños son infecciones respiratorias, problemas dermatológicos”.
La doctora Sánchez señala que debido a que los infantes están en la calle, suelen presentar estos problemas y otros como conjuntivitis. “Los papás traen a sus hijos y solo quieren que los revisemos a ellos porque piensan que les vamos a cobrar, pero les explicamos que no es así y les sugerimos también revisarlos a ellos”.
Según las Estadísticas Migratorias Síntesis 2023, que emitió el Gobierno de México, la cifra anual de niños migrantes ha aumentado de 6 mil 832 en 2022 a 12 mil 506 en 2023. La Pequeña Haití es una muestra de ello. Cuando los trámites se cierran en Comar y se hace evidente que hay poco más que hacer durante el resto del día, las familias haitianas se aglomeran en la Plaza Giordano Bruno y la parte central parece un kínder garden. Niños de 1, 2, 3 ,4 5, 6, 7 años. Algunos menores que rondan los 14, pero los muy pequeños destacan.
Judelina está allí, sentada en el suelo con sus dos hijos, uno en cada pierna, los niños buscan el calor de su madre y del sol que les pega en ese momento. Sólo tienen shorts, playeras y unas sandalias: “Nos ha tocado de todo tipo de climas, salimos preparados la ropa necesaria, pero hemos perdido mucho en el camino, sobre todo en el río”, dice en referencia al cruce por la frontera del Suchiate, en Chiapas.
Kewan, por su parte, tiene una pequeña de dos años, la menor que está dando sus primeros pasos y ya ha recorrido siete países.
No se imaginaba lo que pasarían luego de salir de Haití. Su testimonio es demoledor, un reflejo de lo que hoy es la migración, en general, sobre un presunto mundo globalizado y en particular para los haitianos que intentan obtener permisos de autoridades migratorias mexicanas, sea para trabajar aquí o para transitar por el territorio hacia la frontera norte:
“Ha sido un camino largo, la hemos visto crecer conforme avanzamos, lamento que la mayor parte de su vida no he podido darle un hogar, el propósito de salir de Haití hace cinco meses fue darle una mejor vida y no lo estoy haciendo”, señala.