De pronto, con la súbita energía de quien se deja llevar por la inercia; o sea ninguna, pues la fuerza proviene de otra parte, los mexicanos encontramos la inspiración fugas (cosa de tres días), para sobrellevar no sólo la vida diaria sino para invocar la magia de una solución cuyos efectos debieron haberse sentido hace ya muchos años.
Hoy la Constitución es el bálsamo contra todo mal, la cura de cualquier enfermedad republicana, talismán contra la desdicha; el escudo contra Trump y el alivio de los abandonados. Solución es además para el desencanto, ensalmo contra el “mal de ojo” y oportunidad para los “buscachambas”, cuyo ropaje de constitucionalistas los vuelve algo más allá de simples constituyentes cuya constitución poco constituye, pero en fin, las cosas son así.
La Carta Magna como magnánimamente se le dice al documento rector de la vida jurídica nacional, al pacto de todos, a la ley suprema, desde 1917, obra de los carrancistas cuya mezquindad dejó de lado a los demás convencionistas de Aguascalientes y en un par de meses, a matacaballo hicieron un documento en el cual, hallamos virtudes inexistentes e incumplimos mandatos simples desde hace cien años, ha sido modificada y reconstituida (¿se puede reconstituir lo constitucional?) no por las necesidades del tiempo sino para lograr el ajuste convenenciero (o conveniente)de las políticas de la presidencia en turno.
Quizá la más “metaconstitucional” de las facultades constitucionales desde el Poder Ejecutivo, sea la ductilidad con la cual cambiar, con el apoyo de su Congreso, el sentido de la Constitución hasta en 680 ocasiones, y las faltantes.
Las Reformas Estructurales no son, vistas a la larga, sino Reformas Constitucionales, pues la estructura nacional depende del contenido de su texto. Un gobierno se ciñe al viejo artículo 27 y otro lo cambia para abrir la industria petrolera. Del Estado propietario al Estado Socio.
Ahora lo ves, ahora no lo ves.
Cosas del tiempo, no culpas de España, diría alguien.
Pero no solo es esta abuela centenaria el motivo de nuestro gozo y nuestra dicha republicanas; no. También la descendencia tardía y rejega, porque en la capital del país, donde hasta la Plaza Mayor tiene evocaciones de Constitución (así sea una de España), se estrena la primera constitución por la cual se le devuelve a la gran urbe el nombre monárquico otorgado por Carlos Quinto hace ya demasiados siglos: Ciudad de México.
Convocado el Congreso Constituyente, una chafísima asamblea constituida a la trompa talega por notables de poca notabilidad, para constituir el orden constituyente, pero sin respeto por la representatividad y llena de cuotas de partido y dominancias políticas, los cien notables del dicho y variopinto cónclave, parieron un documento por el cual ahora todos celebran y gozan entre los aplausos de un galería poco informada, pues a la fecha no se asimila ni practica cuánto contiene en verdad ni cuánto le falta por cierto, pero entre la utopía y la entropía, ya tenemos una Carta Mayor para la más importante ciudad del país.
Bienvenida sea, pues, la Constitución con sus excesos y sus errores y con el gozo final de Don Porfirio, pues ha dicho Muñoz Ledo, nos creían incapaces de hacerla, pero ahora haremos otra para la nación entera, en lo cual no se sabe si hay una amenaza implícita o una promesa necesaria, tanto como para recordar no solo los viejos proyectos de este notable político, sino la forma como Cuauhtémoc Cárdenas quiso conmemorar los doscientos años de la Independencia y los Cien de la Revolución; haciendo con la constitución, borrón y letra nueva.
No se ha podido y de seguro no se podrá, pero ahí están las cartas boca ariba encima de la mesa de verde paño.
EPITAFIOS
Llama una acuciosa lectora habitual de esta columna y dice: en “El Cristalazo” de ayer faltan los epitafios de Vicente Fox y de Felipe Calderón.
Y el regañado admite y corrige:
La tumba de Fox debe decir: “¿Y yo por qué?, en tanto la de Felipe Calderón se basta con un simple: “Haiga sido como haiga sido”:
Era tan obvio como para pasarlo por alto.