Los morenos lucen felices y uno de ellos, mientras enrolla orgulloso su banderín, dice para sí y para su ego que no son lo mismo y para todos los que llenan un café del epicentro del morenismo “¡¡llenamos el Zócalo tres veces…!!”. Los rostros que lo rodean asienten felices y celebran esa conclusión que, les parece, sintetiza con creces su apoyo a Claudia Sheinbaum. Claro, en política cantidad no es calidad y eso no lo saben y si lo saben esconden la cabeza en el asfalto sudado.
Pero sí. En las calles aledañas al Zócalo que es de todos, los morenos llenaron las calles que fueron para ellos, pero no se piense que las autoridades siempre celosas de que nadie se estacione en el Centro Histórico fueron permisivas, no. Simplemente sus jefes qué están allá arriba así se los ordenaron: cerraron esquinas de calles y banquetas con la consabida cinta amarilla. Se prohibió el paso de vehículos para que las masas caminaran a sus anchas. Aunque en el rostro de los agentes del orden se reflejaba que estaban hasta la madre de las masas que los rodeaban, hicieron mutis y se fueron a comer tortas, checar el celular o sabrosear a todo lo que se movía.
A las 4: 30 de la tarde o un poco antes las masas con su rostro apagado, ingresaban ya por la estación del Metro Pino Suárez de regreso a casa. En sus manos llevaban aferrados el banderín que nunca ondearon frente a las narices de sus líderes. La resignación y el fastidio de esa masa que saturo los torniquetes, escurría por todas partes.
Cuando el mitin apenas estaba dando inicio, cientos de ellos se desplazaban por Tlalpan rumbo al Zócalo y otros tantos ya iban en sentido contrario: habían pasado lista con el líder local frente al Museo de la Ciudad de México. Simplemente habían cumplido con venir y sus líderes llevaban consigo las listas de asistencia.
Otros, otras y otres, estos últimos con su bandera de colores, festivos y bailarines con un pequeño tambor que llevaban, llenaban la plaza de Pino Suárez felices, comiendo garnachas, tacos, tortas o gorditas de a 10 pesos o simplemente se dedicaban a mirar, mirar y mirar sin asomo alguno de teoría política o partidista. Las banderas de MORENA fueron colocadas o botadas al pie de un árbol atascado de basura.
“¿Ya terminó el evento de Sheinbaum?” preguntó el cronista a un joven que iba con la mirada perdida “no, solo me dijeron ya te puedes ir… ”. Pero antes este joven sin nombre venido de Tlahuac firmó la lista de asistencia, le dieron un agua y ya. Fue todo pero a los de allá arriba que no son los mismos de antes o incluso son peores que los de antes, solo les bastará con ver la foto del Zócalo y su masa con sus miradas perdidas en las promesas sexenales.
Todas esas calles qué rodean al Zócalo fueron para ellos. Tlalpan, San Antonio Abad, Pino Suárez, Izazaga, San Pablo, Donceles, Soledad, Corregidora, Jesús María, El Carmen, Correo Mayor, Las Cruces, Circunvalación, San Cosme, Moneda, las Repúblicas de Uruguay y El Salvador; y más de las entrañas de las colonias Obrera o Tránsito o la que sea, lucieron llenas de unidades de transporte público de todo tipo: citadino y foráneo. En esas unidades fueron transportados desde sus colonias, pueblos y municipios de Puebla, Estado de México, Tlaxcala, Morelos y más. Todos para que la líder que no los conoce, luciera feliz en su cierre de campaña.
Otras masas, hambrientas pues ya eran las 5 de la tarde llenaron las taquerías y restaurantes y tiendas y banquetas y guarniciones de los alrededores. Les valió madre los discursos al fin que ya habían firmado, el líder los vio y ya habían recibido un “pequeño estímulo” qué se les prometió en la colonia. La taquería El Paisa de Jesús María y Regina lució llena, no, mejor atascada de morenos, morenas y morenes. Los discursos y sus promesas que les cambiaran la vida o mejor, que prometen transfórmales una vez más su vida no se escucharon hasta este punto. Sin embargo, igual están felices: ya cumplieron y el líder los vio.
“¡No son acarreados…!”, dice un hombre mamey al reportero que toma fotos de la fila interminable de camiones del transporte público. El reportero no ha mencionado un solo adjetivo. Pero el hombre se adelanta y quizá adivina un titular de prensa “¡¡No, no son acarreados, ehh…!!”.
Sí, seguro que si toda la masa dispersa que desde que antes que iniciará el evento de cierre de campaña de los políticos de MORENA, que ya no son los mismos a los del pasado, hubiera ingresado al Zócalo, tendrían que haberlo hecho cargados unos de otros. Solo así se hubiera llenado tres veces el Zócalo como cálculo el moreno optimista de la cafetería aquella.
Esa masa que nunca entró al Zócalo mejor se dedicó a las compras de todo tipo de bisutería y cositas chinas o coreanas que aunque no todo lo que brilla es oro es algo que las manos de las masas siempre han querido tener: blusas a 60 pesos; banquitos de plástico a 100 pesos; aguas frescas a 10 pesos; gorditas con 3 gramos de chicharrón y retacadas de col a 10 pesos; collares a 10 pesos; tenis a 200 pesos, paraguas mágicos a 50 pesos y todo, todo lo que estas masas de morenos y morenas y morenes vieron en los aparadores lo querían tener para ellos: collares, abrigos, vestidos, impermeables, paraguas, gorros, abanicos, pantalones, playeras, ropa interior y todo y todo. Incluso si en los aparadores hubieran vendido promesas, igual las hubieran comprado. Pues las masas le compran todo a la vida de ahí qué los políticos vivan de esas masas.
Propio de las masas un hombre saca una cajetilla extraña de cigarros. El reportero brinca para ver la marca, pues es importante saber qué fuma la masa y observa una cajetilla de color guinda, sí, como el color de su partido, heredero del PRI y PRD y la marca, en serio, de nombre Fox en letras blancas. Extraño pero cierto al fin que se movía en ese mundo mágico de las promesas.
Una mujer llegada de Puebla, confesó al reportero lo siguiente. Primero hay que decir que ella trabaja en las oficinas públicas de Bienestar de aquel estado, seguro, no lo quiso decir, es una Servidora de la Nación. Dijo que había llegado con sus 5 invitados por la mañana pues así había sido la orden. A sus invitados les repartió tortas y agua. “¿Seguro hubo un estímulo monetario?” preguntó en tono neutral un reportero que casi viste su pregunta de color guinda. La mujer joven se río pero no soltó prenda “bueno, todo en la vida cuesta ¿no?”.
Cuando el reportero le dio la vuelta al Zócalo que , hay que confesarlo, nunca se enteró de cuando comenzó el evento y cuando terminó, solo vio a la masa deambular por las calles en busca de su líder y su camión que los o las regresaría a casa. Habían cumplido y, seguro la líder mayor y los líderes locales quedarían satisfechos.
A quien le importa que cantidad no sea calidad…