De ninguna manera quisiera esta columna incurrir en la irreverente actitud de aguar la fiesta o echar sobre el delirio del Zócalo la lluvia ácida de la crítica o el descontento, mucho menos poner sal en la herida, si alguna hubiera, pero mientras el Señor Presidente en brazos de sus devotos nos hablaba de un promisorio horizonte de nación serenada, en Coahuila la sangre no terminaba de coagularse.

A las dos de la tarde, minutos más o minutos menos, cuando el entusiasmo de los fieles se rebosaba, llegaba este despacho de “Rio Doce”:

“…Con el abatimiento de otros siete presuntos delincuentes, ya suman 21 los muertos por los enfrentamientos en el municipio de Villa Unión entre las fuerzas de seguridad de Coahuila y supuestos miembros del grupo criminal “El Cártel del Noreste”, informó el Centro de Mando estatal.

“A través de un comunicado, el gobierno de Coahuila informó que el abatimiento de los siete presuntos delincuentes ocurrió la madrugada de este domingo en los límites con Nuevo León, sin precisar cómo ocurrieron los hechos, publicó Proceso.

“Asimismo, aseguró que se hizo un nuevo aseguramiento de tres camiones, escopetas, armas y cartuchos a los supuestos criminales.

“El gobierno de Coahuila informó que mantiene un despliegue de búsqueda por tierra y aire en toda la región luego del ataque de ayer a la presidencia municipal de Villa Unión que derivó en una balacera que duró cerca de siete horas que dejó 14 personas muertas: 10 civiles y cuatro policías”.

Terrible historia esta de Coahuila. Tanto como otras tantas en  el norte o en el sur del país. Balaceras, venganzas, choques entre grupos de criminales, autoridades rebasadas, miedo, sangre por todas partes. 

Pero la voz resonaba desde la Plaza Mayor:

“…El Ejecutivo federal ha emprendido un cambio de paradigma de seguridad. Entre 2006 y 2018 los gobernantes pretendieron resolver la inseguridad y la violencia delictiva mediante acciones de fuerza militar y policial, sin atender el fondo del problema.

“…El resultado fue catastrófico y esa estrategia dejó un saldo pavoroso de muertos, desaparecidos y lesionados, una crisis de derechos humanos, una descomposición institucional sin precedente y un gravísimo daño al tejido social.

“El país padece aún las consecuencias de esa política equivocada… 

“…La vigencia de la nueva política de seguridad se demostró con claridad ante la crisis de terror, miedo, que se vivió la tarde-noche del jueves 17 de octubre en Culiacán, Sinaloa, con motivo de la detención de Ovidio Guzmán, hijo de Joaquín Guzmán Loera.

“En esa verdadera prueba de fuego en la que la delincuencia salió a la calle con armas de alto calibre y se vivió un alto riesgo, se prefirió detener el operativo y liberar al implicado para evitar una masacre en la que habrían perdido la vida centenares de personas, la mayoría civiles, gente inocente, según el cálculo que responsablemente hizo en su momento el alto mando de las Fuerzas Armadas.

“Podrán decir nuestros adversarios que demostramos debilidad, pero nada vale más que la vida de las personas.

“…La argumentación de esta nueva estrategia está contenida en el Plan de Desarrollo, pero reitero que entre las acciones principales para conseguir la paz figura la creación de mejores condiciones de vida y de trabajo, a fin de atender las causas que originan la violencia.

“…la disminución de la incidencia delictiva en el país constituye nuestro principal desafío, pero estamos seguros de que vamos a serenar a México con el apoyo del pueblo y con el trabajo coordinado de todo el gobierno, además con perseverancia, profesionalismo, honestidad y sobre todo con acciones guiadas por el principio de que la paz es fruto de la justicia…”

Vamos muy bien, requetebién…

Pero ya basta de cosas sangrientas, mejor pongamos los ojos en  la belleza, en la cultura, en la poesía y el afán de la inteligencia, porque para todos ha sido un  gusto el premio concedido al poeta David Huerta, quien quizá en premonitorios versos dijo alguna vez:

“…Despojos que avanzan con una vida increíble/simulacros de la extinción, apetencias de muerte/cuerpos que se disgregan…”

Y en el sentido menos mundano de la poesía, ha dicho el poeta Huerta: 

“La poesía es importante porque es espejo de todo contrapoder. Sócrates decía que la vida en las ciudades era preferible que la del campo porque nos permite ver continuamente el rostro de nuestros hermanos. Me conmueve la frase: el rostro de nuestros hermanos. Un rostro que la degradación de la violencia puede, literalmente, arrancarnos…”

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Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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