Como se quiera ver el asesinato de José Eduardo Moreira Rodríguez, hijo de Humberto Moreira y sobrino del actual gobernador, Rubén Moreira, con todos sus inadmisibles componentes de amenaza y desafío a las autoridades, las presentes y las futuras; las locales y las federales, es la primera mancha grave en el periodo de transición. Y más todavía, es una advertencia de perdurabilidad transexenal de la fuerza de los grupos organizados para el delito grave, más allá de promesas oficiales de reestructuración, cambio de estrategia y cualquier otra modificación.
“Es el primer muerto de la transición”, ha dicho alguien, mientras el desconsolado padre guarda fuerzas para decirlo con toda claridad:
–Mi hijo fue un muerto más de esta guerra.
Y cuando se dice “esta guerra” no hace falta ponerle nombre. Para la historia nacional ya ha quedado desde hace mucho tiempo definida –con exactitud sin ella–, como “La guerra de Calderón”.
Hoy tras la muerte incomprensible y terriblemente cruel de un hombre seguramente ajeno a los arreglos mafiosos, dedicado a su trabajo y empeñado en actividades políticas de labor social, sólo queda una certeza: ya pueden los partidos políticos y las autoridades provenientes del voto popular ocupar sitios de importancia en las estructuras instituciones. Los sicarios y sus patrones tiene otras capacidades, una de ellas decidir quién vive y quién muere, por encima de los blindajes, las protecciones o las dinastías políticas.
Hoy resurge de la memoria el ataque sufrido en Veracruz por las camionetas donde viajaban en vacaciones familiares los hijos de Enrique Peña, en aquel tiempo gobernador del Estado de México.
Al parecer no quedan rincones seguros. Blindados, escondidos, rodeados de cámaras, con agentes, guardaespaldas y soldados mirándoles la nuca, los políticos mexicanos y sus familias viven en la zozobra y el temor.
Pero como ellos, sin nadie para cuidarlos, el resto de los mexicanos. Y eso es lo verdaderamente grave: nos han hermanado el miedo y la desconfianza. Ya no se trata de cómo exponen la vida quienes a ello se arriesgan por su labor política o sus decisiones públicas; su comportamiento o su cercanía con el delito. Como se ve las viejas leyes de la propia mafia se han quebrado. Ahora ya se meten con los familiares.
Por eso algunos dicen: mataron al sobrino del Z-40, por eso vino la venganza. Nadie lo sabe.
Pero el fantasma del miedo se mete por todas las rendijas. Como dice Jacobo Zabludovsky tras la lectura de los reportes locales de su noticiario radiofónico en el cual divulga información de todos los frentes de la república:
–¡Sálvese quien pueda!
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El informe (II) el domingo de César Duarte en Chihuahua fue una estupenda oportunidad para comprobar cómo es imposible quedar bien con todos y cómo a pesar de la cortesía, a veces se termina raspando a los invitados.
El caso fue que Duarte hizo un informe sui géneris: el podio giraba por cuadrantes y cada bloque de la perorata estaba dicho ora al norte ora al poniente o al sur del escenario en un salón de usos múltiples con casi ocho mil asistentes.
Todo de memoria.
Duarte se emocionaba con sus palabras y cuando comenzó a hablar de los asuntos de seguridad pública, llegó a peliagudo tema de las prisiones estatales, dominadas en graves momentos ya superados, por los Artistas Aztecas; los Zetas; los del Pacífico o La Línea y en donde ha habido graves enfrentamientos y motines.
–En Chihuahua –dijo–, se acabó el autogobierno en los centros de reclusión, dijo muy satisfecho de la nueva circunstancia, sin darse cuenta de la cara encendida del gobernador de Coahuila, Rubén Moreira –por cierto hoy de duelo–, a quien minutos antes había saludado con fraternidad de correligionario.
A Moreira se le acababan de fugar un ciento de reos y la CNDH había atribuido el caos de las prisiones (esas y otras) precisamente al autogobierno.
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En los últimos años todo cuanto en México sucede ocurre en nombre de la democracia. La palabra, con toda su flexible condición, con sus usos múltiples, con su facilidad para convertirse en pretexto cualquiera para cualquier cosa, explica, justifica y permite todo.
Si un manifestante en la ciudad de México saca de su mochila una bolsa de plástico llena de mierda y la embarra en la cara de un granadero cuyo trabajo es cuidar el orden en una manifestación, lo hace en nombre de la democracia, lo cual le autoriza de inmediato al policía a declarar a voz en cuello, la democracia es una mierda.
Y el uniformado, tiene toda la razón, al menos esa democracia por la cual los activistas políticos, los agitadores, los sediciosos y los amotinados; los incendiarios, los asaltantes tumultuarios, los saboteadores y demás terroristas en ciernes, terminan en el Congreso del Estado. De este o de cualquiera otro.
Es la cantaleta y el caminito en un país cuya inmadurez y complicidad no le permite imponer el orden como una más de sus obligaciones. Esta tampoco la cumple. Los saboteadores de la industria petrolera de antaño hoy son los redentores del México desposeído, con tanta fuerza hipnótica en el discurso y el manejo de los medios, como para conseguirse 16 millones de votos en una elección federal bajo el sonido melodioso del rayo de esperanza.
Cuando Silvano Aureoles, “líder” del PRD en la Cámara de Diputados, anunció su determinación de transitar por el camino institucional, mientras en las calles (antes de la ruptura con el PRD, Andrés Manuel estimulaba la gritería y amenazaba con el estallido social), dijo muy convencido: no me importa que me digan que estoy a la derecha de la izquierda. Vamos por el camino institucional porque somos parte de las instituciones.
Esa actitud produjo la primera confrontación durante la aprobación del dictamen de la Ley Electoral: las diputadas Karen Quiroga y Guadalupe Moctezuma, convertidas en las “Adelitas” del Nuevo Bronx, tomaron la tribuna mientras la izquierda “civilizada” y de buenas maneras, protestaba con la contundencia de una camiseta.
Aureoles descalificó a sus compañeras y ya quedó clara la separación: por un lado la “línea dura” y por la otra la negociación, la discusión el parlamentarismo, caminos por los cuales se transita pero no siempre se gana. Pero por la toma de tribuna, no se gana nunca.
Eso parecen haber entendido quienes decidieron fumar la pipa de la paz con Aureoles. Vamos a ver cuánto tiempo dura el acuerdo de concordia. Conociendo a los peleoneros crónicos, por desgracia muy poco.
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Quizá ya no quede tiempo mientras dura este gobierno, pero en el futuro será posible investigar el asunto. Y van a salir sorpresas. Muchas sorpresas. Por lo pronto vayan estos datos y estas hipótesis.
El jugosísimo negocio mexicano-gallego en el cual Petróleos Mexicanos se convierte en algo así como la tabla de salvación de los astilleros de Punta Langosteira, en Galicia, y para cuyos arreglos vino a México el presidente español, Mariano Rajoy (galleguísimo, él también) no puede quedar desvinculado del origen mismo de la fuerza económica del grupo dominante dentro del PAN en este régimen: el fracasado plan para llevar a la presidencia nacional a un mexicano de padres gallegos nacido en España: Juan Camilo Mouriño.
Si el plan político se vino abajo (literalmente), el Plan Económico no. Basta ver las investigaciones publicadas sobre los negocios de Pemex, en especial “Camisas azules manos negras: el saqueo de Pemex desde Los Pinos”, de Ana Lilia Pérez para darse cuenta de las dimensiones de la estructura montada para tal finalidad.
Ideológicamente el PP ha ganado en España para regocijo de las cenizas electorales del PAN. Si no se logró la tercera presidencia panista sí sería hacer posible el último negocio de “salida” y ahora parece “de saliva”: construir barcos y hoteles flotantes.
Juan José Suárez Coppel, convertido en agente de ventas de los gallegos (con obvio conocimiento de su jefe), habría autorizado con la mano del gato la inversión firmada por la filial de Pemex en España, PMI.
Pero cuando el asunto se descubrió antes de tiempo y la operación por 380 millones de dólares para comenzar, se vino a pique, por lo menos en las declaraciones, comenzó una verdadera carrera contra el tiempo.
¿Podrá Felipe Calderón concluir el negocio de fin de sexenio o también en este caso lo perseguirá su crónica mala suerte?
Suárez Coppel ha dicho esta incomprensible parrafada:
“A ver, déjenme decir que PEP (Pemex, Exploración y Producción) no ha contratado ningún servicio de “floteles”, estamos buscan cuáles son las mejores alternativas para que PEP pueda ver en el mercado”.
Pero por otra parte Ignacio Quezada Morales, Director de Finanzas de Pemex, ha hablado acerca de una ya firmada carta de intención o memorándum de entendimiento para la construcción de siete remolcadores en Galicia y siete en México.
Total, todo tan chueco como un banano.