Con agobiante frecuencia, por no decir siempre, escuchamos a la jefa de gobierno, Claudia Sheinbaum –aspirante por ambición o sugerida por obediencia (hasta ahora) para prolongar los afanes revolucionarios de la Cuarta Transformación — repetir, casi a la calca, frases enteras y argumentos del señor presidente en una exhibición constante de mimetismo nulificante. Ella misma nulifica cualquier indicio de relieve personal.
Es casi como las soldaderas del movimiento revolucionario. Sometidas a su hombre, aunque en este caso no haya ninguna relación excepto la derivada de la fidelidad política.
Por voluntad propia, es una cámara de eco y poner aquí ejemplos del dicho, resultaría ocioso y abundante. Es algo de todos conocido.
Su discurso no tiene ideas personales ni exhibe recursos intelectuales y hasta conceptuales propios (por tanto, dichas prendas, si las tiene), permanecen hasta ahora en la oscuridad. Una absoluta falta de eso llamado como arquetipo, personalidad.
Esto no resulta ninguna novedad en el ámbito político, sobre todo en este tercer mundo político donde habitamos. Los lambiscones repiten no sólo las palabras de su líder (quien por añadidura casi siempre resulta su patrón, protector y casi propietario), en una continuidad obediente puesta al servicio de la auto nulificación.
Es un extremo de aquello consagrado por el viejo PRI, cuando Fidel Velásquez recomendaba no moverse (es decir, no sobresalir, no opinar no hablar, ni expresar los pensamientos y de ser posible carecer de ellos, tener la mente en blanco, útil para memorizar las palabras del señor; no desobedecer); para salir en la foto. O, dicho de otra manera; para seguir en el retrato de familia, Fuera de la fotografía del círculo en torno del poder, no hay futuro.
“Con usted hasta la ignominia, señor presidente”, era el himno de antes en la política priista. Y la de Morena hoy, por lo visto.
Muchos dirán, esas apreciaciones son misoginia pura, pero no. Reproduzco estas líneas*:
“…Más que ser, somos hacer, y no hay identidad de género detrás de la experiencia, porque la identidad está ya constituida en su actuación, por la misma expresión que viene a ser articulada con el fin de alcanzar determinados resultados.
“Por eso, según Butler, el sujeto y, por extensión, la identidad de género son más bien un efecto del discurso que una causa.
“Resultan originados por la palabra…
“…La construcción de la identidad femenina está abocada, por consiguiente, desde sus orígenes en nuestro viejo mundo a una posición dialéctica, resultando a menudo ser un efecto del predominio discursivo del sujeto que encarna el poder.
“Un efecto, pues, y no una causa, como pretendían los discursos misóginos tradicionales. El sujeto, que ha de constituirse como tal por oposición al otro, está suplementado por una noción relativa al poder que es la de resistencia.
“El discurso del amor y la reivindicación de los derechos a la educación de las mujeres en la literatura ponen de manifiesto esa resistencia y denotan en cierto modo la hegemonía que la mujer podría alcanzar en el campo de la proyección de los deseos masculinos.
“El lenguaje como proceso de significado nunca se da por cerrado, es un discurso de signos abierto y ya desde el existencialismo sabemos que cuando el individuo se ve obligado a tomar decisiones, asume la libertad de elegir y la responsabilidad sobre su propia vida…”
Quizá por eso Claudia S., duplicó de esta manera el discurso presidencial cuando muchos ciudadanos preparaban una marcha contra las intenciones de sofocar al INE:
“Pienso que defienden intereses que no defienden la democracia, pero bueno, ellos tienen la libertad de manifestarse siempre”, afirmó Claudia Sheinbaum Pardo, jefa de Gobierno de la Ciudad de México, al ser interrogada sobre su opinión de la marcha en apoyo al Instituto Nacional Electoral (INE)…”