Hasta el mediodía de ayer se tenía registro de las intenciones de medio centenar de ciudadanos con intenciones de presidir el Estado Mexicano. Muchos quieren la presidencia de la República.

De variopinto plumaje, algunos de ellos tan impresentables como el rudimentario gobernador de Nuevo León, quien se desempeñó en Nuevo León, hasta el momento de esta nueva aventura, entre la mediocridad y el fracaso, y otros con méritos discretos y plausibles por su buena conducta y mejor reputación, como la señora Margarita Zavala de Calderón cuya independencia súbita es tan reciente como para apenas borrar tres décadas de fervor panista.

Hay también un senador de estirpe perredista  y algunos más medianamente conocidos como Edgar Ulises Portillo, Francisco Gerardo Becerra; una señora zapatista familiarmente conocida como  “Marichuy” y casi como en la botica, de todo un poco. Pero hay otros personajes, algunos de caricatura (no me referiré a ellos para no herir susceptibilidades políticamente correctas) y otros plenamente desconocidos en los medios, al menos.

La única verdadera desgracia en todo esto de los independientes, es la defección de estas promisorias filas del notable Emilio Álvarez Icaza sin cuya candidatura no se ve luz en el panorama nacional. Pero en fin, como dijo Basurto, cada quien su vida…

Tanta concurrencia de independentistas (sin ser catalanes), nos hace pensar en alguno de estos fenómenos: o la moda ha pegado con fuerza o hay una enorme vocación democrática y participativa en una sociedad cada vez más alerta y atenta a los fenómenos políticos, harta de los partidos y necesitada de nuevas formas de expresión y acción.

Sea como sea, ninguno de ellos parece tener nada para descarrilar los convoyes de los partidos. Ni la vieja locomotora del PRI,  ni las desvencijadas charchinas perredistas o el maltratado tren del panismo. Ninguno de ellos puede llamarse ferrocarril bala. Reumáticos y chirriantes, los partidos van por la cuesta a soplidos y resoplidos.

Pero los “independientes”; ciudadanos, espontáneos o como se les quiera llamar, no van a ninguna parte, excepto a disfrutar aquel estadio de gracia definido por Andy Wharhol como el pleno derecho de todo mundo a gozar sus quince minutos de fama.

PREMIO

–Mira como son las cosas, me dice Eduardo Matos Moctezuma poco antes de recibir el premio Crónica 2017, en los cuatrocientos y tantos años de su existencia, la Universidad de Harvard no había instituido una cátedra con el nombre de ningún latinoamericano; obviamente tampoco ningún mexicano. Nunca voltean para acá.

Pero ahora han volteado y Matos ya tiene su cátedra. Y en el vestíbulo del Museo Nacional de Antropología, donde se exhibe siempre una pieza excepcional, hay un  conjunto de esculturas en arcilla llamado “Alma de barro”, cuyos detalles de estética y arte purísimo –además o a la par de su valor arqueológico–, son realmente apabullantes.

–Esta muestra la pusimos también en Harvard. Es maravillosa.

La entrega anual de los premios de esta editorial a destacados talentos mexicanos –Antonio Eusebio Lazcano Araujo, en Ciencia y Tecnología; el doctor en física Gerardo Herrera Corral, en Academia;  el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma, en Cultura; y la Universidad de Guadalajara, en Comunicación Pública, y su rector Tonatiuh Bravo Padilla–, debe ser vista, en esta ocasión, como recuento y honra de saberes y méritos, pero también como parte del necesario espíritu de solidaridad nacional tan elocuente en estos días aciagos.

El mérito de los constructores de ideas  o instituciones, la divulgación de sus méritos y sus aportaciones, son tan solidarios como el movimiento de conciencias y brazos en torno de una desgracia, un sismo o una necesidad nacional.

El Zócalo vibró la tarde dominical en el grito suntuoso de nuestra mexicanidad  y nuestra unión y ayer, en el Museo Nacional de Antropología los maestros del pensamiento y la palabra; la ciencia y la conciencia, mostraron el rostro del México de Las ideas y el compromiso por los conocimientos en varias disciplinas tan importantes una como las demás.

LA FINURA

Félix González Canto, senador de la República (ahora será boxeador de la República) y Julián Ricalde, actual secretario de Desarrollo Social del gobierno de Quintana Roo, se liaron  a trompadas por una humorada de éste quien tomó versos de una canción de Serrat (“La fiesta”) en la cual el prohombre y el gusano bailan y se dan la mano.

González Canto,  ganador de la fugaz pelea (no duró ni un “round”), le dijo a  Ricalde, “a mí me respetas, pendejo”. Y moles.

¡Ay!, si no fuera por estos días y los de quincena, uno perdería a veces la sonrisa.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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