Hace unos días hubo en esta ciudad una manifestación para expresar la solidaridad ante algo necesario: cesar la cultura del maltrato a las mujeres, víctimas de violencia de todo tipo. No podía haber una mejor causa.

Tratar bien a todos los seres humanos sin importar sus diferencias biológico- reproductivas, pues esa es la gran diferencia entre hombres y mujeres. Puro asunto de reproducción y de roles en ella.  Prescindir de las actitudes discriminatorias, de los prejuicios, darles a  las mujeres el lugar de una dignidad no negociable. Eso está, muy bien.

Sin embargo a veces resulta chocante el discurso de algunas feministas. La verdad caen mal. No todas, nomás algunas.

Como casi todas ellas son mujeres cultas (o al menos eso dicen) a mí me gustaría leer a alguna de ellas analizan do, por ejemplo, “La doma de la brava” (de la bravía, dicen otros) pieza en la cual William Shakespeare (algunos le adjudican una oculta homosexualidad, probable en sus inmortales sonetos)mnos ofrece na receta contra las mujeres altivas y caprichosas: azotarlas contra el piso y darles de nalgadas. ¿De veras? De veras. Leamos:

“Petruchio.—Date la vuelta.

“Catalina.—¡¡No!! Eso, no. La vuelta, no; la vuelta, no…

“Todos.—¡Oh!

“Petruchio.—¡Señores! Comprendedlo. Si no se da vuelta yo no puedo apreciar… (Todos se vuelven e increpan a Catalina)

“Bautista.—¡¡Catalina!! ¡Obedece!

“Blanca.—Pero, mujer…

“Hortensio.—¡Que se dé la vuelta!

“Gremio.—¡Aprisa!

“Hortensio. — (Con desesperación, nerviosísimo) ¡Que se dé la vuelta…! ¡He dicho que se dé la vuelta!…

“Catalina.—¡Con que sí, ¿eh?! Pues mirad…

“Todos.—¡Ay! (Catalina, hecha una furia, corre y va hacia Petruchio, con la mano en alto. Petruchio se pone en pie. La toma de la cintura, con violencia… Se sienta. La coloca sobre sus rodillas. Y empieza a sacudirle azotes con todo entusiasmo)

“Todos.—¡Oh!

“Hortensio.—¡Petruchio!

“Gremio.— ¡Señor Petruchio!

“Catalina. — (Desgarradoramente) ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Malvado! ¡Asesino! ¡Criminal! (Sigue chillando. Petruchio, al cabo, se la desprende de sí, y casi la arroja contra el suelo. Y sin perder la compostura, se pone en pie)

“Todos. — ¡Oh!

“Bautista.— ¡Qué hombre! (Petruchio se compone)…”

Obviamente esa comedia, o sainete, tiene como el teatro solía tener, un fin “moralizante”; una moraleja, pues. Aquí el espacio no da para más.

Pero como ahora todos somos cervantinos o shakesperianos (algunos dan solo para “Chespiritos”), leamos algo del manco genial. A ver si en ello repararan las “feministas”. Esto sucede cuando Sancho debe impartir justicia a una mujer quejosa de haber sido violada.

“-¡Justicia, señor gobernador, justicia, y si no la hallo en la tierra, la iré a buscar al cielo! Señor gobernador de mi ánima, este mal hombre me ha cogido en la mitad dese campo, y se ha aprovechado de mi cuerpo como si fuera trapo mal lavado, y, ¡desdichada de mí!, me ha llevado lo que yo tenía guardado más de veinte y tres años ha, defendiéndolo de moros y cristianos, de naturales y estranjeros; y yo, siempre dura como un alcornoque, conservándome entera como la salamanquesa en el fuego, o como la lana entre las zarzas, para que este buen hombre llegase ahora con sus manos limpias a manosearme…”

Como todos sabemos, Sancho  obligó al hombre acusado por la mujer abusada, a darle veinte ducados de plata. Y cuando se los dio, le dijo, “ahora id tras aquella mujer y quitadle la bolsa, aunque no quiera, y volved aquí con ella”.

La mujer defendió la hucha con denuedo y conservó la plata. Entonces Sancho la obligó a devolver los haberes y le dijo:

-¡Justicia de Dios y del mundo! Mire vuestra merced, señor gobernador, la poca vergüenza y el poco temor deste desalmado, que, en mitad de poblado y en mitad de la calle, me ha querido quitar la bolsa que vuestra merced mandó darme.

-Y ¿háosla quitado? -preguntó el gobernador.

-¿Cómo quitar? -respondió la mujer-. Antes me dejara yo quitar la vida que me quiten la bolsa…

-“…Ella tiene razón -dijo el hombre-, y yo me doy por rendido y sin fuerzas, y confieso que las mías no son bastantes para quitársela, y déjola…»

Entonces el gobernador dijo a la mujer:

-Mostrad, honrada y valiente, esa bolsa.

“Ella se la dio luego, y el gobernador se la volvió al hombre, y dijo a la esforzada y no forzada:

-“Hermana mía, si el mismo aliento y valor que habéis mostrado para defender esta bolsa le mostrárades, y aun la mitad menos, para defender vuestro cuerpo, las fuerzas de Hércules no os hicieran fuerza… ”

Pero hablar mal de Cervantes y Shakespeare, no se vale (con excepciones) ni en el feminismo…

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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