Hace algunos años un amigo mío se fue a vivir a Arabia Saudita. Había logrado un alto cargo en el organismo internacional de la energía y de un día para otro aprendió a mirar la historia y muchas cosas de la vida misma, desde el otro lado del espejo.
–Aquí la caída de Constantinopla no es una derrota, como en el Occidente –me dijo–, aquí es una victoria. Pero ese ejemplo de Bizancio, no tiene nada de bizantino en la materia futura de este comentario.
La post sísmica semana por la cual atravesamos, tuvo un estremecimiento sumamente grave para el gobierno –desde el punto de vista de esta columna–, con la renuncia del procurador general de la República, Raúl Cervantes quien acumula fracaso tras derrota en los años recientes.
Primero en su propósito de llegar a la Corte y después en el hundimiento del portaviones con el cual quiso convertirse (o quisieron convertirlo) en Fiscal General de la nación. Ninguno de los dos cargo fue posible, a pesar del respaldo de la Presidencia de la República (o por consecuencia de ), tan torpedeada como él mismo.
Pero más allá de la suerte personal del docto abogado Raúl Cervantes cuyo futuro no tiene nada de sombrío, siga o no siga en el servicio público frente a lo cual ha negado ambiciones egoístas, su fortuna propia lo blinda de cualquier infortunio, lo grave es la evidencia: en cinco años este gobierno ha tenido cuatro procuradores de justicia (o sea; no ha tenido ninguno) y ha visto el declive de una institución tan lastimada históricamente, como para no tener remedio.
En ese sentido la procuración de justicia se ha convertido en otra cosa, al menos como concepto: en la lucha contra la corrupción, como si todos los delitos habidos y por haber fueran alimentados exclusivamente por la conducta de los desvíos de fondos públicos, la prevaricación y la estafa. Y muchos (no) lo son.
Pero la caída de Cervantes no es sólo una pérdida para el sistema o para el gobierno del Presidente Peña. Es también una victoria para un puñado de organizaciones y personas quienes hicieron del embate contra Cervantes una cruzada política; legislaron desde la banqueta, opinaron con insidia y censuraron sin clemencia, no por afán de respeto republicano, sino para avanzar políticamente en la implantación de sus propias estrategias.
Por eso hoy esos organismos de la ”sociedad civil” (asociados a varias corrientes políticas establecidas y actuantes), aplauden, como focas, el derrumbe de Cervantes, concedido por el propio gobierno quien una y otra vez acata las decisiones orquestadas desde afuera.
Cervantes ha sido el gran pretexto para muchas cosas, entre ellas el secuestro de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, en el recurso defensivo de Ricardo Anaya.
La combinación de fuerzas de éste caballero y las 300 organizaciones no gubernamentales y demás sociedades de buena conducta, eliminó los procedimientos aprobados por la propia Cámara para la designación del fiscal general y el correspondiente contra la corrupción y les abrió la puerta a quienes quieren legislar civilmente a partir de la transformación total del articulo 102 de la Constitución.
Abatir al fiscal a modo, para lograr el fiscal a “su” modo.
Si esos cambios fueran en verdad para la mejor salud del país estaría muy bienvenida su colaboración, pero en el fondo es parte de una nueva intentona para la futura escrituración del Estado a su nombre. Lo veremos.
Pero el fenómeno Constantinopla (la derrota de un lado es la victoria del otro), ha logrado un punto adicional. Hace algunos días Andrés Manuel López, propuso mover los plazos para designar al fiscal hasta después de las elecciones.
Presuroso el gobierno le hizo eco. Ya anteayer el presidente Enrique Peña dijo prácticamente lo mismo, con lo cual aprovecha el impulso ajeno para lograr el movimiento propio y plantea la inconveniencia de este momento con lo cual la discusión del asunto se irá al 2018 cuando este gobierno sea nada más una pálida sombra en el ocaso. Una siesta crepuscular.
El gobierno ha cedido y no se sabe hasta ahora si esa concesión lo fortalezca o lo exhiba electoralmente con una medrosa debilidad.
Cervantes ha hablado de manera elocuente sobre lo necesario para la institución de la cual se ha marchado, y queda en el aire la solución de algunos casos importantes.
No el de Iguala, cuya solución ya se tiene aunque muchos no la quieran aceptar por conveniencia política y de propaganda, sino los relacionados con Oderbrecht y a los cuales se ha referido sin mencionarlos por su nombre, pero no hay ninguna otra investigación con esas características.
Si como dicen junto con esta renuncia están las cartas negras en el tarot de Emilio Lozoya; quizá veamos al primer Director General de Pemex tras las rejas, después de Jorge Díaz Serrano, hace ya mucho tiempo.