Atribuir al caso de Florence Cassez una burda manipulación nada más por el montaje perverso y auto-promocional de Genero García Luna desde la Agencia Federal de Investigaciones es decir una verdad incompleta. Muy incompleta.
Sería dejarle toda la responsabilidad a un personaje del sexenio antepasado cuyos menores momentos, sin embargo y por razones hasta ahora no conocidas, los tuvo en el gobierno anterior. Si durante el foxiato Genaro García Luna fue atrabiliario; durante el calderonismo fue impune y poderoso.
Quizá el poderío de García Luna no provenía de su conocimiento sobre las actividades delictivas de los forajidos y capos, sino de las evidencias de las complicidades — sabiamente acumuladas– de quienes desde las cumbres del poder panista hicieron posibles los florecientes negocios de la delincuencia organizada, cuyo control nunca estuvo en manos mexicanas sino bajo la férula de los intereses estadunidenses de los cuales fueron obsecuentes operadores.
Hoy los mexicanos no sabemos hasta donde llegan el peonaje y la servidumbre de los mexicanos hacia la DEA, la CIA (con todo y el Hutzilacazo); las instituciones migratorias, aduanales y de población así como otras tal la administración de Armas y Tabaco, cuyo episodio de Fast & Furious sería suficiente para avergonzar a más de uno.
Pero el caso más significativo (emblemático le llaman los locutores) ha sido el de Florence Cassez cuyos alcances sobrepasaron las fronteras y metieron al país en una pésima condición internacional más allá de las pataletas del señor Nicolás Sarkozy cuya actitud política siempre osciló entre la superficialidad y la ineficacia.
El problema fue –y sigue siendo—la perversión del gobierno de Calderón en el manejo de un concepto perversamente utilizado: las víctimas.
¿Cuáles víctimas?
Desgraciadamente el gobierno anterior terminó como si se tratara de una competencia en la cual cada grupo podía esgrimir a sus propios difuntos, hasta con la construcción de monumentos conmemorativos y selectivos como extremo grotesco. De este lado tenemos a los soldados muertos y de aquel a los civiles.
Calderón incumplió acuerdos, ofertas protocolos y tratados internacionales en pos de una sola cosa: la buena voluntad y la mejor opinión de las organizaciones “ciudadanas” de Derechos Humanos, en especial las promotoras de una idea parcialmente cierta: la violencia nunca tuvo como motor principal la actitud desorganizada del gobierno; la violencia fue responsabilidad única y culpa de los delincuentes a los cuales se debe perseguir con “toda la fuerza del Estado”, sin ponerse a pensar cuántos de ellos trabajaban (y quizá aun lo hagan) gracias a la colaboración o la vista gorda del gobierno.
El mayor respaldo hacia la política de Calderón, así se expresara en condenas parciales y esporádicas, provino, obviamente de la señora Isabel Miranda de Wallace cuyo movimiento ofreció en ciertos momentos (y hasta ahora, con motivo del descongelamiento de la Ley de Víctimas controvertida por FCH) su solidaridad ante el empeño histórico y valiente del gobierno.
En este contexto es imposible olvidar las palabras de Felipe Calderón durante la entrega del Premio Nacional de los Derechos Humanos a la señora Miranda a quien presentó en un discurso extravagante como su fuente de inspiración y casi ejemplo en la vida.
En ese sentido tanta armoniosa condescendencia, respaldada por el comisionado nacional de los Derechos Humanos, Raúl Plascencia (complacencia), permitía empujar fuera de la carretera al movimiento de Javier Sicilia cuya exigencia no se limitaba al tratamiento de las víctimas sino al cambio de un injusto modelo político y social, cuyo sólo enunciado era ya una condena al panismo calderonista, del cual Isabel Miranda terminó siendo abanderada en las elecciones por el Distrito Federal.
En ese sentido el asunto Cassez se convirtió en una batalla con la señora Miranda, como jefa de artillería, de cuya virulencia llegó a depender del destino de la joven francesa cuya condición de víctima de los atropellos publicitarios de García Luna, la exhibición por la televisión de una captura recreada y dramatizada y los fallos derivados de todo esto en su proceso, nunca fueron vistos por los franquiciantes de la victimización.
Por el contrario. Empujaron a Calderón a retractarse de su oferta por escrito a Sarkozy de revisar el asunto bajo los términos del Tratado de Estrasburgo, cuyo cumplimiento hubiera enviado a la señora a una prisión francesa y metieron al país en un sainete diplomático, del cual Francia fue parte activa, pero los demás países observadores asombrados ante la forma como la ley se tuerce en este país mediante montajes probados de aprehensiones en technicolor, y atropellos de distinta intensidad al proceso judicial hoy al parecer subsanado tras un largo camino por la Suprema Corte de Justicia.
Piensen en las víctimas claman los defensores mientras se colocan las manos en la cara como si fueran una réplica del célebre grito de Munch perseguido por un cielo de sangre, cuando la señora Cassez, más allá de su complicidad en los secuestros del Zodiaco, fue colocada también en la posición de víctima, gracias a los esfuerzos de propaganda de un gobierno cuyos mejores momentos fueron una pesadilla. Cómo estarían los peores.