Se llama “Museo modo” y está en la calle Colima de la colonia Roma (no en Tabasco como mal dije en la radio) en la ciudad de México. Es una vieja casa catalogada como tesoro artístico de la capital, muy cerca de la antigua sede del Instituto Nacional de Antropología e Historia.
Tiene una fachada gris y unos balcones de cemento bombachos y floridos en el mejor estilo “art nouveau” de la olvidada “Belle époque”. En la puerta hay una advertencia y una disculpa: la vejez de la obra no permite hacerle rampas ni dar otras facilidades a los minusválidos.
Nadie, ni Antonio Gaudí ni Frank Lloyd Wright, ya no se diga Le Corbusier o Luis Barragán pensaban en ellos como el eje de ninguna arquitectura. Pero ese es otro asunto.
Lo interesante de ese museo, cuyo universo cabe en un pañuelo, pero no por eso es menos notable, es su más reciente muestra, una jocosa colección de objetos, adminículos, carteles y utensilios y toda clase de recuerdos, como se dice ahora, en relación con la propaganda política.
Botones con fotografía de Don Porfirio Díaz; retratos de Luis Donaldo Colosio (algunos de la colección de Velia Rodríguez) y lemas, muchos lemas de los priístas predominantemente, pero también de Luis H. Álvarez, Efraín González Morfín, Diego Fernández de Cevallos y en abundancia abrumadora de Vicente Fox; gorras, relojes, vasos, botellas de cerveza con etiquetas alusivas al voto o al candidato, plumas, encendedores y todo el catálogo de recordatorios portátiles ne los cuales el fuego del cigarrillo se ilumina con el “Arriba y adelante” de Luis Echeverría, por ejemplo.
Pero hay frases inmortales. “Plutarco Elías Calles, el candidato de los revolucionarios”; “Trabajo, creación, libertad; José Vasconcelos”; Adolfo Ruiz Cortines, “el candidato nacional” y por encima de todas ellas, obviamente, “Sufragio efectivo; no reelección”; divisa de Francisco Ignacio (no Indalecio) Madero y cualquier cantidad de palabras vacías –como ahora–, con la única finalidad de llamar la atención fugazmente en tiempos cuando se sabía con toda claridad quién iba a ser el ganador y aun después.
Como dice Juan Manuel Aurrecoechea, curador de todo este asunto:
“La parafernalia que aquí se exhibe, nos invita a un viaje muy especial por nuestro pasado ciudadano. Como en todos los objetos que han sobrevivido a la función inmediata para la que fueron diseñados, su momento quedó indisolublemente impreso en ellos y aquí podemos evocarlo. Son huellas del pretérito en las que esta inscrita nuestra historia política y los caminos que ha tomado la democracia en nuestro país, opero también parte de las historias de la comunicación política y el diseño mexicanos durante el siglo pasado.”
Hace algunos años Eulalio Ferrer escribió un ensayo maravilloso en torno de la propaganda política y su fraseología pertinaz. Llamó a su libro “De la lucha de clases a la lucha de frases”.
Mucho de esto se ve en la exposición a la cual ayer acudí y donde hallé algunas cosas sorprendentes.
Por ejemplo, el oportunismo frente al crónico desempleo en México.
Lo crea usted o no, ahora cuando la propaganda nos abruma y los 4 mil toneladas de plástico de pendones, pasacalles, banderitas y pegotes nos afean la de por si horrorosa ciudad, hubo un tiempo cuando los matacuaces de engrudo, brocha y cartelón, tenían hasta un Sindicato de Fijadores y Repartidores de Propaganda del D.F.
Y no solo eso, se habían mandado a hacer las mexicanísimas “charolas” en una placa dorada como de aduanero, con águila y todo, y la abrumadora advertencia: “Agente de la Delegación de Propagandistas Viajeros y Servicio Confidencial en la República Independiente del Centro (¿?) Director Pro Ávila Camacho.”
Hay una botella de cerveza con la efigie de Ernesto Zedillo (de intolerable sabor, seguramente) y un tequila Vicente Fox cuya cruda de seguro seguimos pagando. Se exhibe también una lotería en la cual las ilustraciones son las mismas de siempre, pero un cuadrito nos muestra “La urna” y una mano con el voto del PRI por la rendija.
Más allá de la maldad de toda propaganda política y su intención de engañar, en esta exposición no hacemos u n recorrido por nuestra historia política. Caminamos en reversa el divertido sendero de nuestra ingenuidad nacional.