Ray Bradbury había vendido más de 40 millones de libros cuando me envió una carta en la cual ni la firma vení de su propia mano.

Obviamente la mandaron sus agentes de relaciones públicas (debe haber tenido por lo menos una docena de ellos) desde aquel edificio azul de Los Ángeles donde funcionaban su empresa editorial, sus oficinas personales, su teatro, y su imperio corporativo.

Yo le había solicitado una entrevista y la misiva, cuyo original perdí quien sabe cuando, respondía las muchas razones por las cuales no sería posible en esos meses, claro, pero más adelante consideraremos su solicitud con todo interés y bla, bla, bla.

Otros tuvieron mejor suerte.

Enrique Loubet Jr., hizo un memorable texto con sus conversaciones bradburianas y mi tío, Alfredo Cardona Peña reseñó con prosa magistral sus conversaciones con el cronista de Marte.

Pero en ninguna de esas dos pláticas publicadas se pudo enlazar, quizá por la época, el ingenio de este soñador de los suaves vientos siderales con una elección presidencial.

Quizá su cuento “El ruido de un trueno” había sido opacado por otros de mucha mayor fortuna editorial como la advertencia futurista de un mundo sin libros llamada “Farenheit 451” cuyo título será por cierto el único epitafio en la tumba del escrito muerto hace unos cuantos días.

Pero el cuento del trueno es una explicación fabulosa de muchas cosas sobre las cuales a veces no podemos encontrar otras luces. Y una de ellas es la razón por la cual alguien gana o alguien pierde una elección para la presidencia de un país.

Para quien no lo recuerde, haré una breve sinopsis del relato. En una época no determinada del siglo XX alguien ofrece un servicio insólito: viajar por el tiempo para matar cualquier animal de su capricho. Puede ser desde un tiranosaurio Rex hasta cualquier otra especie de cualquier época de la Tierra.

Un hombre, aliviado por el resultado electoral del día posterior entre un candidato con tendencias tiránicas (Deutscher) y otro de manifiesta serenidad y buen juicio (Keith; el ganador), decide hacer su safari para matar “su” dinosaurio.

“—Sí, dijo el hombre detrás del escritorio–. Tenemos suerte. Si Deutscher hubiese ganado, tendríamos la peor de las dictaduras. Es el “antitodo”, militarista, anticristo, antihumano, anti intelectual. La gente nos llamó, ya sabe usted, bromeando pero no enteramente. Decían que si Deutscher era presidente querían ir a vivir a 1492. Por supuesto no nos ocupamos de organizar evasiones, sino safaris…”

En el relato se previene al cazador del tiempo sobre lo peligroso de salirse del sendero previamente marcado. Por ningún motivo se debe pisar fuera de esa zona segura y delimitada.

–¿Por qué?

— “No queremos cambiar el futuro. Este mundo del pasado no es el nuestro. Al gobierno no le gusta que estén os aquí. Tenemos que dar mucho dinero para conservar nuestras franquicias. Una máquina del tiempo es un asunto delicado. Podemos matar inadvertidamente un animal importante, un pajarito, un coleóptero, aun una flor, destruyendo así un eslabón importante en la cadena de la evolución de las especies.”

Como es obvio, el imprudente desacata la orden. En un cierto momento de peligro y pánico se sale de la ruta y hace un horrible descubrimiento:

“…hundida en el barro, brillante y verde y dorada y negra, había una mariposa, muy hermosa y muy muerta.

“— ¡No algo tan pequeño! ¡No una mariposa!

Tras darse cuenta de cómo su acción había cambiado algo en la indescifrable cadena de los hechos y las casualidades, el cazador preguntó quién había ganado las elecciones presidenciales. ¡Deutscher!, le dijeron.

–No ese condenado debilucho de Keith. Tenemos un hombre fuerte ahora. Un hombre de agallas.

“…Cayó de rodillas. Recogió la mariposa dorada con dedos temblorosos.

“— ¿No podríamos –se preguntó a si mismo, le preguntó al mundo, a los oficiales, a la Máquina–, llevarla allá, no podríamos hacerla vivir otra vez? ¿No podríamos empezar de nuevo? ¿No podríamos…?”

Obviamente cualquier resultado podría haber tenido el mismo origen. La maestría del cuento consiste en decirnos cómo somos resultado de accidentes originados hace tantos y tantos años y cuyo fin, si es un fin, no es otra cosa excepto un escalón en la cadena infinita del azar.

–¿Estaremos los mexicanos a pocos días de conocer el resultado electoral causado por alguien del futuro cuya imprudencia mató de un pisotón una mariposa?

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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