Enrique Peña Nieto no será quien disfrute los beneficios económicos de estas medidas. Su premio hasta ahora es político: haber hecho en tan poco tiempo la imposible tarea de sus antecesores: colocar los cimientos de un México distinto.

Por muchas razones, el 11 de agosto de 2014 marca una fecha terminal y al mismo tiempo el inicio de una nueva forma de ver la economía de este país.

Discutir ahora sobre la inmediatez de los beneficios de la reforma ya instituida es bordar en el vacío. Los caudales de capital y la avalancha de recursos tecnológicos, el crecimiento del empleo y la disminución del precio en los servicios de gas y energía eléctrica, son cosas del futuro. ¿Cuánto futuro? Nadie lo sabe. En esta vida sabemos cuánto duró el pasado; nunca cuánto futuro tenemos por delante. El porvenir va a llegar, con nosotros o sin nosotros.

Lo notable es cómo a lo largo de 76 años México, al menos en el discurso oficial, cambió su forma de verse a sí mismo. La orgullosa imagen de una nación proveniente de la mayúscula convulsión revolucionaria, cuya consecuencia fue la creación de una distinta forma de ver la vida, con orgullo y reverencia por los miles de muertos del movimiento revolucionario, ya es cosa de la historia.

Hoy las leyes derivadas de aquel movimiento plasmadas en la Constitución de 1917, no en el decreto de nacionalización industrial petrolera, son vistas como “barreras que impedían a México crecer de manera acelerada y sostenida”, según aludió abiertamente el presidente Peña.

No es éste ni el espacio ni el momento para debatir lo ya debatido. El mundo cambia, las sociedades se transforman y los dogmas de antaño son las estorbosas mitologías de hogaño. No por eso secundo la ferocidad de críticos a toro pasado como Germán Martínez y su vitriolo de bolsillo, o Jesús Silva Herzog-Márquez ni Francisco Martín Moreno, quienes han denostado a Lázaro Cárdenas hasta los repugnantes niveles del insulto.

Cárdenas ayudó a trazar el perfil del hombre mexicano y halló en los espacios de la pre-guerra un seguro de vida para la incipiente organización social derivada de un movimiento armado cuyo producto fue un México estable, orgulloso, con identidad y rostro propio y en crecimiento durante muchos años. Casi un siglo.

 

Pero a fin de cuentas la audacia de atender los problemas de la geopolítica y disponer de los recursos petroleros e industriales antes del estallido de la 2ª Guerra Mundial, le permitió a México garantizar su estabilidad y su autonomía, así se haya adherido a los aliados mediante la declaración de guerra pronunciada por Manuel Ávila Camacho. Fuimos a la guerra sin salir de la casa, excepto si creemos en la imaginaria epopeya del Escuadrón 201.

 

Hoy la promulgación de la reforma nos permite ver con los ojos de la globalidad. ¿Serán posibles todas las promesas? Es otra cosa aún no sabida y muy difícil de pronosticar. Pero si algo ha caracterizado a este gobierno es el optimismo eficaz, la ejecución política casi por nota de sus intenciones de transformar y no sólo administrar.

 

Enrique Peña Nieto no será quien disfrute los beneficios económicos de estas medidas. Su premio hasta ahora es político: haber hecho en tan poco tiempo la imposible tarea de sus antecesores: colocar los cimientos de un México distinto.

 

rafael.cardona.sandoval@gmail.com

 

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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