Rígida y con ribetes de monarquía fracasada a cuyos afanes imperiales le quedaba únicamente algunas frases y algunos rincones como el Palacio Nacional o el sofocante traje negro de Don Benito Juárez y su pétreo rostro de apotegma perpetuo, la presidencia de la República se ha convertido en México (y no solo por los desatinos de la 4-T, sino desde los tiempos de la Coca-Cola empoderada), en una hilarante función de circo o de carpa donde los ministros dan risa y los bufones nos aburren.

El lenguaje, o mejor dicho, el abaratamiento proletario –pero exitoso–, de la comunicación, nos ha llevado a extremos en el fondo dichosos: el presidente les recomienda a sus adversarios, enemigos y malquerientes afectados por la picazón, el ardor, la urticaria, el sarpullido o la roña envidiosa, el unto de Vitacilina. 

Solo le faltó decir, ¡Ah! Que buena medicina.

El presidente desciende el lenguaje a los tonos de comprensión analfabeta en un país de analfabetos funcionales. Por ahora no contemos ese millón de rezagados perpetuos cuyos ojos no distinguen ni la “O” ni la “A”. Simplemente no saben leer ni escribir, habilidades no requeridas en el amplio campo en la comunicación oficial.



El verdadero cambio nacional no es de fondo, ni siquiera de forma. Es de lenguaje. No se usa la palabra para comunicar sino para aturdir, confundir y abrumar. No es suficiente mentir.

El presidente usa todos los sonidos posibles para sembrar la distracción permanente, a veces con ideas de un simplismo escalofriante, como eso de la reserva moral de los pueblos indígenas o los perdones simbólicos a personas cuyos bisabuelos ni siquiera habían nacido cuando la Guerra de Castas. Ya no digamos ellos. 

Pero la boca del perdón también es la boca del anatema. Para eso tenemos casi en todo “Dos bocas”, dos éticas, dos raseros y dos conveniencias. 


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Ahora, sentado en la silla del poder, esa cuya irradiación embruja a los hombres y los enloquece, según dijo el general Emiliano Zapata, quien de eso creía saber, el carajo es destino al cual el patriarca ceñudo nos puede mandar con un chasquido de los dedos. Pero también, en sus ratos de humor, nos conduce a la risa sin sordina, para usar Vitacilina.

Pero por estar de acuerdo o en desacuerdo, con estos chistoretes, nadie pide ya más explicaciones sobre cosas importantes.

¿Por qué los ladrones de gasolina de Tlahuelilpan, se merecen un monumento memorial y los muertos del derrumbe del Metro no sirven ni para una triste foto en la capilla ardiente?

Pues porque aquellos robaban por necesidad y estos otros muestran con sus cadáveres por delante la corrupción de algunos funcionarios de la 4-T y sus obras hechas (imitemos al patriarca), con Resistol y palitos de paleta.

Aquellos eran necesitados en pos de un justo botín, del beneficio marginal del saqueo de los combustibles nacionales. A ellos los mataron los “huachicoleros” coludidos con los conservadores de cuello blanco a los cuales Octavio Romero se ha propuesto extirpar de la empresa petrolera cuya gestión incorruptible (como la cuña y el palo) nos llevará al mejor negocio del mundo, el cual ha comenzado en el Parque de los Ciervos (los otros “siervos” de la Nación), si hacemos una libre traducción de “Deer Park”.

Los muertos del Metro son ganancia de zopilotes, en esta época de carroña política. Por eso no se les enciende ni una candela en el velorio. Al carajo.

El lenguaje abrumador, como decía, Pero Grullo, abruma, ensordece, porque los oídos del pueblo se tapan con tanto barullo. 

“…Para aturdirla de los sentidos, le daba besos en los oídos…” decía el viejo bolero interpretado por “El Güero” Gil y Enrique Nery.

A este crédulo y mal informado pueblo analfabeta, nadie le da besos en los oídos, le dan abrazos, no balazos, canciones el día de las Madres y consejos de obediencia materna para quienes se conducen mal, y recorren los feos los caminos de la violencia y el delito.

El mensaje nos dice cómo vamos, bien; muy bien, requetebien, o cómo nos sentimos dichosos más allá del contento, lo que le sigue a la dicha, porque además somos ejemplo y asombro del mundo en cuanto a la recuperación económica. Ya merito.

Y en cuanto a la epidemia, parte local de la pandemia, ni hablar: la hemos vencido no una ni dos sino muchas veces, En cada intervención presidencial, la pandemia se cae a la lona como si fuera rival del “Canelo”.

No importa si luego se levanta con 300 o 400 cadáveres más: hace meses nos vencía con mil quinientos o dos mil, por jornada. Le estamos poniendo una severa madriza.

Los otros países, pobres, esos cuya ciencia nada más produce vacunas porque no tienen un canciller capaz de conseguirlas a precios ignotos, pero de seguro bajísimos, aspiran a vencer a la pandemia una sola vez. Nosotros la abatimos a cada rato.

Cosa del aturdimiento y el mesmerismo. 

Un homenaje cotidiano a Franz Friedrich Anton Mesmer, cuya mayor aportación al hipnotismo es simple: la gente se sugestiona sola. Y se hipnotiza (también se idiotiza), sola. Tía Lola.

Rafael Cardona | El Cristalazo

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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