Con insólita frecuencia escuchamos: la universidad de quien sabe dónde (por lo general de países desarrollados) ha realizado una investigación cuyas conclusiones demuestran palmariamente la relación entre la mantequilla de cacahuate y la aparición del cáncer en el páncreas, la pérdida de la libido; la demencia senil o el olvido de la firmeza masculina entre los 85 y los 90 años de edad.

O bien, la investigación perengana ha probado la incidencia entre el uso del teléfono celular y los tumores cerebrales; la hiperplasia benigna o los choques a más de 50 millas por hora.

Los monumentos a la bobada con el adecuado disfraz de un membrete académico, aceptados y propagados es consecuente en todos los medios de comunicación cuya necesidad de llenar el espacio cotidiano cada vez más ayuno de anuncios o noticias, hace el resto. Si algo faltara en la propagación de estas revelaciones, están los programas para la mujer cuyo sexismo es evidente: si es programa de señoras, caben ahí todos los chismes y memeces del mundo. Al fin, son para mujeres.

Pero todo tiene una razón: las universidades necesitan investigar, se requiera o no, para prolongar el financiamiento de empresarios e instituciones filantrópicas. Nadie les daría un centavo si un día dijeran: no tenemos tema por delante. Horrible. Es como cuando se fuerza la realidad (y la calidad) para entregar anualmente premios de literatura o periodismo: a cada rato se enteran , después del niño ahogado, cómo los galardones les fueron entregados a reporteros inventores de textos falsos. Bailan el oso y prometen endurecer los mecanismos.

Pero los premios (y las academias) son como el circo, la función debe continuar, se caiga o no el trapecista o el león se mastique a su domador.

Y ya no se diga en el Tercer Mundo, donde los autores más reconocidos terminan siendo reconocidos plagiarios en tribunales cuya sentencia los obliga a pagar por la inteligencia robada.

Pero esa es la consecuencia de confundir las instituciones con las fábricas de cualquier cosa. Y en la política no están lejos de esa compulsión, sobre todo cuando al Poder Legislativo se le exige hacer leyes con un criterio industrial. Ya hay quien habla (y demanda) de la “productividad legislativa”.

En esas condiciones la realidad nacional es una cuestión de hacer leyes cuya vigencia nos permitirá, dentro de cinco o seis años, un país mejor organizado, con mecanismos modernos cuya condición subdesarrollada será más operante y mejor para todos y nos llevará (como tantas veces antes nos han dicho) a la justa prosperidad cuyo advenimiento los siglos nos han negado, etc.

En esas circunstancias algunos buscan las reformas para el futuro anhelado y otros les ponen condiciones cuya satisfacción no genera ni desarrollo ni civilización. Vagabundería legislativa.

Exigen una Reforma Electoral (ejemplo) no por necesaria sino —como ha dicho Gustavo Madero, presidente del PAN–, para ganar algo torciendo las condiciones de equidad garantizada, como si eso fuera posible. Según esto, en las dichas circunstancias de igualdad de posibilidades, y sin la mano de los gobernadores (priistas), ellos podrán triunfar, casi como cuando Salinas les regalaba estados, diputaciones y escaños a cambio de la aprobación de sus (otras) reformas y su obsequiosidad para frenar el avance de la izquierda.

La novedad, entre otras de menor lucimiento, es la desaparición de los Instituto Electorales Estatales y el Instituto Federal Electoral, para darle paso a una institución paquidérmica por definición de la cual dependan todos los procesos nacionales. Y ya de pasadita; pues un sistema de justicia electoral centralizado.

Ha habido entre los defensores de este proyecto quien diga, no se trata de centralizar, sino de nacionalizar, como si el retruécano sustituyera la puñalada al federalismo y el chantaje a la necesidad.

Los gobernadores se comportan como virreyes, dicen quienes censuran las intromisiones en la vida política causante de sus derrotas, pero en esa lógica se acusa también de lo mismo al remedio: para evitar los abusos de los virreyes, entreguémosle todo el poder al Rey.

A estas alturas quieren fortalecer, por el camino más extraño, el presidencialismo cuyo acotamiento juraron. EL PAN mermó tanto la Presidencia como para ver el ridículo de la “·docena trágica”. Ni Fox ni Calderón le sirven a los libros de historia para una página impar. Uno extravagante y superficial y el otro rencoroso y extraviado.

Pero ya hay quien prepara las exequias del IFE, esa “noble institución con la cual los mexicanos arribaremos al siglo XXI en condiciones de mejoría democrática, etc”, como decían las loas de entonces. Hoy ya lo quieren desguazar como barquichuelo escorado.

Y a toda esa mojiganga le llaman democracia. Como diría mi politólogo de cabecera (Brozo, el Payaso tenebroso), ¡Que hueva!

SENADO

Mientras se logra o no la amenaza de un cerco “pacífico, democrático” y todo lo demás, como hizo Calleja contra Cuautla, el Senado de la República prosigue con los Foros de energía. Están programados el gobernador de Morelos, Graco Ramírez Garrido-Abreu, y el de Campeche, Fernando Ortega.

También están invitados los presidentes de la Cámara Nacional del Autotransporte de Carga (Canacar), Roberto Díaz Ruiz; de la Cámara Nacional de la Industria del Hierro y del Acero (Canacero), Alonso Ancira, y el presidente de la Bolsa Mexicana de Valores BMV), Luis Téllez, así como del ex secretario de Hacienda, David Ibarra.

Ya se presentó Javier Arrigunaga, presidente de la Asociación Mexicana de Bancos (ex Mr. Fobaproa) ; Gerardo Gutiérrez Candiani, líder del Consejo Coordinador Empresarial, y Francisco Fountanet Mange, cabeza de la Concamin.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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