Nos dice el diccionario: Oxímoron. “Recurso retórico consistente en combinar dos palabras o expresiones de significado opuesto. Debe permanecer invariable en plural (los oxímoron) , ya que no existen en español sustantivos sobresdrújulos. También se documenta y es válido el plural “oxímoros”.
Pero más allá de la retórica y sus mecanismos resulta hasta jocosa la oposición conceptual: el subsecretario de prevención del delito carga una orden de aprehensión en las espaldas.
Y eso nos lleva a otro momento de humor, si bien aquel involuntario, este con toda la intención del caso.
No recuerdo ahora quién, pero cuando Arturo Escobar fue nombrado en el puesto ahora perdido (quien sabe si vaya a perder algo más en los días por venir), publicó una caricatura en la cual el aludido se ufanaba de estar en un área de prevención del delito, precisamente por su conocimiento de causa en la comisión de hechos ilícitos.
Y decía algo relacionado con el apretón, la cuña y el palo.
Pero los oxímoros son algo consustancial a la “ética política” del Partido Verde Ecologista de México (y ese es otro oxímoron), organización tracalera y corsaria desde su fundación.
Solo a esta oportunista agrupación política se le ocurre, en abierto desafío a la lógica, prohibir los animales en los circos y entregarle la medalla Belisario Domínguez a un empresario taurino y criador de toros de lidia y sacrificio como Don Alberto Bailleres. Ya de la fama contaminante y antiecológica de las empresas del grupo Peñoles, ni hablar.
Pero no se necesita ir al circo para saber aquello de cómo baila el perro; con dinero, pues. Sin embargo ahora no es asunto de canes sino de rufianes y por eso fue posible ayer por la mañana leer esta información destacada en la primera plana de Crónica:
“…La Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales (Fepade), dependiente de la PGR, solicitó a un juez girar orden de aprehensión en contra del ex dirigente del Partido Verde Ecologista de México (PVEM) y actual subsecretario de Prevención y Participación Ciudadana de la Secretaría de Gobernación.”.
En este momento ya no importa si Escobar podrá volver al cargo; importa el antecedente, pero también lo consecuente. Este caso no parece tan simple como viajar con un millón de pesos en las alforjas.
“De acuerdo con la Fepade, tras seis meses de investigación –sigue diciendo Crónica–, se concluyó que el político transgredió la ley electoral al celebrar, en su calidad de representante del PVEM, durante la reciente precampaña electoral, un contrato con una empresa para la elaboración y entrega indebida de 10 mil tarjetas Premia Platino”.
Hoy el partido Verde, además de su condición de coleccionista de multas provenientes de la autoridad electoral, nos permite a muchos confirmar la validez del viejo apotegma: si algo empieza mal; acaba peor.
Ya no tiene mucho caso insistir en la negrura histórica del partido Verde. Para los fines actuales y la escritura de la realidad, basten estas palabras:
“…Se impondrá de mil a cinco mil días multa y de cinco a quince años de prisión al que por sí o por interpósita persona realice, destine, utilice o reciba aportaciones de dinero o en especie a favor de algún precandidato, candidato, partido político, coalición o agrupación política cuando exista una prohibición legal para ello, o cuando los fondos o bienes tengan un origen ilícito, o en montos que rebasen los permitidos por la ley”.
Este asunto tiene muchas repercusiones. La primera, ya dicha en contra del menguado prestigio del Partido Verde cuyo registro subsiste de manera milagrosa frente al aluvión de evidencias delictivas (500 millones de pesos en sanciones).
La segunda, la fragilidad política de la mayoría del PRI en la Cámara de los Diputados y la facilidad como ahora será cuestionada. Pero se debía pagar la suma de votos y la relativa mayoría, hoy tan desacreditada.
Estas son las consecuencias de un nombramiento tan cuestionado sobre cuyos alcances (en sentido negativo) no se reflexionó lo suficiente. O quizá se calculó con soberbia, con el último recurso de así quiero y así se hace. A ver ahora cómo habla César Camacho de su socio.
Y la tercera, una raya más en el pelaje del tigre de Los Pinos, cuyos días no pasan sin un enorme dolor de cabeza cada mañana… y cada noche.