Las recientes decisiones judiciales en contra de la celebración de espectáculos taurinos en la Plaza México de esta ciudad, han detonado, una vez más –como en los tiempos de Venustiano Carranza– un debate en torno del salvaje primitivismo de la fiesta o su valor como una expresión cultural, en buena parte del mundo hispanoamericano, sin tomar en cuenta, por ahora, las tradiciones en el sur de Francia.
Personalmente no tengo ningún interés –ni pretensión— de enseñarle a nadie algo sobre la tauromaquia. Tampoco me interesa convencer a persona alguna. Yo mismo no paso de ser un diletante cuyos conocimientos en esta materia histórica de tanto arraigo, son míos y sólo para mí. No me interesa hacerle entender nada a un sajón o un teutón. Tampoco a cualquier animalista conmovido.
Pero sí sería conveniente recomendarles a los opositores a la fiesta, una mejor argumentación, con recursos ciertos e inteligentes; argumentos de peso. Argumentos reales. Si se instalan en el maltrato animal y la crueldad, se los admito.
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Si me dicen de cómo le duelen al toro las heridas y la muerte a estoque, también me parece. No discutiré acerca de cómo el toro con bravura instintiva supera sus quebrantos y puede matar a alguien hasta con la espada hundida en el lomo (¿Manolete?).
Pero la inutilidad de su sacrificio –me dicen– justifica su prohibición, lo admito también. Prohíbanlo todo. Todo. Las peleas de gallos, de hombres; los combates de peces o serpientes en Asia y las peleas de perros, supuestamente vetadas, pero aun practicadas en el clandestinaje.
Pero no invoquen falsedades, como, por ejemplo, ésta publicada ayer en “El universal” por una señora indignada.
“…Hace unos meses, el gobierno de la CDMX prohibió las corridas de toros. Pero presionado por los enamorados de la tauromaquia, volvió a permitirlas y seguiremos teniendo corridas los domingos…”
Eso no es cierto. El gobierno de la ciudad de México no ha prohibido las corridas de toros. Hubo un dictamen de una comisión (relacionada con el maltrato animal) en el Congreso de la capital, cuya discusión no se ha culminado en los términos del proceso legislativo cuya mecánica no le es ajena a la sabiduría de la quejicosa dama.
Y algo más: el actual estado de la veda es simplemente para festejos en la Plaza México, no en otras plazas capitalinas, gracias a un amparo presentado por la fantasmal organización “Justicia justa”, seguramente prima hermana de la “Verdad verdadera” y la “Sabiduría sabia” y la “Mendacidad mendosa”. Pero hasta ahí.
Es más: la sabia Cuarta Transformación cuyos logros en varias ocasiones esa culta mujer ha encomiado, no tiene ni siquiera una postura al respecto, y ya la señora Claudia Sheinbaum, siempre del lado de los movimientos de avanzada (¿la vieron en la marcha del sábado?), ha preferido salirse por la tangente de la consulta antes de expresar un punto de vista congruente con la corrección política. Ni para eso.
Pero hay otro argumento falso en el texto. Este:“…hemos arrasado no solo a casi todas las especies de toros, hemos arrasado a miles de otras especies y hemos convertido a buena parte de nuestro planeta en un terreno baldío…”
Más allá del recuerdo de T.S. Elliot y la waste land, el deterioro ambiental, la extinción de otras especies y demás calamidades de la vida no son culpa de la fiesta. Esta ha desarrollado este variedad mediante la genética experimental.
Es una especie producida, como, por ejemplo, los perros Dóberman o las vacas enanas, los bonsai y en otros campos los frutos híbridos o las mulas, sin alusión alguna.
En fin, cada quién se equivoca de acuerdo con su gusto y posibilidad. Al fin y al cabo, la vanidad consiste en creer que los demás son idiotas, o estúpidos, como dijo el analfabeto locutor de las cosas pedestres en una infame columna de Reforma.