En el extremo de su coprolalia; es decir, la frecuencia grosera de insultar, usar expresiones sucias, soeces (hablar mierda, pues), y por extensión, agresivas, hirientes y despreciativas, Donald Trump, maestro en eso llamado “el arte –sin arte alguno en este caso–, del insulto”, ha dicho ni más ni menos: los inmigrantes no son personas, son animales.

La prensa salvadoreña (17 de mayo) reproduce un cable de la Associated Press, esa gran agencia rockefeleriana, en la cual se trasluce la misma actitud del presidente americano. Quizá no se dan cuenta, pero piensan igual cuando dicen sobre las reacciones al dicho presidencial y las críticas de quienes creen inapropiado ese lenguaje.

¿Habrá alguien capaz de considerarlo apropiado? ¿La negativa de humanidad de las personas, la animalización de los migrantes como si fueran manadas vagabundas en busca de pastos crecidos para alimentarse en los helados caminos del invierno, como renos en la estepa, como venados en el frío; como aves en la estación difícil, como mariposas Monarca?

Esto dicen:

“…El comentario del presidente Donald Trump, que equiparó a los inmigrantes en situación irregular con “animales”, suscitó el jueves fuertes condenas de quienes consideran inapropiado ese tipo de lenguaje.

“Chuck Schumer, el líder de los demócratas en el Senado, envió un mensaje por Twitter declarando:

“Cuando nuestros antepasados vinieron a América, no eran ‘animales’, y esta gente tampoco lo es”.

“Trump hizo los comentarios durante una reunión el miércoles con dirigentes republicanos de California que se oponen a los intentos de los líderes de ese estado para resistir las duras políticas anti inmigratorias del actual gobierno federal.

–“Tenemos un montón de gente entrando al país, o tratando de entrar, y a muchos de ellos los detenemos”, dijo el mandatario.

–“Ustedes no podrían creer lo mala que es esa gente, no son siquiera personas, son animales”.

“Aquí está su resistencia republicana en contra de lo que están haciendo en California”, dijo la asambleísta Melissa Meléndez, utilizando un término usado por los demócratas que se oponen a la presidencia de Trump.

“Ella, al igual que otros, dijo que el mandatario y sus políticas son mucho más populares en el estado de lo que la gente cree.

“Es una crisis”, dijo Meléndez sobre la situación”.

Lo grave no es sólo el discurso de Trump, y lo hemos dicho una y mil veces. Lo terrible es cómo ese discurso revela y refleja; reproduce en tono y contenido, cuántos millones de estadunidenses piensan de la misma forma y respaldan esas actitudes.

Algunos lo dicen; otros lo callan o lo aprueban en la intimidad.

El murmullo crece por América y sólo quien ha vivido o trabajado allá lo sabe. El desprecio y el odio, grande o pequeño, no son aportaciones de Trump, son lugares comunes en la agresiva sociedad estadunidense, forjada en los ideales humanísticos de George Custer, por encima de la sabiduría de Franklin o de cualquiera de esos a quienes ellos llaman “Padres fundadores”, esclavistas y déspotas.

Genios; si, como Adams, Madison o quien se quiera del grupo, pero soberbios y altaneros como para haber cimentado un imperio, no sólo una nación. Y paradójicamente con las puertas abiertas para la inmigración europea.

Los negros, los asiáticos, llegaron encadenados por el Atlántico o en el hacinamiento de los barcos de la costa oeste para ser usados como esclavos en os algodonales y campos de cultivo del Sur, o en el tendido de las vías ferroviarias.

Los “coollies”, los “niggers”, los frijoleros, los “greasers”.

Todo cabe en el “melting pot” de su racismo.

La historia de los trabajadores chinos proviene de la abolición de la esclavitud. Como ya no compraban trabajadores, los dejaban llegar y luego los enganchaban. Los indios, los chinos y algunos coreanos, huían de las hambrunas asiáticas. Nunca China fue tan pobre como cuando la dominaban los ingleses.

Como ahora los salvadoreños, mexicanos nicaragüenses y demás habitantes de la América Mestiza, los orientales huían en busca de oportunidades y los contrataban sin garantías ni respeto a ninguno de sus derechos.

Desde ahí viene la noción de supremacía, ahí nace el destino manifiesto; de ahí sale la doctrina de James Monroe. Y quien no quiera aceptarlo y siga creyendo en los Estados Unidos y su leyenda como la eterna Disneylandia de los adultos, está equivocado.

–Muchos años hace conocí al líder “chicano”, Reyes Tijerina quien harto de las palizas en los campos agrícolas, la persecución de la “migra”, las redadas y todo eso cuya frecuencia hoy espanta a los recién llegados e indigna en Tijuana a nuestros candidatos a la presidencia, llegó a una conclusión irrebatible e inservible.

–Lo que pasa, me dijo con seriedad profunda, es que “el anglo”, es el diablo”.

Pero para creer en diablo primero es necesario creer en Dios. Por lo tanto los problemas caerían en un asunto teológico. Sin embargo Reyes tenía razón en algo: lo diabólico es lo inhumano.

Eso de los animales, como figura denigratoria, es, por otra parte, muy frecuente en muchas partes.

Para el Islam cualquiera es un perro infiel si no se prosterna con la frente hacia La Meca. Los judíos llamaban marranos a los judíos conversos. Los católicos, simplemente los llevaban al Santo Oficio.

Dice el sitio “judíosyjudaísmo.com”:

“…Para 1450 un tercio de los judíos que residían en España, siendo una de las más grandes comunidades del mundo en su momento, había abandonado el judaísmo y se había convertido al cristianismo.

“Todos estos judíos son los que conocemos bajo el nombre de “conversos”. Un nombre más negativo o despectivo para llamarlos es la palabra “marrano”….”

Parte de la crueldad con la cual se actuaba en la guerra tribal de África en Ruanda, se debió a la persistencia del insulto y la denigración, la deshumanización del otro. Veamos:

“Mientras “periódicos como “The New York Times” o el “Washington Post” publicaron crónicas diarias en aquellos momentos, pero lo hicieron en las páginas interiores, y muchas veces con fotos antiguas o sin contexto que reforzaron el mito de un enfrentamiento tribal”, en los medios impresos y las radios de Ruanda se invitaba a “derribar más árboles, aún no hemos derribado suficientes” o “las cucarachas deben morir”: el mensaje que subyacía era una invitación al asesinato de Tutsis.

Y se logró:

“…está claro que los tutsis fueron masacrados: se eliminó al 75% de la etnia durante el genocidio.” Fallecieron en total entre 800 mil y un millón de personas”. Pero los incitadores del odio dirán lo contario: “matamos un millón de cucarachas”.

Animales. Gran insulto hasta para los temas de menor importancia, como el deporte.

Durante el mundial de futbol de 1966 jugaban en la fase de cuartos de final Inglaterra y la albiceleste. Cuenta una crónica:

“…Corría el minuto 35 de los cuartos de final entre ambas naciones en el Mundial de Inglaterra 66, cuando el árbitro Rudolf Kreitlin decidió expulsar injustamente a Antonio Rattin, capitán de los celestes.

“Fue tanto el enojo del mediocampista argentino que decidió sentarse en la alfombra roja del palco de la Reina de Inglaterra a manera de protesta…

“…Las reacciones no se hicieron esperar y el técnico inglés Roy Hodgson llamó “animales” a los jugadores argentinos… Por eso la “Mano de Dios” fue un acto de reivindicación nacionalista. Por eso –entre otras cosas más allá de Las Malvinas–, Diego es una divinidad en Argentina.

Pero el lenguaje de Trump, con la animalidad como grosero complemento de su más grave aún definición de “agujeros de mierda” para los países expulsores de migrantes, es una afrenta cultural inadmisible en un mundo civilizado.

Lástima, ese mundo civilizado, cada día rige menos en las relaciones Internacionales. Al menos entre México y Estados Unidos.

Y hoy en Tijuana, cerca de la línea donde comienza México y se acaba el territorio americano, los candidatos a la presidencia debatirán sobre la migración, la nacionalidad, las relaciones con América y el mundo; los tratados comerciales y todos esos rollos sobre los cuales poco pesa la opinión nacional, peri tanto sirven para inflamar el nacionalismo patriotero, último recurso del vencido.

No van a decir nada más allá de las frases obligatorias y sobadas del respeto, la dignidad y la soberanía.

Pero detrás de la línea (dijo Amado Nervo), los estará observando, frío y cruel, el ojo del sajón.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

Deja una respuesta