Bastaron dos días enteros de contingencia ambiental para exhibir de cuerpo entero las fallas acumuladas en la imaginaria intención purificadora del aire de la zona metropolitana del centro de México, a la cual, en homenaje a Edmundo Flores llamaremos “Mexcuepuetotlapa” (México, Cuernavaca, Puebla, Toluca, Tlaxcala y Pachuca) y las reales consecuencias encadenadas en los ecológicos asuntos cuya desatención real en los últimos treinta y cinco años, por lo menos, ha producido este frágil e inestable equilibrio en el cual vivimos.
Los fenómenos asociados con el agua, la basura, el transporte y el aire; aunados a la declinante condición del terreno, la pérdida de los mantos y la degradación del suelo mismo, erosionado y deforestado, forman una cadena cuyos eslabones se rompen con facilidad. Entonces llega la normalidad colapsada.
Vivimos de colapso en colapso y cuando no es la escasez programada del agua, la ruptura de un acueducto, la asfixia por los bloqueos de variopintos manifestantes, la incuria frente al patrimonio histórico (ahora despellejan el Hemiciclo a Juárez como antes hicieron con “El caballito”) , es la pudrición del aire dominado por el tóxico y nocivo ozono.
“Paren la ciudad, quiero bajarme”, podríamos decir en alegre paráfrasis de aquella canción de Arctic Monkeys, “Stop the world I wanna get off with you”.
Si todo comenzó cuando en los primeros días de marzo (9 y 10) se realizó el sueño ventoso de una claridad insólita en el paisaje de la transparencia recobrada, como si se tratara de mirar lo irrepetible, a la limpieza sucedió la polución absoluta en grados no alcanzados en los últimos 14 años, pero con una desventaja: hace ese mismo lapso no habíamos desperdiciado ni como ciudad ni como país, casi tres lustros con medias insuficientes, erráticas, convenencieras y políticamente electoreras.
Hoy estamos a punto de hacer una monumental obra legislativa para darle a la ciudad de México una Constitución, pero no hay forma de otorgarle a sus habitantes bocanadas constantes de aire fresco y puro. Al menos no en los días actuales. Cualquier solución llevará años. La única pregunta es si los vamos a resistir antes de caer desplomados como aquellos pájaros cuyo vuelo terminó en el pavimento cuando Miguel de la Madrid era presidente y Manuel Camacho Solís secretario de Desarrollo Urbano y Ecología.
Hoy todos ellos está muertos: De la Madrid, Camacho, los pájaros y la Sedue.
La gran cuenca cerrada y seca sobra la cual se asienta la enorme Ciudad de México, con su recientemente estrenado emblema de CDMX, suma todos los crímenes ecológicos imaginables:
Agotamiento de las lagunas y cuerpos de agua de Zumpango, Chalco y Texcoco a Chapultepec (por decir solo algunos) ; erosión de todas las sierras del norte al sur, muerte y cegamiento de todos los ríos de Mixcoac y Churubusco a la Magdalena; “urbanizaciones” por encima de los 2 mil 400 metros; gastos desorbitados en energía y dinero para traer agua siempre insuficiente, siempre mal distribuida , desde puntos remotos; incapacidad para procesar todos los residuos y basurales producidos cotidianamente por más de 10 millones de habitantes, un sistema de transporte caduco, contaminante incómodo, lento e insuficiente, un crecimiento desordenado, anárquico y sin previsión ninguna (no crece la ciudad por evolución sino por tumoración) y una nula noción de la conveniencia general y prolongada en las políticas de gobierno forman el retrato (¿retrete?) del caos cotidiano.
Frente a la acumulación de todos estos fenómenos, los tres años de esta administración se antojan insuficientes para corregir el rumbo.
Por eso se presentan los caprichos metropolitanos. Si la llamada Comisión Ambiental de la Megalópolis (por nombres rimbombantes no paramos) no recibe de cada entidad el mismo esfuerzo y el jefe de gobierno de la CDMX se lo hace ver al virrey del estado de México, Eruviel Ávila, “Don Eru”, éste responde con el cierre de los tiraderos de basura.
Error funesto de “Don Eru”, quien se exhibe como el sucesor de Rafael Gutiérrez Moreno, aquel cacique mugriento y prolífico (le llegaron a contar cien hijos) conocido como “El rey de la basura” y uno de cuyos descendientes, Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre, heredó feudo y mañas, según nos ha relatado la historia reciente.
Pero bueno, de vuelta al caso.
“Don Eru” amaga con asfixiar a la ciudad de México con las 8 mil o más toneladas diarias de basura sólo por el señala miento de su escasa cooperación en el monitoreo de la calidad del aire y en la aplicación de los programas vehiculares restrictivos como el “Hoy no circula” cuya caducidad ya ha quedado demostrada hasta la fatigante evidencia.
La ciudad vive en este asunto la complejidad de muchos problemas cuya atención se debería dar simultáneamente. La causa de la contaminación –no la única, pero sí la principal– es el transporte. Y de éste el privado; el automóvil a quien ahora se quiere ver como si fuera el enemigo público número uno, cuando por años se le exhibió como el trofeo del éxito individual.
El “carrazo” de último modelo, hasta el Ferrari de los sueños son ahora evidencia de aportación personal al problema de todos: el aire sucio.
Si hace años fumar era un placer público y ahora casi una vergüenza clandestina, en algunos lustros los mofles de cada quien (o del auto de cada quien, mejor dicho) serán vistos con la misma repugnancia con la cual hoy alejamos de los tabacómanos de nuestras mesas, nuestros aviones, nuestras salas de cine, nuestros vagones del metro, nuestra vida, en fin.
Hoy el asunto del aire contaminado por partículas y gases nocivos de excesiva concentración, es materia de sabiduría colectiva: todo mundo tiene una solución. Desde el Premio Nobel, Mario Molina hasta el vecino de la acera de enfrente. Todo mundo sabe, todo mundo dice pero el problema se acumula y crece.
El dilema no es si el futuro nos ha alcanzado: La verdadera cuestión es si nosotros vamos a alcanzar al futuro.
CHIHUAHUA
Fue apenas en 2014 cuando el PAN presentó abierta oposición en la Ciudad de México a la propuesta para reforzar el programa “Hoy no circula”, pero eso ya se les olvidó a los panistas cuya promoción legaloide alentó el regreso de 600 mil vehículos a las calles y avenidas de una ciudad infartada y envenenada por altísimas concentraciones de ozono.
En medio de la peor crisis ambiental, y con niveles venenosos de ozono en días recientes, los entusiastas del PAN de hace dos años esconden la mano y apuntan mejor hacia la actuación de la Suprema Corte de Justicia de la Nación como autora indirecta del desaguisado ambiental en la capital del país.
Eludir la responsabilidad y escuchar las palabras de la virgen, dibuja de cuerpo entero a esos promotores (as) ploíticos (as). En otros puntos del país cunden los ejemplos de eso mismo.
En Bachíniva, por ejemplo, (un municipio de la sierra de Chihuahua) la ex secretaria de ese ayuntamiento panista Silvia Mariscal Estrada permaneció tres años en el puesto -con el alcalde albiazul Armando Mendoza–, sin escándalos ni alteraciones.
Bastó su cambio para participar como precandidata del PRI a la alcaldía de ese lugar, para resentir la embestida de los «corralistas» y el propio Javier Corral, candidato a gobernador, señalándola como ligada al crimen organizado.
La Mariscal prefirió renunciar a la candidatura para emprender la defensa legal de su derecho a la dignidad y el buen nombre.
Ahora, en el mar tormentoso de los dimes y diretes, sería lindo ver la misma medida con el candidato Corral, quien tiene dos familiares directos y consanguíneos sentenciados en los Estados Unidos por sus ligas con el “Chapo Guzmán” (todos somos Kate, dice Don Javier) , el personaje criminal que -tan solo en Chihuahua– cometió con su banda alrededor de cuatro mil homicidios entre 2003 y 2010, los años negros de la violencia.