¿Cómo estarán las cosas en México cuando la presencia de Andrés Manuel López Obrador en el proceso electoral del año próximo se siente como un elemento de equilibrio contra la polarización nacional convocada desde Michoacán?
Por lo pronto al menos en el discurso Andrés Manuel ofrece (y lo digo sin morder el anzuelo) una frase de alto contraste con el belicismo nacional: una república amorosa. Y quizá por eso inicia su campaña con un llamado de unidad dirigido a Ebrard y a sus simpatizantes. Todo un poema:
“…Marcelo como Ulises, el de la Odisea, no se dejó cautivar con el canto de las sirenas, se puso cera en los oídos…” Obviamente la canción venía de Los Pinos.
Pero hay otras sirenas y otras canciones como esta:
“Sé por adelantado, sin tener más detalles de lo que voy a decir, que hay una suerte de empate en los términos de las mediciones en las que se hicieron las encuestas“, le dijo por la mañana Jesús Zambrano a Ricardo Rocha.
Andrés actuó con diplomacia.
“Marcelo nos está dando una lección como ser humano y como político, además como gobernante es reconocido por todos, por eso le he aceptado su recomendación de crear en inmediato un frente amplio progresista, invitando a participar al PRD, al PT, al Movimiento Ciudadano, así como a Morena y a quienes están convencidos de que México y su pueblo merecen un mejor destino…
“…También expreso que respaldaré a Marcelo Ebrard en la orientación política que él defina en el marco de la legalidad y de la democracia, para seguir gobernando la ciudad de México.”
Y Alejandra Barrales oyó cantar un cenzontle en su corazón.
LA BILIS
Uno puede entender sin mayor complicación el tamaño de la frustración en el equipo de campaña de Luis María Calderón y también en el Partido Acción Nacional de arriba abajo. También se adivina y entiende el disgusto del presidente de la República por el fracaso de su tolerancia ante el capricho fraterno de lanzarse a como diera lugar en pos de un gobierno cuya sola candidatura ya ponía en entredicho el nepotismo dentro del Partido Acción Nacional.
No es una cuestión de méritos propios para una candidatura, los cuales sin duda la señora Cocoa tiene sobrados dentro del PAN, sino la inconveniencia coyuntural de impulsar desde el Palacio Nacional, así fuera con el solo poderío de los apellidos a una persona con posibilidades (hoy comprobadas) de perder una elección. La derrota de “cocoa”, le da FCH una sopa de su propio chocolate.
No fue su candidatura un asunto de legalidad sino de imprudencia, de escaso decoro republicano, de poco tacto y a fin de cuentas de mala apreciación sobre la oportunidad y la conveniencia, como ahora se comprueba con la fuerza de la realidad. Pero si ya se había cometido un error ahora se profundiza.
Las acusaciones de intervención y favoritismo del narcotráfico cuyo resultado se expresa en la ganancia de los enemigos priístas, viene a ser una temeridad peligrosa y sin pruebas y al mismo tiempo un reconocimiento incómodo –por venir de quien viene–, del fracaso de la política de “seguridad” del Presidente.
Si tras cinco años de presencia militar y limpieza en Michoacán con la aprehensión de changos y malandrines, la guerra no ha dado otro resultado más allá de la manipulación electoral, entonces no ha servido para nada. Son los riesgos de escupir a las nubes.
Mucho se dijo en los días previos a la elección michoacana (inusitada por su 52 por ciento de asistencia a las urnas, a pesar del clima violento) sobre la condición del estado como campo experimental del gobierno de FCH. Si eso fuera cierto (más allá de la militarización de la seguridad pública ahí iniciada desde los comienzos del régimen) entonces el futuro se les presenta sombrío.
Para acumular desgracias se le presenta al Presidente la necesidad de nombrar al quinto secretario de Gobernación antes de cumplirse un quinquenio en Los Pinos.
Esa profusión de hombres en tan importante cargo no ha hecho sino poner en evidencia los quebrantos de la gobernabilidad, la escasa posibilidad de actuar con homogeneidad y continuidad. No importan las líneas políticas; importa cómo se ejecutan. Los mejores servidores públicos le dan funcionalidad a las instituciones.
Los cargos (y lo hemos visto sobradamente) no hacen a los hombres; éstos le dan brillo a los puestos. Bastaría leer a Emerson para comprender estos matices. No hubiera sido lo mismo el Ejército napoleónico sin Bonaparte.
Pero hoy el Presidente tiene un dilema: ¿llamará a Gobernación a un militante panista furibundo con la consigna de bloquear a sus adversarios o buscará a alguien capaz de armonizar la política interior y mejorar el peligroso ambiente de hígado gordo y bilis derramada?
Esta designación permitirá imaginar cómo quiere terminar el presidente su sexenio después de tantas y tantas desventuras, la última, hasta ahora, la aparición formal de su peor enemigo en la escena: el Legítimo.