No le quita un ápice de gloria a las armas nacionales con ella cubiertas la subida al trono del emperador Maximiliano en la ciudad de México, dos años después de la derrota de los suavos y el triunfo de los zacapoaxtlas en los terregales de Guadalupe y Loreto. No importa si el general Zaragoza llenó de orgullo a los mexicanos de entonces como no habría de hacerlo con los de ahora ni Hugo Sánchez con sus cinco “Pichichis” y dos años después los mexicanos de entonces se veían súbditos del barbudo y rubio emperador sifilítico.
Como todos sabemos el Habsburgo se sentó en el poder nacional en abril de 1864 con una misa de coronación en la Catedral Metropolitana, pues ya se sabe, la iglesia siempre ha estado en contra de los reales intereses del pueblo, como lo prueba su promoción y adhesión al príncipe austriaco.
Dos años antes el general Ignacio Zaragoza venció a los franceses en la batalla de Puebla y después de muchos años de guerrear contra la intervención, Benito Juárez tomó la mejor decisión de su vida: fusiló a Maximiliano el 15demayo de 1867, fecha en la cual deberíamos conmemorar la fiesta nacional en este país.
Pero eso es pedir demasiado. Preferimos la proclama de un cura en favor de Fernando VII y no la verdadera –y por primera vez exitosa y rotunda–, defensa de la patria.
Este asunto de confundir las cosas, olvidar las fechas, celebrar los intentos y desdeñar los resultados; mirar al extranjero con admiración y reverencia mientras también lo culpamos de nuestros males, es parte del incomprensible carácter de los mexicanos.
Como decía el maestro Edmundo O’Gorman, todas nuestras contradicciones y limitaciones se exhiben en nuestra relación con los foráneo. Pasamos de la idolatría al desprecio; de la reverencia al miedo. Oscilamos entre la Nueva España y la Nueva Arizona.
Hoy los mexicanos sufrimos por la desgracia de nuestros conciudadanos cuya miseria los ha hecho irse de la patria para hallar relativo refugio en los Estados Unidos. Son millones de emigrantes no en el sentido aventurero sino como triste respuesta a la pobreza nacional.
“Lía y vámonos”, decían los gallegos, santanderinos, asturianos o castellanos antes de subir al barco, determinados a “hacer la América”, pues estaban seguros de llegar a una tierra de oportunidades donde les iban a recibir. Como en siglos anteriores, con cuentas de oro a cambio de espejitos.
Y espejitos llegaron a vender.
Los mexicanos, en cambio se van a Estados Unidos a sentir más hondo el pinchazo discriminador con el cual fueron aguijoneados en México antes de emigrar.
No se van los ricos. Estos no emigran; invierten en el negocio inmobiliario y no es lo mismo mirar la distancia de la patria desde una torre junto al mar en Key Biscayne, a pasarse la vida correteado como conejo temeroso por la “migra” en las tierras ásperas de Alburquerque, Yuma, Amarillo o Crystal City.
Se van los “mojados” y quienes no perecen en la caravana de riesgo personal y riqueza polllera logran establecerse y con el tiempo procrear hijos cuya perturbación cultural los hace mitad de todo y nada de algo definido. Ni mexicanos ni estadunidenses. Viejas historias de “pachucos” o habitantes de La Raza o la mafia fronteriza si llegan a asentarse con los barrios aztecas del Paso, por ejemplo.
México los desprecia y los echa. Estados Unidos los desprecia y después de usarlos, como dijo el nacionalista mayor, Vicente Fox, para los trabajos indignos “hasta” para los negros, los arroja también. ¿A dónde? A la estación migratoria, un pequeño Guantánamo previo al infierno del regreso, al puebo sucio y pobre de donde se disponen a emprender la marcha como los turcos hacen en Alemania o los ecuatorianos y demás “sudacas” en España.
Pero el presidente de las República se dispone a parlamentar con Barack Obama en las peores condiciones posibles. El fallido terrorista de Times Square no hace sino reforzar los demás argumentos del control fronterizo. No queremos riesgos –dicen–, y el más grande de todos ellos son los pobres y los rencorosos metidos en nuestro país. No priva en Estados Unidos la mentalidad de Jefferson, domina la miopía cultural de asimilaciones imposibles de Huntington.
OAXACA
Se reúne un grupo de ex colaboradores de Diódoro Carrasco en el gobierno de Oaxaca y en un mitin “sui generis” le ofrecen su apoyo a Eviel Pérez Magaña, candidato del PRI.
“Me queda claro que ustedes participaron en el cimiento de lo que ahora es Oaxaca. Veo en ustedes gente de experiencia y con capacidad, a quienes les pido con respeto y humildad, que acudan al llamado, no sólo del candidato, sino de Oaxaca, pues hoy más que nunca se necesita dar señales a México y al mundo, de transformación en lo general y en lo individual, con una nueva actitud, demostrando que podemos entendernos y trabajar unidos”, les dijo.
Entre los presidentes en la reunión estaban Luz Divina Zárate Apak, Cándido Coheto Martínez, Virginia Hernández, Tomás Baños Baños, Román Martínez, Leonardo Pacheco Skidmore, Rodrigo Velásquez, Teódulo Domínguez, Jacobo Sánchez, Enrique Lira, José Antonio Estéfan Garfias, José Antonio Hernández Fraguas y algunos más de larga enumeración.