Ignoro si alguno de los admiradores o biógrafos de don Adolfo Ruiz Cortines (como J.J. Rodriguez Prats), ese severo presidente cuya habilidad política resulta ahora proverbial y nostálgica, pueda confirmar este relato, pero como se decía antes, “si non e vero e ben trovato”.

Los consejeros de Don Adolfo le mostraban resultados de estudios acuciosos, las mediciones económicas y los cálculos actuariales para llevarlo a la conclusión del estado feliz de los asuntos públicos y el camino seguro de la nación luminosamente promisoria bajo su acertada conducción y bla, bla, bla.

Él detuvo la exposición y les dijo con franqueza:

–Quizá yo no sepa tanto de economía, pero he visto en mis recorridos por el país cada vez más putas y mendigos en las calles, y eso no es un signo alentador, señores”.

Y en la actualidad sucede eso mismo. Simples ejemplos los siguientes.

Ya no es necesario hundirse en los abismos “revueltianos” del “Cuadrante de la Soledad” para mirar la abundancia de la prostitución urbana y callejera extendida más allá de las calles sombrías de Roldán, San Pablo o Manzanares, entre otras.

Hoy la renta de mujeres (y mujerujos, como dijo la Félix) se da a todas horas en las avenidas más grandes de la ciudad. Eso sin contar con las páginas de Internet, equivalentes al Uber de la lujuria ilustrada con el disfraz del acompañamiento, el masaje o cualquier otro eufemismo.

La Calzada de Tlalpan (entre otras muchas zonas) por la colonia Obrera, por Chabacano, Álamos y Postal, Portales y Niños Héroes y hasta más al sur, todo ese rumbo polvoriento y hotelero, es zona de subasta para automovilistas y peatones, según el precio y los recursos en la indiscriminada oferta de travestis y mujeres; transformados y naturales, pirujos y pirujas, para cualquier gusto y cartera, mientras –por otra parte–, las parvadas zopiloteras de los limpiaparabrisas (forma húmeda de la mendicidad); atacan en cualquier crucero no importa la zona, ni la hora ni el día o la tarde y con la elocuencia del chisguete irrumpen en una limpieza no solicitada y amenazante a cambio de una moneda dejada caer casi como previsión de posibles agresiones mientras el mímico limpiador se pone la mano sobre la boca como ilusión de un alimento imaginario.

Putas y mendigos, variables sobre cuya presencia miraba Don Adolfo la ruina del país.

Ya le tocará a otro trasladar este paisaje al terreno del estudio sociológico o considerar si estas actividades de ruinosa supervivencia son un drama humano o una más de las variables económicas, como los precios del dólar en el mercado libre; el consumo, el ingreso o cualquiera de ellos, pero por lo pronto la presencia de vagos con botellas jabonosas y daifas macilentas, jamonudas o escuálidas, con la vista perdida en el río de los autos y el destino seguro de una vejez sin clientela, improductiva y miserable, son algo para considerar o las dejamos pasar como simples y necesarias, inevitables y tristes, cosas de la vida.

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Pero la ciudad (las ciudades en general) no se conforma con su decadencia de hogaño frente a los esplendores de antaño –reales o imaginarios del tiempo mejor y pretérito–, y ya se anuncia cómo recuperar la avenida Chapultepec –la vieja Calzada de Belén– desde la horrible zona del paradero de autobuses junto al Circuito Interior, donde se ha degradado la confluencia con la avenida Veracruz (ahí vivió Neruda) con la mercadería interminable de baratijas, aparatos eléctricos, audífonos y teléfonos celulares; ropa vieja o pirateada, alimentos rápidos, herramientas, máscaras de luchadores muertos y demás objetos del tianguis infinito de la ciudad extendido hasta la base de la imperdonable “Estela de luz” cuya plaza conmemorativa se quedó en los planos, mientras el espléndido edificio de Carlos Obregón Santacilia, la Secretaría de Salud, se asfixia entre torres de cristal y tenderetes de plástico, sin nadie para apnel), os metros más mpesos, nada m,ntopriuvado, rquitectura y los comertcios y galerementario de los «o de estos arcos (ahrullasreciar sus jardines ni los murales de Diego.

Ahora el gobierno urbano pretende una magna obra regeneradora del espacio urbano, mediante un sistema de financiamiento privado por mil millones de pesos, nada más.

A lo largo de un kilómetro 300 metros (doscientos metros más mide el “Chapotúnel), hacer una pérgola elevada en cuya extensión se instalen cafeterías, galerías, cines, un dominio cultural y de convivencia, ajardinado, verde, ecológico, con espejos de agua, con rampas peatonales y para minusválidos, con toda la lindura de otras latitudes, como el High Line de Nueva York donde se dio uso a viejas instalaciones ferroviarias y puentes de pronunciada decadencia, inspirado todo esto en la recuperación de lo decadente, como se hizo, por ejemplo en Puerto Madero, Buenos Aires o en la Barcelona del estallido inmobiliario post olímpico.

El proyecto, cuya impecable maqueta fue presentada hace pocos días, pretende conectar los extremos de la histórica calzada, ———entre Lieja y la Glorieta de Insurgentes para después, en otra etapa seguir hasta Tlaxcoaque–, y derribar la barrera actual entre las colonias Juárez y Roma, estimular el uso del espacio público (la ciudad es toda ella un espacio público, pero en fin) y generar inversiones para construir –anuncia Simón Levy, director de la paraestatal “Agencia de Promoción, Inversión y Desarrollo— una torre de 41 pisos, además de vender locales y condominios de oficina en el tramo entre la Glorieta del Metro y la calle Florencia-Monterrey, convertido hoy en un estacionamiento de patrullas de la SSP

En el medio del elevado paseo, cuya altura le dejará el actual nivel de la calle a los autobuses las conexiones con el Metro; además de vías parta las bicicletas (hoy nada puede pensarse en cualquier parte del mundo sin las estorbosas y políticamente correctas “biclas”) y pasos seguros para peatones, todavía están los últimos arcos del acueducto al Salto del Agua cuya fuente conmemorativa es ahora una ruina junto al Circuito Interior.

Para respeto de ese residuo de la arcada (mil arcos tuvo) se considera en el proyecto presentado por el Grupo Invex, un aprovechamiento cultural complementario de los “tramos temáticos” para fomento de la pintura, la escultura, la arquitectura y los comercios y galerías. Ahí funcionan aun instalaciones de la UNAM dedicadas al arte dramático donde fue el teatro “Arcos-Caracol” de tan amplia historia. Ahí pusieron Héctor Azar «“Divinas palabras» y Abraham Oceransky, «Conejo Blanco». En fin.

Nacer y morir cada mañana, parece ser la historia cuyas líneas la ciudad escribe sobre sí misma, sobre su dura piel de asfalto y cemento, bajo sus ojos de hierros y nube, tras sus ventanales al vacío del aire intangible y mugriento, manchado por los autos y el humo, enemigos mortales de las pocas estrellas invisibles.

Quiere vivir la ciudad en las palpitaciones indescifrables de su enorme contradicción de casa común y tugurio insostenible. Intenta abrazar a todos en el regazo de charcos olvidados, de bosques desaparecidos, de lagunas pérdidas como lágrimas de adolescente violada.

Quiere sol y quiere hijos y los hijos parecen no quererla, la hunden la venden, la prostituyen y la exhiben como daifa loca en las calles de una historia interminable en busca siempre su imposible grandeza, pero a ratos feliz, a fin de cuentas, viva, vibrante, eterno techo de todos los amaneceres, de todas las tristezas, de todas las mentiras, ensoñaciones y delirios

Solo nos queda una palabra para ella: mía.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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