A Bartola, premio Nacional de Economía.

El progresivo deterioro (físico y humano) del aparato burocrático emprendido por el gobierno del presidente, en nombre del ahorro austero

parte — como la mayoría de sus planteamientos– de una falacia. La dicotomía entre un gobierno rico y un pueblo pobre es una aportación tendenciosa, no se resuelve lo segundo sofocando lo primero.

Peor todavía, la ineficiencia es una forma atroz del dispendio de recursos, aunque se disfrace de cruzada moral.  La avaricia de un gobierno –tan distractora de recursos como la maldita corrupción, pues produce el mismo efecto en el gasto–, no genera automáticamente la riqueza del pueblo cuyo empobrecimiento ha sido tan rápido como los contagios del omicron.

Al menos eso dicen las cifras oficiales. Hasta ellas.

Hoy seguimos teniendo un pueblo pobre, pero agradecido gracias al insuficiente subsidio de su miseria convertido en votos y respaldo a la imagen presidencial. Pero eso no lo saben ni las chozas lamineras ni el menú tortillero y sin proteínas. Eso sigue igual o peor.

 Un gobierno cuentachiles siempre tiene caldos caros y albóndigas insuficientes y entre gorras dispendios y baratura de sombreros galoneados, el presidente nos regala ahora varias muestras más de su capacidad ahorrativa.


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Como se sabe el retrasado Tren Maya ha tenido un nuevo cambio en su trazo. Para hacerlo se debe llegar a convenios con los   hoteleros y los propietarios de terrenos a lo largo de 43 kilómetros junto a la carretera 307. 

Los retrasos se deben a varias cosas. Fallas del suelo, infraestructura hidráulica no contemplada en un principio y otros etcéteras, pero principalmente un error de origen: se iniciaron las obras sin los estudios correspondientes. Ahora es evidente.

De todo esto se debieron percatar y planear, hace tres años. 

Se perdió tiempo y dinero. Nunca nos van a decir cuánto, pero el pretexto salvador ahí esta, en todos los campos. Todo al aventón, a la trompa talega porque era necesario ahorrar.

Nada de pagar estudios técnicos neoliberales. Todo al “a’ì se va”.

El Tren Maya –destinado a una operación subsidiada y por eso gravosa para el gobierno–, costará más de los doscientos mil millones de pesos presupuestados al inicio de la utopía. Si de veras se quisiera ahorrar, lo habrían evitado. 

Pero cuando el ahorro no consiste en cuidar el dinero, sino la justificación moral de cómo se gasta, las cosas se salen del terreno económico y caen en los pantanos de la demagogia.

Es el caso del avión presidencial. Todo un ridículo.

Según las cuenta del Gran Capitán, echarlo a volar es carísimo y comprar boletos comerciales baratísimo. Mentira, porque el avión en tierra cuesta mucho y no deja nada a cambio. Se gasta dos veces. 

Cuando alguien compra algo innecesario, no puede invocar el precio de rebaja. 

–Me rebajaron el veinte por ciento, dice la señora feliz con una cosa inútil.

–Pues si no lo compras, tu misma te rebajas el 100 por ciento. 

Ahora el presidente se dispone a darle al INE trapitos y remedios para la austeridad. Se ofrece a darle una lección  y en pleno olvido de la automonía constitucional, se mete a la cocina a contar los chícharos. Su método (insuficiente) es por las primas de gastos médicos, los automóviles y –entre algunas cosas más–, los salarios (los malditos sueldos ilimitados a pesar de su ley de máximas percepciones  con él como medida de todas las cosas). 

La lección de ahorro para el INE ya sucedió: 5 mil millones de pesos menos en su presupuesto. Todo lo demás, es torear para su porra. 

La austeridad Juarista era forzosa. 

Obedecía a la quiebra del Estado tras la guerra. No era una cualidad moral, mentira, era un imperativo inevitable ordenado por la escasez Hoy no es así. Nunca hemos tenido un  presupuesto más alto, ni un fisco más voraz. 

Rafael Cardona | El Cristalazo

Author: Rafael Cardona

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