Hasta hace muy poco tiempo muchos mexicanos vivían con la boca abierta mientras miraban el otro lado del Atlántico. No había un solo analista político cuya expresión admirativa no se colmara con los pactos de la Moncloa; todos se hacían lenguas con aquello de la democracia “a la española” o los callos a la madrileña.
Todos querían ver aquí a un político de carisma incomparable como Felipe González, todos se deslumbraban con una novelita de Ruiz Zaffon, como si fuera el nuevo Cervantes. Pocos resultaban los adjetivos elogiosos para Adolfo Suárez y escasos resultaban cuando se hablaba del Borbón impuesto por Franco en el trono, Don Juan Carlos y su papel de custodio (y beneficiario) de la Constitución amenazada cuando “el tejerazo”.
Total, la zarzuela y la charanga; la pandereta y el tenis de Nadal, el periodismo del “¡Hola!” o “El país” eran nuestros mejores modelos junto con las gaseras destructoras de nuestras calles, las radiodifusoras contrarias a la ley nacional; las petroleras y las compañías de electricidad; la muleta del Juli, la capa de Ponce y las canciones de Sabina.
Pero hoy esa España de prodigio y milagro se nos muestra tal como estaba en el siglo pasado. Arruinada por la codicia, empobrecida y poco digna de nuestra admiración indeclinable. Ya ni siquiera es posible ir allá a dejarles unos cuántos euros pues sólo se puede entrar con una discriminatoria carta de invitación. “¡Osú, tío, vaya cojones”.
Pero hasta ahora la admirativa actitud hacia los hispanos no había chocado con las causas de la corrección política de las izquierdas. Bastó un editorial en contra de Andrés Manuel, para desatar la furia de las fuerzas progresistas.
Vaya descaro, “El país” llamó lastre al líder del movimiento por la democracia y la dignidad. Y eso si calienta, ¡jolines!
El texto del diario hispano, cuya insuperable sección es siempre la del crucigrama, le dijo todo esto al señor López (además del ya dicho “lastre” en la acepción de peso muerto cuyo volumen dificulta el movimiento). Vea usted:
“…Lo es ahora, aun cuando curiosamente no haya denunciado los resultados de las elecciones al Congreso -celebradas también el 1 de julio y en idénticas circunstancias que las presidenciales-, quizá porque su coalición izquierdista se ha convertido en la segunda fuerza del nuevo Parlamento. Y lo fue en 2006, de manera totalmente impresentable, cuando perdió por menos de un punto la jefatura del Estado ante Felipe Calderón; entonces se declaró presidente legítimo y encabezó durante meses una desestabilizadora protesta callejera en la capital del país.
“La izquierda mexicana viene fracasando desde 1988 en su intento de alcanzar la presidencia. Para los correligionarios de López Obrador parece llegado el momento de preguntarse si les conviene como líder un hombre dos veces derrotado, con tendencia al victimismo conspiratorio y cuyo estilo abrasivo y anquilosado le ha enajenado una parte de su voto natural. Obrador es un lastre.
“En su propio partido, el PRD, hay dirigentes -Marcelo Ebrard, jefe del Gobierno del Distrito Federal, o su sucesor, Miguel Ángel Mancera, entre otros-, pragmáticos y dialogantes, que no suscitan el rechazo de los electores y están en mucha mayor sintonía con las realidades del México de hoy”.
“Derrotado, abrasivo, anquilosado”, vaya colección de adjetivos.
Si bien muchos diarios mexicanos han escrito cosas peores sobre Don Andrés, ninguno ha merecido por un solo texto una respuesta tan equivocada como “El país”.
El aludido lo llamó periodismo “colonizante” y sus voceros le acusaron, quizá inspirados por la proclama de Hidalgo en el siglo XIX, de gachupines (¡Joder, macho!)
Pero como sea tan airada respuesta no deja sino ver cómo en el fondo subsiste esa recurrente actitud de tomar demasiado en serio todo cuanto venga de la Madre Patria, ya sea un análisis periodístico, una moda, una inversión o un producto.
En lo personal y en lo profesional no creo, como dicen algunos, en el efecto educativo y aleccionador de la lectura de “El país”. Les he leído imprecisiones, errores sin fin y erratas dignas de “La trompeta de Silao”. He conocido a muchos de sus corresponsables y los he visto tropezarse paso a paso con la realidad mexicana, incapaces de entender peculiaridades nacionales por encima de sus prejuicios.
Por eso Don Andrés se asume colonial y colonizado cuando les contesta a los “colonizantes” colonizadores. Así pues quien los descolonialice buen descolonializador será.
Pero primero deberíamos bajarlos del pedestal.