Entre el doce de junio y el quince de julio; es decir, en un mes, la ciudad de México ha sido escenario de tres graves trifulcas, zacapelas o motines callejeros de distinto origen pero con un denominador común: la imposibilidad de establecer el orden de manera definitiva, a pesar de tener una fuerza policiaca capaz de hacerlo, pero a la cual la demagogia permisiva le ha atado las manos.
A la manera de otras actividades de mayor antigüedad, confinadas a una zona roja, el impune vandalismo en la ciudad de México se permite en una enorme zona de tolerancia: todo el DF.
El doce de junio en el Eje Central los contrabandistas, vendedores de “chueco”, fayuqueros y demás delincuentes tolerados, gracias a su afiliación permanente a la causa de la Revolución Democrática (como antes al PRI) armaron la barahúnda para impedir el decomiso de la mercancía ilegal. En vez de acusarlos a ellos, los políticamente correctos culparon a la policía de imaginarios (debieron ser necesarios) excesos policiales.
El líder de la Unión de Comerciantes Lázaro Cárdenas (también en esto juegan un notable papel los membretes y los “colectivos”), Eduardo Rodríguez, amenazó con retirar el apoyo de sus huestes al futuro gobernante urbano, Miguel Ángel Mancera.
«El operativo está agresivo contra nosotros, muy fuerte, y no son sólo granaderos, ya hay judiciales revisando a los comerciantes», comentó (mala onda, de veras, ¿cómo se les ocurre revisarlos?).
En esa ocasión una treintena de fayuqueros. “toreros” y “piratas” fueron remitidos al MP. El Procurador Jesús Rodríguez Almeida prometió (vanamente) consignaciones firmes ante el MP. Muchos ya están fuera, como es debido en un feble “estado de derecho” (con minúsculas).
El 27 de junio, en el barrio de Tepito, la parte más significativa de la gran zona de tolerancia al vandalismo en el DF, las hordas caudinas (de Caudio, ciudad bárbara de Italia) sembraron el terror e impusieron su ley durante cinco horas. Para evitar el decomiso de sus mercancías robadas o de contrabando, volcaron un tráiler, incendiaron dos camionetas, asaltaron dos gasolinerías, quemaron una bodega y lanzaron petardos, piedras y centenares de proyectiles a policías capitalinos quienes intentaron realizar un operativo en el “barrio bravo” (La razón).
En esta ciudad con aludir a la bravura de la barriada es suficiente para disculpar cualquier desmán. La policía fue y vino y tras su segunda intervención, los defensores de la ilegalidad se le echaron encima al Secretario de Seguridad Pública, Manuel Mondragón quien hace tripas con su víscera cardiaca y sigue adelante en el inútil empeño de poner orden donde lo obligan a manejar con el freno de mano puesto, pero le piden resultados como si fuera un mago, mientras le atan las manos con los derechos de los vándalos.
A pesar de eso y tras una gruesa cortina de gas lacrimógeno, cinco horas después, tras la orgía de asaltos, pedreas y desamparo de ciudadanos desvalijados, la policía restauró el precario orden. El orden de los salvajes.
“Ya por la noche –dice Rafael Ramírez Heredia en “La esquina de los ojos rojos”– , con los aires de la batalla aun en los oídos, la policía revisó una a una las miles de fotos tomadas por las cámaras ocultas, por los agentes encubiertos, desde los helicópteros para buscar la identificación de los revoltosos que actuaron como langostas, y por las poses y repetición de rostros, encontrar a los líderes del frente de choque.”
Pues sí, la verdad imita a la literatura. Pero las cosas no terminan en el dominio ilegal de Tepito y el Eje 1 norte. Esa es tierra de mandriles.
El domingo un concierto raegetonero derivó en la furia de una horda de cuadrumanos por las colonias Juárez y Roma de esta ciudad. Fueron detenidos más de 200 de ellos, pero al día siguiente, lunes, ya sus padres (madres no tienen) los habían ido a rescatar (pobrecitos) de las oficinas de la Procuraduría. Como de costumbre la minoría de edad o cualquier otro pretexto –como la CDHDF, tan alcahueta como siempre–, impiden el justo castigo.
Atizados, encementados, con la mona a la mano, perturbados como apaches mariguanos; los endemoniados hicieron cuanto en gana les vino: Y cuando fueron detenidos, de inmediato se encontró a los culpables: los policías.
Esto me recuerda una nota de hace varios años (2007), distribuida por la BBC:
“El alcalde de la capital de la India falleció ayer domingo como consecuencia del ataque que había sufrido el día anterior por parte de un grupo de monos salvajes. Nueva Delhi lleva tiempo intentando controlar la plaga de primates que ha invadido la ciudad, incluyendo edificios gubernamentales y templos, y que diariamente asusta a los viandantes. Matarlos, sin embargo, no es una opción aceptable para los hindúes devotos, quienes ven en estos animales la manifestación del dios-mono Hanuman”.
Eso es lo malo de vivir en la zona de tolerancia. A la fuerza pública se le exige en todos los tonos una conducta ejemplar, pero no se le permite trabajar. Detener, consignar y enjaular a quienes ponen en peligro a los demás ciudadanos, a los transgresores, a los amotinados, viene a resultar un agravio social y político. Por eso prosperaron los “macheteros” en Atenco.