Héctor García, me llevó una tarde a San Ángel.
–Alberto Gironella quiere hablar contigo. Te va a pedir una cosa. Quiere que le lleves las relaciones con la prensa porque va a exponer el próximo año en España. Se va al museo del Prado. Yo voy a hacer un catálogo y tú el resto de la chamba, me dijo.
–Héctor –le dije–, Gironella no me necesita para nada. Él es experto en eso de las relaciones con los medios. Además yo no tengo tiempo ni me gusta ese trabajo.
–Bueno, bueno, como quieras pero habla con él, ayúdale en cualquier cosa, hazle entrevistas, escribe lo que te venga en gana, pero nosotros no podemos nunca separarnos de nuestros amigos. Tenemos la obligación de ayudarnos, de entendernos, de querernos. ¿Si no, qué más puede ser la amistad?”
Cuando acabó su perorata ya estábamos con el segundo tequila en la barriga. Alberto estaba exultante, una gran muestra suya en la Biblioteca Nacional en Madrid. Todo un éxito. Ofelia Medina escuchaba en silencio.
–Si me ayudas, te regalo un cuadro.
A fin de cuentas ni se hizo el trabajo pero esa tarde nos emborrachamos homéricamente, como dice García Márquez y yo salí con dos grabados taurinos dedicados por Alberto a quien frecuenté durante los años siguientes con una relativa frecuencia aquí y en Valle de Bravo.
–Carajo, Alberto ¿a quien se le ocurre vivir en una calle llamada Nicomedes?
Hoy me sorprende la noticia de la muerte de Héctor tan cercana a la partida reciente de su amigo Carlos Fuentes de quien hizo tan buenos retratos.
Una fotografía suya de un niño arrinconado en el vientre del concreto, fue convertida en bronce y metida en un nicho en la pared de la Fundación con su nombre en la Segunda Colonia del Periodista, ese extraño rincón de la ciudad donde tanto talento se acumuló durante tantos años. Y a veces, cuando paso por ahí, quisiera ver el hueco y el niño liberado, pero nada ahí sigue prisionero, tanto como el día de la primer impresión fotográfica.
García nunca fue para nosotros, al menos para mí; su vecino primero, su amigo después, un simple y distante artista de la fotografía. Era en cambio, y para más, un fotoperiodista con calidad artística en su trabajo. Y eso le daba el doble mérito. No mentía con los escenarios de sus fotografías, sencillamente capturaba los momentos irrepetibles. El mundo quedaba detenido en la velocidad de su obturador. Miraba y tomaba trozos de la vida.
Pero lo hacía con sentido mordaz, irónico, ácido a veces; noticioso, informativo, periodístico. Escribía con la luz, como él mismo solía decir.
No ensayaba el pisotón en ruedo de la falda tirante y amenazadora de la desnudez de la señora suntuosa sorprendida en la alfombra palaciega. Tampoco inventaba la profundad en el ojo negro de una niña envuelta en el rebozo cuya pupila nos hunde en la pregunta absoluta. Mucho menos el hombre aislado en el borbotón de una coladera en una de tantas inundaciones de la ciudad de México.
–Son cosas que pasan, decía.
Pero son imágenes nacionales, retratos del momento hondo y fugaz en las cuales la crítica o la ironía no son aportadas por el fotógrafo sino por el espectador. Ese es el misterio de la imagen. No la fotografía en sí; no. Es el efecto en la mente de quien la ve, no de quien la halla y la mete a la máquina de fotos.
Un día hablábamos sobre el mérito mayor de un reportero gráfico.
–El mismo que el de un redactor, decía. La exclusividad.
“Puede haber mil fotógrafos en una guerra, pero sólo una foto pasará a la historia por encima de todas. Lo exclusivo es el trabajo, no el momento. A veces la mejor foto no es ni siquiera la más oportuna, sino la más inoportuna. Es lo mismo con los que escriben. Todos cubren el mismo hecho pero sólo una crónica es memorable. Eso es lo periodístico. La gente confunde periodismo con oportunidad y no es lo mismo.
“Se puede ser oportuno sin ser periodístico, pero no se puede lo contrario.”
Cuando fuimos convocados a la formación del último diario romántico del periodismo mexicano, “unomásuno” había varios fotógrafos notables. Héctor era, obviamente, uno de ellos. Había sido invitado por Manuel Becerra Acosta y por Fernando Benítez de quien fue permanente colaborador. También estaban Paulina Lavista, esposa de Salvador Elizondo; María García, compañera de Héctor hasta el fin y Christa Cowrie por mencionar a las mujeres. La jerarquía de la foto en aquellas páginas ha sido un caso memorable hasta ahora en la prensa contemporánea.
Héctor García significa una etapa y un aporte en la tradición fotográfica mexicana con muchos seguidores, por cierto.
Con él están Aarón Sánchez, Nacho López, Graciela Iturbide, Pedro Meyer y Rodrigo Moya, por hablar de algunos de generaciones anteriores. Los siguen los más jóvenes como Rogelio Cuéllar, Ulises Castellanos o Pedro Valtierra, por ejemplo. Obviamente hay otros, pero esto quiere ser una columna, no un directorio, pero todos forman la espesa ramazón de un árbol de imágenes sorprendentes.
El mediodía del domingo sorprendió a García muy quieto y muy callado en el Palacio de las Bellas Artes. LLegó en una carroza negra, Cadillac (como aquellos en cuya llanta dormía un niño sin pan) y se estacionó con la trompa hacia la torre Latinoamericana. Quizá le hubiera gustado tomar la fotografía de su homenaje desde la baranda del tercer piso del vestíbulo de mármol. O quizá hubiera metido la lente dentro de un alcatraz. O se habría preguntado si las placas 68-40 significaban algo.
O simplemente se hubiera ido a un bar cercano a tomarse conmigo la copa tantas veces aplazada y ahora imposible. Cuando bebamos juntos de nuevo, será una botella de eternidad.
SNIFF…..
ME CONMOVIO SU NOTA.
NO SE SI HECTOR GARCIA FUE UNA BUENA PERSONA SI SE MERECIA SUS ELOGIOS, SEGURO QUE COMO PROFESIONAL SI, PERO CREO QUE LO QUE CONMUEVE NO ES SU VIDA O LA FOTO, SI NO LO QUE USTED ESCRIBE DE EL.
ME GUSTA LO QUE ESCRIBE, SIEMPRE QUE PUEDO LO ESCUCHO CON JOSE CARDENAS, Y LA SAGACIDAD QUE TIENE PARA DESCRIBIR LOS HECHOS SON MUY BUENOS, EL ESTRIBILLO DE LA CANCION QUE LE PONEN ESTA BIEN HECHO:PUES BIEN AMIGO CARDONA, TENEIS RAZON… POR CIERTO NO LO ENCONTRABA EN INTERNET PORQUE ESCRIBIA CARMONA ……