La insistencia de los partidos políticos en presentarse como intérpretes viables de las necesidades e inquietudes de los electores jóvenes, de la cual he hablado aquí en relación con la estrategia del “Morena” (aun cuando no sea privativo de esta corriente, pero sí un buen ejemplo), tiene muchos antecedentes, pero uno muy notable hasta por la cifra de los electores primerizos.
Se trata de un discurso de Luis Echeverría, pronunciado en ocasión de su toma de protesta como candidato a la presidencia de la República. Y es notable no solo por la cifra de novísimos electores (la misma de hoy, tres millones de ciudadanos) sino por los antecedentes del Movimiento Estudiantil de 1968 cuya ejemplaridad sacralizada aun seguimos viviendo.
“Casi tres millones de jóvenes obtendrán la ciudadanía gracias la reforma constitucional promovida por el presidente Díaz Ordaz. La juventud no solo es esperanza (en días recientes el rector Narro ha hablado de la imposible desesperanza de los jóvenes, ante la cual es preferible la rebeldía crítica), sino realidad y presente.
“En las nuevas generaciones está depositado el espíritu de renovación del país y el perfeccionamiento de su vida cívica (pura palabrería).
“Canalicen los jóvenes sus ímpetus políticos a través de los partidos y formen su vanguardia. La juventud en el taller y en la fábrica, en el surco en la escuela o en la oficina, tiene derechos que ejercer pero también responsabilidades que cumplir. Que siempre la anime la fe en el progreso, que sea siempre intransigente e inconforme ante las desigualdades e injusticias, pero que nunca la desoriente la incitación de quienes en realidad, mantienen ocultos propósitos de retroceso.”
Aquí valdrían la pena dos digresiones.
La primera, el tono de confinamiento de los jóvenes a los espacios “oficiales” del ejercicio político; es decir, los partidos (para formar sus vanguardias) y la segunda el cumplimiento de sus responsabilidades en los ámbitos de su ocupación; ya sea el taller, al escuela, el campo o –en nuestros días—el vacío, la nada, el “ninismo”.
En estas condiciones no es posible sino recordar el favor político de Salvador Allende en Guadalajara cuando (desde los confines de una cruda de antología) les dijo a los estudiantes: jóvenes (si lo hubiera visto Camila Vallejo) dedíquense a estudiar y a observar un buen comportamiento, la revolución no pasa por las universidades.
La segunda digresión está relacionada con la forma como cualquiera recurre al fantasma del retroceso. Si lo hacía Luis Echeverría cómo no lo podrá hacer el PAN nuestro de cada día. Basta escuchar el disco rayado de Josefina Vásquez en torno de impedir el regreso al pasado sin darse cuenta cómo ese lapso indefinido e indefinible (hasta la sílaba anterior ya es pasado) también esta formado por los gobiernos a los cuales ha servido.
Pero la retórica siempre pone el índice en esta parte del menú: decirle no a la mano dura, abatir la represión.
Y esto no es asunto de los días recientes ni proclama del “cambio democrático”; la “alternancia” o la nueva cultura del respeto. No. Es ritornelo conveniente y actitud convenciera. Lea usted cómo hablaba José López Portillo el día cuando su partido le llevó la candidatura en una charola de plata:
“La represión como sistema ha sido y es signo de toda dictadura. Hemos decidido erradicar para siempre el fantasma de la intolerancia y el temor a la genuina disidencia. Fortaleceremos nuestro estado social y revolucionario de Derecho, convencidos de que el progreso, el cambio pacifico, las grandes transformaciones son posibles, en nuestro país, por la vía legal a institucional.”
Los ejemplos son muchos. No se quedan en las palabras de quienes ocuparon después sendos periodos presidenciales. Todos han dicho lo mismo y casi con palabras calcadas uno del otro, sin importar el partido en el cual militen ni las causas imaginariamente defendidas por ellos.
La oratoria política es parte de la literatura fantástica y como ella nos mueve a la incredulidad o cuando menos al escepticismo. Pero los “spots” son la expresión de ideas sin articular son flechas al aire, dardos con ponzoña. Panfletismo puro.
SÍMBOLOS
Simbólicamente Andrés Manuel ha jugado una carta genial: ha aprovechado casi medio siglo de mitología de Tlatelolco para enlazar con la misma soga el 68 y Atenco. No tiene ninguna relación, pero en 140 caracteres nada se puede explicar. Sólo convocar. Por eso hizo su mitin en la Plaza de las 3 Culturas.
Y en este sentido el candidato Arturo Núñez interpreta bien el momento; lo “lee” correctamente como dicen los politólogos actuales y se tira en brazos de los jóvenes tabasqueños a quienes ofrece modificar la forma de gobernar y en una reunión con universitarios les propone ser los actores de un proceso de renovación de mandato si no cumple con los planes anunciados.
Núñez Jiménez, convocó a los jóvenes a sumarse a la tarea por la transformación del estado, imposible sin su concurso. “No soy Supermán, les dijo, pero con su apoyo puedo ser “Supernúñez” y entonces sí derrotar a la corrupción”.