Para iniciar un diagnóstico heterodoxo deberíamos empezar por una pregunta: ¿puede realizarse un debate entre cuatro personas? Más bien parece una mesa redonda, una exposición múltiple o como dijo Quadri, un “soliloquio” entre muchos.
Si acudimos a la experiencia de la historia un debate es algo más o menos comparable con un mano a mano entre toreros. Todos firman en el elenco pero cuando se disputan la cima de la temporada no caben tres en el paseíllo.
Siete debates tuvieron Abraham Lincoln y el juez Stephen Douglas en 1858.
Se disputaban un escaño en la Cámara de los Senadores.
La costumbre política en esa América cuya democracia nos ha mostrado (entre otros) Alexis de Tocqueville, era el discurso de plaza o de auditorio en el cual cada candidato se presentaba ante los electores con la esperanza de arrastrarlos, persuadirlos, convencerlos.
La novedad propuesta por Lincoln iba a ser confrontarse en público. Correr el riesgo del juicio previo a la decisión del voto. Y Douglas esta reacio. Lo animó el riesgo de quedar ante los electores como un hombre débil incapaz de confrontar sus argumentos. Y ganó.
Lincoln temía perder (como a la larga ocurrió) y le propuso a Douglas una doble comparecencia comparada con los electores como testigos. Así nació la costumbre americana del debate electoral.
Pero uno contra uno.
La presencia de tres o cuatro o cinco personas (¿cómo será este desgarriate cuando haya diez candidatos “ciudadanos independientes” por fuera de los partidos?) convierte un debate en un carrusel propio de un programa de televisión.
Una vez más debemos plantearnos una pregunta: ¿esta fórmula heredada de la Cámara Nacional de la Industria de la Radio y TV y pésimamente aplicada por el IFE nos lleva a debates POR televisión o a debates DE televisión?
La presencia de una modelo (ex playmate) de Playboy en la apertura de algo cuya naturaleza debería estar alejada del mundo del “show bussines” nos ofrece la inmediata, rotunda y carnosa respuesta. Este fue un debate de TV cuyas anheladas consecuencias políticas (en verdad solo una; tirar a Peña), no se cumplieron para quienes así lo buscaban.
El IFE; pues, tuvo un arranque de “vallejismo”, reveló su secreta vocación de bataclán y “Blanquita”.
Y si se trataba de un debate de TV, pues tuvo todos los elementos escenográficos y hasta histriónicos de la tele. La edecán de evidente hipertrofia mamaria, el gesto hilarante de una fotografía patas arriba, la conductora condescendiente y de amplia sonrisa, la iluminación comedida, los trajes bien planchados; el peinado nuevecito, el botox para quien lo requiera y el adiós a las arrugas.
Todo eso es lenguaje de TV. No es lenguaje político.
Pero como ya sabemos la tele crea su propia realidad. Por eso Gabriel Quadri se alza como una “revelación”. Eso siempre sucede en los debates de este tipo. Así creció Gilberto Rincón Gallardo, de esa manera se hizo célebre Cecilia Soto y por su audacia conocieron a Patricia Mercado.
Siempre los de abajo llaman la atención cuando se suben al escenario sin nada por arriesgar.
A fin de cuentas hoy Quadri está en el mismo lugar donde estaba antes del debate: la cuarta plaza. No importa cuanto haya crecido relativamente.
DISCULPAS
“El Instituto Federal Electoral, a través de la Comisión Temporal para la Organización de los Debates, integrada por los consejeros electorales Sergio García Ramírez, Marco Antonio Baños Martínez y Alfredo Figueroa Fernández, lamenta el desacierto de producción asociado a la vestimenta de una edecán durante el primer Debate Presidencial y ofrece una disculpa a la ciudadanía y a la candidata y a los candidatos a la Presidencia”.
Lo anterior es un doble desacierto.
El error no fue la vestimenta, fue la creencia de suponer necesario contratar a una modelo profesional (no edecán, pues los edecanes son acompañantes) para llevarles una caja con los papelitos con el orden de intervención.
Es otra vez el recurso de la TV: la tómbola, el sorteo, la pregunta incómoda: lástima Margarito…