Dos cosas han enturbiado la vida nacional en los últimos meses. Una el odioso silbidito del gobierno federal en sus promocionales del Seguro Popular (entre otras cosas) y la machacona tonadita del si es 03 renueva.
Duro y dale con ambas cosas.
En el primer caso no se sabe cuál es la utilidad de una campaña perpetua de publicidad en la cual el gobierno se ensalza a sí mismo. Es tan torpe el empeño como ese anuncio radiofónico en cual se nos dice de 22 de los 30 y tantos capos mayores ya capturados por la mano justiciera, como si no se viera en esa propaganda el fallo esencial: si ya los han atrapado casi a todos ¿cómo siguen entonces la guerra y la mortandad?
Entonces no ha servido de nada (o ha servido poco). Los capos han sido remplazados y aumentan la violencia y el consumo, según se dijo la semana pasada.
Pero ya se sabe, la propaganda y la publicidad no le deben su vigor a la verdad.
Sin embargo en el caso de la renovación de credenciales de elector con fecha de caducidad, el Instituto Federal Electoral fue insistente. Mucho más. Pero sirvió de muy poco.
Más de dos millones de personas se quedaron sin renovar sus plásticos. Y a esos se les debe aumentar el número desconocido de quienes nunca han tenido tal mica.
Si reconocemos en la credencial del IFE la mayor utilidad como documento de identificación (no de identidad y luego diré la razón) esas personas deben ser las más envidiables de México. Hacen todos sus trámites sin la jodienda de la “copia del IFE” por los lados; es decir, son tan felices como para no acudir ni a bancos ni a notarios ni hacer trámites inmobiliarios, fiscales o de cualquier otro tipo. Deben ser dichosos en el paraíso de la “informalidad”.
Por otra parte las filas y hasta los campamentos nocturnos afuera de los módulos de atención del Instituto en distintos lugares de la ciudad (desconozco los casos en los estados) nos refuerzan en la idea de una ciudadanía lerda, comodona, irresponsable y perezosa. Obviamente no todos, pero muchos, los mismos a quienes desde la Cámara de Diputados no faltó quien tolongueara en apremiante solicitud de una prórroga, como si el tiempo de advertencia no hubiera sido suficiente.
Esto nos debería llevar a pensar en otras cosas, como por ejemplo la sobrevaluación de la palabra ciudadano o la condición de ciudadanía. Es tan odiosa su invocación como las de democracia y democrático.
Queremos instituciones ciudadanas, como si ese sólo ensalmo las hiciera eficientes y perfectas. Mentira. La ciudadanía no existen como una categoría moral. Ni siquiera como una circunstancia gregaria. Por años nos llenamos la oratoria con aquel IFE ciudadanizado. Puro cuento. Como también lo es la pureza de la sociedad civil o las organizaciones no gubernamentales.
Los más conspicuos consejeros de aquel IFE de todos añorado, terminaron haciendo campañas políticas en pos del hueso, de cualquier trozo de osamenta, ya fuera grande como el sacro o pequeño como una fontanela. Para llenar la hucha cualquier cosa es buena, hasta alistarse en la terrible “partidocracia” a la cual se critica mientras no abre sus puertas y sus escarcelas.
Por fortuna el consejero presidente del IFE, Leonardo Valdez, ese a quien algunos quieren quemar en leña verde por no permitirles los debates de candidatos e injustamente lo acusan de todo y por todo, como si aplicar la ley fuera un delito, les dijo no a quienes pedían prórroga. Dar marcha atrás sería –si se llegara a dar el caso–, una prueba más de cómo se premia a los menores de edad y los irresponsables.
¿De veras les interesaba el proceso electoral? ¿En serio querían votar? Pues tuvieron mucho tiempo para demostrarlo y no lo hicieron.
Pero lo mejor de todo esto es la incipiente campaña de los ciudadanos indignados cuya forma de expresión, otra vez, es el onanismo electoral. Voy a la casilla pero anulo el voto. Entro pero me salgo. Pues mejor no vaya.
Hay en este país una enorme dosis de infantilismo. La autoridad casi debe llevar de la mano a quienes no cambian sus credenciales; les debe insistir en la radio y la TV a través de horripilantes anuncios para una cosa o para la otra, como si fueran tarjetas de circulación en los millonarios negocios del GDF. Y a pesar de eso millones no entienden.
Pues con ignorarlos es suficiente.