Corre el borrego con extrema velocidad, mejor dicho, vuela abruma con sus 140 gorjeos de pajarito chismoso; de “Twitter” * y hace caer uno a uno, como las piezas de un dominó imprudente y apresurado, innecesariamente presuroso, a decenas de ociosos pero también a notables figuras políticas como el comedido presidente de la República, presuroso en ofrecerle un pésame a los deudos del aún enfermo para después verse forzado, tras ofrecer al Estado Mayor Presidencial como fuente definitiva, al poco elegante perdón pero siempre no.
Y como él, muchos. Algunos de buena fe y otros con malevolencia como esos cuya imaginación inventó un “pridominio pirata” del cual muchos se colgaron para confirmar la falsedad.
Miguel de la Madrid ha muerto, proclamaban las redes y lo repetían los locutores sabatinos quienes, se sabe de sobra, suplen a los titulares, lo cual no habría sido garantía de rigor, ni exactitud, pero al menos quienes les dan categoría a las emisiones radiofónicas pueden hoy descansar tranquilos: todo fue cosa del suplente de fin de semana, por lo general un joven menos experto y más acelerado. Dicen.
En los diarios, al menos, hubo tiempo de rectificar en las ediciones impresas después del destorlongo de los sitios web.
Obviamente el periodismo no esperó el nacimiento de las redes sociales para equivocarse. Los cínicos de m oficio se disculpan siempre con una frase al principio ingeniosa y hoy francamente manida: el periodismo no es una ciencia exacta.
Pero ni así se justifican las perniciosas aplicaciones de las anárquicas e irresponsables redes sociales, cuya riesgosa condición pone al mundo de rodillas sólo por el alegre movimiento simultáneo de los pulgares de varios miles de inconscientes.
Se quiera aceptar o no es necesario regular estas redes. No se trata de darle a la propagación de mentiras o idioteces, insultos, chismes o maniobras políticas disfrazadas, condición de delito. No lo es aun cuando desde mi punto de vista debería serlo.
Pero el anonimato es un aliado y si en este país no fue posible registrar a los usuarios de la telefonía celular; si no se puede evitar la “celularización carcelaria” con su inconveniente de chantajes y secuestros virtuales desde las prisiones, menos se podrá hacer algo con los cibernautas, “tuiteros”, “feisbuqueros” y demás.
La única solución para limitar las consecuencias de este desmadre les toca a los medios formales. No es tiempo para lamentaciones definitivas pero sí para insistir una vez más en cómo le vamos a hacer todos para frenar estas oleadas de chismes disfrazados de información o si vamos a sucumbir en el mar de las confusiones.
La palabra enredo proviene de red, precisamente.
La velocidad de propagación de la mentira con sus condiciones desestabilizadoras, podría ser un argumento suficiente para oponerlo a la intocable “libertad de expresión”, si ésta es el incesante y ocioso murmullo de las redes.
Hemos visto casos peligrosos en Morelos, en Veracruz y hemos atestiguado cómo la estridencia y el grillerío se han alzado contra quienes pretenden exactitud, certeza, profesionalismo y responsabilidad en la información. Pues comencemos por los propios medios y dejémosle la irresponsabilidad estridente a los diletantes de la BB.
Si la radio (concesionada) , la televisión (concesionada); las agencias, los sitios “web” de las editoriales profesionales, con todo y sus “Códigos de Ética” y sus imaginarios “ombudsman” de las audiencias, deciden retirarle su peligrosa condición de “fuente” informativa a los “tuiteros” y similares, sus errores se quedarán en las redes y no tendrán repercusiones.
Las redes sociales logran importancia sólo cuando dejan de serlo y se convierten en sucedáneos portátiles de los medios masivos de comunicación los cuales—así sea teóricamente—conocen límites y regulación a sus conductas.
Ellos deben seguir con su ociosidad transmisora de mensajes mínimos y a veces punzantes; nosotros, los profesionales de la información (si en verdad lo somos) con el tratamiento serio, exacto y (hasta donde es humanamente posible) veraz e imparcial de las noticias mediante su confirmación para publicar y no para rectificar.
Prolija es la colección de estos errores, de estas muertes mal divulgadas y muy conocida también la aclaración de George Bernard Shaw al director del Time sobre su defunción en la primera plana: la noticia publicada ayer en el diario señor director, me parece un poco exagerada.
Debemos dejar a los canarios en jaula.
*(“Tweety” se llamaba el canario infructuosamente perseguido por el gato negro; aquí el ave es el cachondeo rumoroso y Silvestre la veracidad)