Alguna vez llegaron a Los Pinos muy serios y muy anchos, para decir engolados y soberbios, con sus camisas planchaditas y sus corbatas de estreno; afeitadas las mejillas, recortado el cabello, untuosos y falsamente humildes ante el poder, para decir, como suele hacerse, el señor Presidente de la República ha tenido a bien designarme secretario de tal o cual, y eso representa el más alto honor de mi vida, y sepa usted, Señor no habré de defraudar su confianza y le ofrezco, como su enorme generosidad merece y su altura de miras reclama, en este decisivo momento de la patria, el concurso pleno de mis capacidades hasta el límite de ellas, sin desfallecer, sin dudar, sin reticencia alguna ante la gran posibilidad de participar bajo su patriótica dirección en el proyecto cuya eficaz ejecución la patria nos demanda, señor, y aquí, públicamente le digo, delante de mis hijos y mis futuros compañeros de gabinete, la honestidad será mi divisa, como su ejemplo obliga y cualquier desviación del camino señalado, cualquier duda será incompatible con su ejemplo y su acrisolada conducta de patriota y mexicano de bien, pues sepa usted –y perdón si me extiendo un poco, pero ocasiones como esta de emocionado regocijo cuya justificación ustedes me habrán de otorgar–, un pequeño detalle de índole personal, pues yo me hallaba en mi casa ajeno a esta designación con la cual inmerecidamente me distingue, señor, y mi esposa, quien comulga fervorosamente con sus ideas me hizo notar la grave dimensión de la responsabilidad a la cual se iba a usted a enfrentar tras el resultado electoral con el cual los ciudadanos le ordenaron conducir la nave nacional; cuando me dijo; ¿te imaginas cómo será el privilegio de trabajar junto a este hombre, y en ese momento, Señor, como un trompetazo celestial sonó el teléfono cuyo timbre habría de cambiar mi vida, por eso públicamente le digo, señor, estoy aquí para servir a usted y a México, pues no hay de ninguna manera emoción superior ni privilegio ni responsabilidad más grande para quienes tuvimos la suerte de nacer en este país donde también lo hicieron Hidalgo y Gómez Morín, señor, sino el servicio cuyas vidas ellos habrán de inspirarnos día con día bajo su atinada, severa y a un tiempo paternal conducción pues el servicio público se convierte en sustancia trascendente cuando uno tiene oportunidad de incorporarse a un equipo de estas características y dimensiones técnicas dotadas además del profundo humanismo de nuestra doctrina, faro y guía de las generaciones pretéritas y futuras y cuyo ideario es ya desde hace años el trazo y el sendero por el cual discurre en camino de la plenitud y la prosperidad nuestro querido México, bla, bla, bla”.
La parrafada anterior es producto de mi imaginación. Lo siguiente es una trascripción real. Hace un par de días varios de estos mexicanos agradecidos dejaron el gabinete del señor presidente Calderón. Y esto dijeron antes de cerrar la puerta e irse en busca de la protección del fuero legislativo.
“Señor Presidente, de verdad, le agradezco (Javier Lozano) que me haya permitido separarme de tan honroso cargo, sin duda, la más alta responsabilidad profesional y política de mi vida… sepa usted, señor Presidente y, sépanlo bien todos, que esté yo donde esté, me mantendré presente y vigente , su proyecto, en su equipo y en su vida, soy orgullosamente parte de ese proyecto humanista y democrático… y en consecuencia, sabré, también, defender en todo momento, ante propios y extraños, su espléndida gestión como el Presidente más trabajador, más responsable, más valiente y más honesto del México contemporáneo”.
Y esto otro soltó Salvador Vega Casillas al dejar la Contraloría:
“Ha sido un gran honor ser parte de este equipo que está transformando a México, como político y profesionista, es una gran satisfacción y aprendizaje el que me permitió vivir y no me resta más que patentarle mi eterna gratitud por la gran oportunidad que me brindó de colaborar con usted y servir a mi país..”
Roberto Gil, ex secretario particular, se descosió:
“Quiero ser como usted, porque lo que visto atento al dato duro que le da sentido de eficacia a una política pública, sin perder de vista que esa política tiene como fin último a la persona, a la persona de carne y hueso, a los que se levantan temprano para trabajar y estudiar, para salir adelante, para superar su adversidad. Porque no se ha dejado usted vencer por la incomprensión, porque tras cada prueba, su ánimo crece y contagia, porque no se cansa de mover las almas a la acción…Y sé que muchos otros, de mi edad o de las generaciones que siguen, de sus propios contemporáneos, también, aspiran a ser como usted. Soy de los que creen que el destino individual y colectivo es resultado del ejercicio de la libertad, pero debo confesar que, a veces, sobre todo en tiempos aciagos, me ha abandonado esa convicción.
“Y cuando eso sucede, cuando esa convicción me ha abandonado, suelo pensar que si una fuerza superior, la mano invisible del destino o Dios, ha puesto a prueba el carácter de esta Nación, incluso, hasta desafiar las leyes de la probabilidad; esa fuerza, ese destino o Dios, ha tenido el cuidado, la generosidad de prestarnos al mejor Presidente de México”.
Ahora Dios es prestamista. Bendito sea.