La fiesta de toros, cuyos sangrientos, ilógicos, anacrónicos y desvirtuados componentes no son materia de este comentario (si bien lo pueden ser de otros) ha sido utilizada para dirimir un añejo pleito de regionalismo peninsular entre Cataluña y España.
Y lo separo así en el nombre de una vieja definición de mis amigos catalanes: Cataluña es una nación con identidad, cultura e idioma propios, ubicada en la Península Ibérica.
En esta condiciones la clausura inminente de la Plaza Monumental (Las Arenas había sido olvidada desde tiempo atrás) no puede ser vista como el triunfo de la piedad hacia los animales (mucho necesitan los irracionales de ella) sino como la salida oportunista de un separatismo cuya finalidad es abatir paso a paso todos los símbolos del dominio español (sobre todo en lo económico) en Cataluña. Una puerilidad.
No entraré en esos líos de la identidad catalana ni en la honda raíz del anarquismo. Para eso ya tuvieron bastante entre 1936 y 1939 y ni soy experto historiador ni mucho menos cronista tardío de la Guerra Civil. Pero a quien le interese le recomiendo la lectura de George Orwell y su “Diario de Cataluña”. Él sí estuvo ahí.
Entre otros muchos defectos personales yo he sido aficionado taurino. He sido integrante de la Comisión Taurina del DF y he colaborado hasta en procesos legislativos para la elaboración del reglamento.
Este es un problema político; no humanitario, si el humanitarismo tiene como un componente indispensable el cuidado de los animales. Pero la crueldad invocada hacia los toros de lidia no es la única en el planeta. Los ecologistas y los “verdes” utilizan al cornúpeta como escudo para perforar la frágil unidad de una España cuya vocación es vivir dividida y encontrada en los regionalismos o aquellos “cuatro ríos de sangre” descritos por el poeta.
Algunos niegan la validez cultural de la fiesta taurina. Y lo hacen por ignorancia.
En México se ha dicho hasta la saciedad (saciedad equivocada): los toros son una imposición de los conquistadores y por tanto eliminarlos sería una reivindicación. Y es cierto, también la religión, el idioma, el ayuntamiento, la imprenta, los números arábigos y el alfabeto grecolatino, son una imposición de la conquista. A todo eso junto se le llama cultura.
En estas tierras los conquistadores primero hicieron corridas de toros y después descubrieron a la Virgen de Guadalupe. Así de profunda es la raíz.
Sin embargo ni la religión, ni el culto mariano, ni el idioma lleno de aguacates, papalotes, escuincles, cuates y demás, son iguales. Los mexicanos de los siglos pasados lograron sinergizar las expresiones peninsulares. Y con los toros ocurrió lo mismo.
En México y en España se torea y se siente distinto el toreo. No solo por las diferencias genéticas del ganado sino por la particular expresión de los toreros y los públicos mexicanos y españoles. También se habla distinto, se hace diferente la paella y hasta se reza de otra manera.
Pero si volvemos a Barcelona, el caso se entiende mejor explicado por el director de “La vanguardia”, José Antich, como un extremo político y un atropello a la libertad a los cuales no se debió llegar. Ahí podremos encontrar algunos elementos para comprender el caso.
“¿Se hubiera tenido que llegar a este extremo? Desde que la iniciativa legislativa popular (ILP) llegó al Parlament, siempre he creído que no. Al menos por dos motivos: era un atentado contra la libertad de quien quería acudir al espectáculo, y los discursos sobre el sufrimiento del animal los he considerado bastante demagógicos.
“En las últimas cuatro décadas no he ido a una corrida de toros y tampoco he pisado nunca la Monumental, pero no había que ser un lince para saber que en Catalunya la afición está en un claro declive y que toros y toreros ya no son un reclamo para llenar la plaza, ni con cientos de turistas”.
Por cierto, en ninguna plaza del mundo he visto espectadores tan entusiasmados por una lidia no realizada como una veintena de japoneses con los cuales compartí el tendido de La Monumental, quienes gritaban como poseídos por una incomprensible emoción ante lo desconocido (todos con gafas y cámara fotográfica) cuando el resto del cónclave pedía la devolución de un toro demasiado escurrido y sentían casi un triunfo personal el regreso del novillote a los toriles. En fin…
Hace unos días un reportero de quien sabe cual estación de radio me llamó y me pidió mi opinión sobre el veto taurino en Cataluña.
Me preguntó si en mi opinión los toros se podrían acabar también en México. Con toda sinceridad le dije, claro, si ya de eso se ha encargado la empresa dirigida por Rafael Herrerías cuya plaza vacía es muestra evidente del desinterés cada vez mayor por una agónica tradición.