Muchas personas me han escrito para comentar la columna de ayer sobre el atemorizado país donde vivimos. No faltó quien calificara como un despropósito comparar la maldición de Bin Laden a los gringos para privarlos de su tranquilidad con la situación mexicana en la cual también hemos perdido la calma.

Trataré de explicar los motivos de esta comparación.

Primero, a raíz de los hechos del 11-S todo el mundo cambió, no nada más los Estados Unidos. Si usted debe llegar con dos o tres horas de anticipación al aeropuerto para tomar un avión (por ejemplo), es consecuencia de la caída de las Torres Gemelas (las haya tirado quien haya sido). La aviación internacional quedó sujeta desde entonces al arbitrio de los equipos de seguridad de Estados Unidos. Incluso la seguridad de nuestra terminal aérea se basa en métodos  y supervisión directa de los agentes de ese país.

Además de ese detalle nimio en apariencia, hay otro más notable: el reforzamiento de los accesos fronterizos –inicialmente para evitar el acceso de terroristas políricos–, no sólo elevó el costo de las drogas sin cuyo ingreso no podría EU satisfacer su mercado de casi 25 millones de consumidores, sino además dificultó el tránsito de trabajadores migratorios. Es decir, amplió el abanico de los problemas.

Hay otros factores en juego, pero sólo el control excesivo  de las fronteras y el endurecimiento  de todos los controles, serían suficientes razones para explicar la virulencia de los narcotraficantes, polleros y demás integrantes de la “delincuencia organizada”.

La organización de los delincuentes generó más violencia. La droga ya no con pasaba en el discreto goteo fronterizo. Se iba quedando en la línea cada vez con mayor dificultad y violencia de este lado. Así se explican los constantes enfrentamientos entre los grupos y la “diversificación” de las actividades ilegales para compensar las pérdidas por el dificultoso tránsito de los cargamentos.

Dicho de otro modo: el afán casi paranoico de los estadunidenses por su seguridad, convertida además en una infalible forma de control social y político alsiempre dudodo amparo del patriotismo (la paranoia es una perturbación obsesiva sobre un tema en particular),  logró la dispersión de los objetivos del otro terrorismo, el francamente declarado como tal, en donde trabajan los fanatismos de distinto orden.

Por otra parte algunos lectores califican de errónea la definición terrorista de las actividades de los criminales mexicanos y adjudican su uso a un afán de golpear al supremo gobierno.  No es así. En esta materia el gobierno se golpea solito.  Si no se trata de algo deliberadamente hecho para causar terror, lo cual lo haría caer en la definición formal, sí se producen los mismos efectos.

Ese argumento me recuerda al Chapulín Colorado sobre aquello de no querer queriendo. No podemos caer en la puerilidad de calificar las cosas sólo por su intención. Es como el idiota con una pistola: se le sale un  tiro y mata a un prójimo.  Cuando mira el cadáver le dice, fue sin querer. No importa si se quería hacer o no. El tipo esta muerto y el imprudente es un asesino.

Y en México la tranquilidad, la calma y la seguridad están muertas, tanto como el Beato Juan Pablo II cuya figura de cera, con todo y ampolleta sanguínea,  con tanta y tan devota atención –por cierto–,  miraba el domingo pasado nuestro bien amado Señor Presidente de la República, el señor licenciado Don Felipe Calderón Hinojosa. Quizá a su espíritu le haya pedido, como lo hizo con Ratzinger, una visita a los sufridos mexicanos, por amor de Dios.

El terror, finalmente, no requiere una declaratoria de existencia para existir. Sólo necesita estar ahí.

Esta nota de «Vanguardia» de Saltillo, se explica sola: “Entre la percepción de inseguridad y la falta de recursos para promoción, la balanza al cierre del periodo vacacional de verano fue negativa para los hoteleros en el estado, sector que sólo alcanzó 39% de ocupación, generando una derrama económica muy por debajo de la mitad alcanzada el verano del año pasado”.

Y si no fuera suficiente, pues aquí hay otro dato en el editorial de “El diario de Coahuila”

…DEL PÁNICO de la gente que disfrutaba el juego de futbol entre los equipos Santos y Morelia, son responsables todos los niveles de gobierno, pero especialmente el federal, primero por su incapacidad para someter a quienes han convertido las calles, carreteras, al igual que lugares públicos y privados en verdaderos frentes de guerra y también por no hacer absolutamente nada para garantizar la seguridad y la vida de la población civil.

“SIN DUDA quienes tienen que responder especialmente por lo que sucede a diario en Torreón y demás ciudades de esa zona conurbada, son el presidente FELIPE CALDERÓN, su secretario de Gobernación, FRANCISCO BLAKE MORA, y el de Seguridad Pública, GENARO GARCÍA LUNA, por abandonar a sus suerte a los habitantes de la Región Laguna, luego de ordenar inexplicablemente el retiro de los policías federales que sólo enviaron mientras duró el proceso electoral, pero tan pronto se consumó la irrefutable derrota de los candidatos del PAN, los trasladaron a otros lugares hasta hoy desconocidos…”

¿Vivimos o no atemorizados, asustados, aterrorizados, “sacados de onda”, escamados o cualquier otro sinónimo?

Si alguien  duerme tranquilo cuando sus hijos andan en la calle, me puede tirar la primera piedra. Excepto, claro, los burócratas de la seguridad rodeados de guaruras y patrullas. Ellos viven en otro mundo.

 

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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