Lamento mucho escribirte en estas condiciones, especialmente cuando el pasmo por tu salida de México está tan reciente y fresco. Aquella noche te dije, lo recuerdo, bien, no exageres, no podemos actuar frente a esto como si se estuviera acabando el país y tu dijiste, a mi no me importa el país, ¿te acuerdas?, me importa vivir en paz y si para eso debo ir, pues me largo y ya, además, no me digas que a mí no me importa el país, ¿te acuerdas?, a quienes les debería importar es a los responsables de la paz, de la justicia a mí, que soy nada más un ciudadano:
Y pues sí, discutimos tanto y tantas horas como para ver la luz de sol en aquella madrugada.
Después recibí una llamada tuya y varios correos sumamente impersonales. Casi casi como para cumplir con el protocolo, pero a pesar de la superficialidad el asunto no hallaba en tus líneas ni una sola palabra de arrepentimiento. Me decías lo bueno de tu nueva realidad y yo siempre te decía, pero ¡carajo! A quien se le ocurre irse a vivir al África, nomás al doctor Livinsgton o a Nelson Mandela.
Pero desde esos días ya sentía yo como si cada hoja del diario o cada minuto de la radio fuera un argumento a favor tuyo y una merma paulatina y contundente a mi malogrado patriotismo. Irse de México, ¿a quién se le ocurre?
Cada secuestro, cada hallazgo macabro de cabezas cortadas en Acapulco o Cuernavaca, cada balacera en medio de una plaza comercial o un centro urbano, cada muerto y cada colgado y cada incendio y cada golpe de granada me llevaban a reconocer en silencio no el éxodo de los menos sino el miedo de los más.
Y luego leía yo las opiniones de los “intelectuales”, ¿sabes? Quienes se comportan como los curas de antaño frente a los desmanes del poder; aguanta, hijo, recuerda los sacrificios del señor, ¿verdad? Eso nos decían y ahora nos explican como si todos fuéramos retrasados mentales, hay más gente asustada que gente insegura, vaya con la frase, ¿de cuánto habrá sido el agradecimiento?
Pero bueno, no se trata de decirte cómo se comportan nuestros pensadores de alquiler, tú los conoces, nada más piensan en cifras y cuentas bancarias. Lo importante es contarte dos asuntos recientes.
El primero, un asesinato colectivo en Cuernavaca entre cuyas víctimas esta el hijo del escritor Javier Sicilia. Quizá por la fama del poeta, quizá por la brutalidad el asunto, pero ya Cuernavaca era una tierra donde se habían registrado tantas cosas como para tener a la gente encendida o al borde del incendio. Al menos el incendio anímico.
Entonces la gente se puso furiosa, gritó un colectivo ya estamos hasta la madre y me acuerdo que esas fueron exactamente tus palabras.
Ya sé que a ti nunca te han gustado esas cosas, pero juguemos con las cifras: si todos los hartos nos fuéramos de aquí ¿dónde nos van a recibir? No hay lugar del mundo cuyas fronteras estén abiertas de par en par. Tu porque tienes un pasaporte doble, una doble nacionalidad, pues, pero los locales de toda localidad, qué coño hacemos, como dicen en Madrid.
Te quería decir que además del horrible caso de Cuernavaca los “hastamadresianos” decidieron marchar por toda la ciudad y su ejemplo fue imitado por muchos otros o por pocos en muchos otros lugares, a la misma hora. Me dicen que hasta dos o tres extraviados caminaron por las calles de Madrid. No sé, tú los habrás visto y no creo que hayas estado entre ellos.
Pero bueno, el caso es que los caminantes por la paz, vestidos de blanco bajo las jacarandas y los colorines de Cuernavaca, nos estaban diciendo algo muy sencillo: ya basta, paren la violencia. Dicho así es algo muy simple, pero ya llevamos cuatro años y treinta mil o quien sabe cuántos miles de muertos, y el clamor no es atendido por nadie, es más, nos regalan explicaciones que en otras circunstancias nos deberían ofender.
El señor ingeniero Genaro García Luna, ¿te acuerdas?, nos ha regalado una magnífica explicación, la cual mucho debemos agradecer.
Nos ha dicho, junto con una señora llamada Michele Leonhart, jefa de la DEA, que la violencia va para siete años por lo menos, pero que ya se le ve la cola al asunto, y la señorona ésta muy quitada de la pena nos dice, paradójicamente la violencia vigente y recurrente e inextinguible (bueno esos adjetivos son míos) es síntoma de la eficacia en el combate al delito.
Pero la fecha de resolver tan eficaz combate se aleja siete años más, como si fuera el castigo por romper el espejo o tirar la sal o cualquiera de esos pecados cuyo castigo eran siete años de salazón o mala suerte.
Como vacas gordas y vacas flacas.
Y luego cuando ya te iba yo a mandar este mensaje, nos avisan los medios de otra matanza de setenta gentes en Tamaulipas. Aparecieron como así de cadáveres en fosas comunes y clandestinas donde iban a tirar a los infelices.
Creo que tu y el señor Robert Mueller, director de la FBI, tiene razón. La violencia en México, les dijo a los Representantes en el Capitolio, ha llegado al límite.
Lo único malo es que no nos dice desde cuando pasaron el límite. De pronto me siento en Fukushima.