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Conforme avanzan el conocimiento de los hechos relacionados con la operación “Rápido y furioso” por la cual el gobierno de Estados Unidos utilizó una de sus agencias federales de carácter normativo y preventivo en la comisión del contrabando de armas en contra de la seguridad de un país supuestamente asociado y amistado, las evidencias son peores para ambos países.

En México todo mundo escurre el bulto y asume una cómoda postura de avestruz. Y allá, no les van a la zaga a los habitantes del escondrijo.

Cuando en una sesión del senado de los Estados Unidos efectuada apenas hace dos días se le preguntó a Janet Napolitano, la poderosa jefa de todos los servicios de Seguridad Interior de ese país (incluidos en su totalidad los de inteligencia, espionaje y contraespionaje), cómo se sentía personalmente al saber cómo armas contrabandeadas por el gobierno habían sido utilizadas en muchos casos para asesinar personas inocentes en México y en Estados Unidos, como fue el caso del agente de la Patrulla Fronteriza, Brian Terry, en Arizona.

La señora contestó en la mejor escuela de Tlatelolco. Simplemente no dijo nada excepto vaguedades sin sentido.

Vea usted:

—“Dígame entonces al menos cómo se siente por el hecho de que ATF (dependiente del Departamento de Justicia) haya decidido poner cientos de armas en manos de criminales en ambos lados de la frontera y que podrían haber contribuido a la muerte del agente de la Patrulla Fronteriza, Brian Terry”, le preguntó el senador Charles Grassley (R).

–“Senador Grassley, tengo entendido que el caso del agente (Brian) Terry está bajo investigación y por ello sería prematuro e inapropiado comentar al respecto”.

Pero donde la señora Napolitano merece un monumento al avestrucismo es cuando contrita y casi compungida, no se sabe si por la magnitud de las revelaciones o la dimensión de su ignorancia, confiesa paladinamente:

“No fui informada… Nunca me hicieron llegar preocupaciones en este sentido”. Obviamente la señora miente.

Pero en este episodio tan espinoso en las relaciones con los Estados Unidos, el gobierno mexicano se ha preocupado más por responder los cables de “Wikileaks” y muy poco por actuar frente a hechos consumados. A fin de cuentas las opiniones de Carlos Pascual, contenidas en los memorandos enviados a la Casa Blanca, son rutina y no pasan del terreno del “opinionismo”.

Si Pascual mira grises a los políticos del PAN no sucede nada. Es cuestión de su óptica o su daltonismo; eso no es una agresión a México. Pero si es un ataque institucional la organización de un “operativo” de contrabando de armas (o de cualquier otra mercancía) en territorio mexicano.

Y en este sentido vale decir, los informes de los diplomáticos a sus cancillerías o sus jefes superiores, los presidentes, son rutina y práctica común en todo el mundo. Para eso son los diplomáticos para hacerle saber a sus dirigentes desde el sitio de su delegación, cuál es el clima general en el lugar donde los representan.

No toda la política depende de esos informes únicamente. Hay otras fuentes de información, como los servicios de inteligencia.

Los mexicanos nos preocupamos mucho por los modales de Pascual sin reparar en la mínima proporción de sus mensajes en la conformación de una política americana hacia México. Deberíamos también conocer los reportes de los agregados militares, financieros; de información, de agricultura; de la DEA, del ICE; de la ATF, del USIS y de las decenas de agencias americanas aquí instaladas, empezando por la oficina binacional puesta en servicio el año pasado como lógica consecuencia del sueño gringo: cogobernar para desplazar. A eso nos lleva fatalmente la “Iniciativa Mérida”.

Hoy quieren los senadores mexicanos llamar a su pleno al secretario de Gobernación, Francisco Blake Mora; al director del Servicio de Administración Tributaria, Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena y al Director General de Aduanas, Gerardo Perdomo y hasta al embajador Arturo Sarukhán, quien gustoso los atenderá sin no tiene para ese día una sesión de fotos con la revista “¡Hola!” Será una bonita forma de perder el tiempo y en todo caso repetir lo ocurrido en el Capitolio.

Blake va a decir socráticamente, “yo sólo sé que no sé nada” y en ese coro lo van a acompañar los demás funcionarios mexicanos. No fuimos informados, no sabíamos, no nos dijeron; estábamos (como decía Tres Patines) comiendo jaibas.

Pero si usted cree en la tibieza de nuestros legisladores, se equivoca. Vea usted esta declaración del diputado Pablo Escudero (PVEM) en su argumentación para llamar a Blake:

“No vamos a permitir que México sea un laboratorio para Estados Unidos; si quieren experimentar, que lo hagan en otro lado, pero no en nuestro país…” Eso.

VILLA

Llega (con el tiempo encima) el doctor Enrique Villa Rivera a la Dirección General del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología.

Lo sabe y lo dice:

“La ciencia y la tecnología no se deben de regir por programas que duran 6 años, son programas de largo aliento. Son programas de largo alcance. Pero hay que fijarse con claridad metas en el corto y mediano plazo… si yo pensara en el tiempo político sexenal me quedaría sentado sin hacer absolutamente nada