La verdad no me habría gustado participar en el debate de ayer en la Asamblea Legislativa del DF. La defensa de los argumentos de ambas partes me pareció, hasta donde pude seguirla, de una enorme pobreza intelectual y política. La estrategia de sacar al sol los trapitos de reales o imaginarios homosexuales panistas o perredistas fue sencillamente para la decepción.
El problema nunca fue bien enfocado: no se trataba, hasta donde entiendo, de legalizar la homosexualidad pues hasta donde se sabe no es delito. Se discutía (o se debió discutir) si se puede establecer una sociedad conyugal entre personas de la misma preferencia sexual o no y si como consecuencia de eso satisfacen condiciones para convertirse en padres adoptivos.
Ambas preguntas fueron respondidas en sentido positivo para quienes defienden a ultranza los derechos de las minorías; la igualdad y la universalidad de las condiciones para la convivencia y sus consecuencias. Personalmente tengo reservas en cuanto a la adopción.
No nada más a la asumida por los homosexuales; a todo tipo de adopción “industrializada”. Pero ni mi opinión ni mis puntos de vista fueron necesarios ni solicitados en el debate de la aplanadora perredista contra los pocos panistas limitados en sus argumentos.
Hace unos días un lector habitual de esta columna (Fernando Amerlinck) me mandó un correo que ahora divulgo.
“Matrimonio: vocablo usado con inusitada frecuencia (y esperable incompetencia, y no esperable inteligencia) en el órgano amarillo inventor de leyes, de usos, de costumbres, y árbitro de la corrección política que se llama ‘Asamblea Legislativa del Distrito Federal’.
“Esto dice sobre el matrimonio la Real Academia de la Lengua:
(Del lat. matrimonium). 1. m. Unión de hombre y mujer concertada mediante determinados ritos o formalidades legales. 2. m. En el catolicismo, sacramento por el cual el hombre y la mujer se ligan perpetuamente con arreglo a las prescripciones de la Iglesia. 3. m. coloq. Marido y mujer. En este cuarto vive un matrimonio.
“En la primera línea aparece la etimología: el latino matrimonium proviene de ‘mater’ (madre), y el sufijo ‘monium’: calidad de; algo así como ‘madridad’. Lo que permite o evoca el ser madre.
“La calidad de madre, o de maternidad, está asociada forzosamente a la separación fundamental de los seres humanos en dos secciones (sexos). Para que haya matrimonio, y madre, hace falta un padre. Un matrimonio es de un padre y una madre, aunque no haya hijos. Un varón y una mujer. Y por cierto, del latín proviene también la otra sección: patrimonio (pater, monium).
“No sé por qué cuando oigo ‘matrimonium’ lo asocio con ‘pandemonium’ (todos los demonios, o el demonial) pero eso lo inventó John Milton (1608-1674). Y ya entrado en asociaciones, no sé por qué recuerdo a la Asamblea Legislativa del DF cuando pienso en un pandemonium; lo cual nada tiene que ver con lo que estoy escribiendo.
“Usan el mismo sufijo ‘monium’ acrimonia (aspereza o agudeza del gusto, el olfato, el carácter), y testimonio (raíz: testículo, más el mismo sufijo). Y tanto esos como matrimonio y patrimonio son vocablos antiguos de varios milenios. Pero hasta hace muy poco se les ha ocurrido a los diputados locales, con carácter de urgente, estirar ese antiguo estado civil, el ‘matrimonial’, para personas de igual sexo.
“Por eso hablo de incompetencia de los políticamente muuuuy (sic) correctos diputados de la Asamblea. Y de total falta de imaginación, conocimiento y cultura, pero eso sí, con chorros de solemnidad verborréica y radicalismo sextomundista. No tengo absolutamente nada contra los homosexuales (salvo que critico su mal gusto). Sé que en su mayoría lo son por nacimiento. Y en una sociedad plural hay que proteger sus derechos y preferencias, entre ellos el de asociarse y unirse para su mutua conveniencia —que en parte eso es el matrimonio—.
“Ya la misma asamblea inventó lo de ‘sociedad de convivencia’, pero eso no es un sustantivo sino una descripción. Las uniones homosexuales tienen que ver con el patrimonio y las ventajas materiales, pero también las sociedades anónimas y las de convivencia y los individuos tienen patrimonio. No va por allí la crítica. Si el propósito de los diputados locales es permitir que los homosexuales tengan derecho a establecer sociedades con las ventajas de ayuda mutua, fiscales, alimenticias, sucesorias y patrimoniales del matrimonio, adelante. ¡Pero no llamen a esas sociedades ‘matrimonios’!
“Las uniones homosexuales no son matrimoniales ni pueden serlo. No pueden perpetuar la especie o formar familias. Nada tienen que ver con la acepción histórica y tradicional de maternidad y paternidad.
“Mi inveterado amor y respeto a la lengua castellana y al lenguaje preciso me impide aceptar el vocablo ‘matrimonio’ para una unión homosexual.
“¿Por qué no inventar otro sustantivo? Se aceptan propuestas”.
“Por eso esta columna se llama “UNIONES CONYUGALES HOMOSEXUALES”. O ya de plano llamarlas ‘Homomonios’”