En 1995, con la herida de los errores de diciembre fresca aun en los bolsillos de los mexicanos empobrecidos, el gobierno de Ernesto Zedillo le ordenó a su bancada promover un impuesto del 15 por ciento al valor agregado. La discusión, no obstante la mayoría dominante fue áspera y compleja.

El líder de los diputados oficialistas, Humberto Roque Villanueva expresó su alegría cuando al fin su partido ganó la polémica y alzó el gravamen en 50 por ciento de un golpe.

El movimiento de los antebrazos, en alusión al sometimiento sexual, gesto frecuente en boxeadores y deportistas, pero hasta ese tiempo no vista en el Palacio Legislativo, convertía una medida técnica de recaudación fiscal, en un triunfo personal frente a los enemigos vencidos.

Hoy la señal humillante se la hace el Partido Revolucionario Institucional, pero frente a un espejo: la bravata de disminuir la tasa del IVA con la cual, iban a presionar políticamente al presidente Calderón, se convirtió en un kamikaze, pero contra su propio acorazado.

Crear un Fondo Nacional de Reconstrucción a cambio de traicionar un compromiso y recular (¿reculeros o reculantes?) en una medida supuestamente en beneficio de la economía popular (y de paso como una demostración de fuerza), es un pretexto baladí. Es cambiarle de nombre al Fonden, con las mismas imprevisiones y sin ninguna intención de corregir los factores por cuya concurrencia multifactorial se generan inundaciones y desastres naturales.

Ni María Esther Sherman ni Héctor Pablo Ramírez Puga pudieron argumentar en contra del incumplimiento. Al primero vino lises Ruiz y le jaló las orejas para meterlo al redil de donde amenazaba salirse si los demás ser rajaban. Al final se rajaron todos.

Y eso nos prueba una vez más algo grave: las decisiones presupuestales no guardan relación ni con la estrategia nacional de desarrollo (no hay) ni con la utilidad técnica en la aplicación de una tasa u otra. Todo es un lenguaje de grillerío, una herramienta en manos de chantajistas y negociadores.

El “tutito”

El diputado “Tutito”, Julio César Godoy, renunció al Partido de la Revolución Democrática antes de ver cómo ocurría lo contrario.

Los “polleros” de San Lázaro lo metieron al palacio legislativo, lo escondieron en la oficina de Alejandro Encinas y luego lo dejaron colgado de la brocha.

Dice Godoy, no permitiré seguir siendo el Chivo expiatorio para que la Procuraduría General de la República siga golpeando al PRD.

“No me considero culpable de ningún delito”, ha dicho este mentiroso contumaz con ojos de borrego a medio morir.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona