Nadie en su sano juicio podría defender los privilegios del Sindicato Mexicano de Electricistas cuya opulenta condición era similar a la de los empresarios mexicanos más conspicuos: líderes ricos, trabajadores pobres. El dinero arriba, la estrechez abajo. Tampoco se le habría dado el premio por su buen trato al público. Los burócratas, sabedores de los privilegios de su monopolio en el centro del país, trataban a todo el mundo con la punta de la bota. Por esa razón la extinción de la empresa fue atendida por el público como algo necesario, pues el consumidor no sabe de matices políticos.
Además, la maquinaria de la propaganda se echó a andar con una cantidad de promesas como cartita navideña: mejor servicio, precios más bajos, atención inmediata, trato cálido. En fin, todo cuanto se supone debe tener “una empresa de clase mundial” como le dicen a la Comisión Federal de Electricidad.
Pero eso no es cierto.
Sin meternos en las honduras del análisis semántico, no se sabe bien a bien cuál es la clase mundial a la cual se alude. ¿Clase es sinónimo de calidad reconocida en cualquier parte del mundo? Pus entonces la empresa no tiene clase, tiene calidad.
La “clase” implica una gradación casi aristocrática. Es la característica intangible de los toreros inigualables, por ejemplo. La “clase” es algo indefinible, cuya evidencia es intangible.
Pero mientras por toda la ciudad se suceden los apagones, la CFE encuentra siempre justificaciones con clase: es la lluvia, son los sabotajes; es la vejez de los equipos, es la necesidad de transformarlo todo, hasta los transformadores, etcétera.
Sin embargo en la cobranza es donde ha sido la sustitución más nociva para los consumidores.
Los recibos de LyF llegaban siempre con la leyenda sobre el importe del subsidio, excepto en los meses cuando no se aplicaba ese descuento. Así, si un consumidor pagaba, digamos mil pesos, cada cuatro o cinco meses pagaba cinco veces más. Los cobros se dividían y se diferían en medio de un laberinto espantoso de burocracia sorda.
Pero ahora la CFE ha calcado el método. Nadie ha sentido merma en sus pagos ni disminución en sus facturas. La “clase mundial” sólo ha servido para mentir sobre los apagones y persistir en la costumbre de calcular el consumo a ojo de buen cubero, con lo cual los medidores vienen a ser simples objetos decorativos con promesa de recambio.
Pero mientras, nada. Y esto es tan simple como este ejemplo. En la ciudad de México una casa de cuatro pisos donde viven cinco personas y de manera constante se mantienen encendidos televisores, computadoras, refrigeradores, planchas, secadoras y muchos otros aparatos, recibe facturas de cuatro y cinco mil pesos mensuales.
En Acapulco un departamento vacío, con el “switch” bajado mientras no se utiliza (la mayor parte del tiempo) paga lo mismo. ¿Cómo puede cobrarse el consumo de quien no consume? Pues con clase mundial.
Por eso llama la atención hasta donde han llegado las quejas. Ya no digamos la fatiga de los receptores de querellas en la Procuraduría del Consumidor, donde la CFE ha desplazado a la telefónica. No, hasta en el Congreso donde la fracción del PRI (la más grande entre los diputados) propuso la creación de una Comisión Nacional de Nivelación Tarifaria del sector público para lograr equidad en el marco tarifario de los servicios del sector eléctrico y evitar abusos en el cobro por consumo de energía.
Obviamente se le atribuirá esta preocupación protectora de los consumidores a una herramienta en la lucha política contra el PAN y su gobierno, pero ni en los peores tiempos de la oposición al PRI, ni cuando fue desplazado hasta de la Presidencia, quiso la oposición intervenir de este modo contra los abusos de LyF. Quizá por su dimensión menor ante el escándalo de ahora.
“En los últimos meses –dice la solicitud para crear la dicha comisión— se ha percibido de manera frecuente una creciente e imparable alza en los precios y tarifas, y descompostura de los medidores; irregularidad en la toma de lecturas, deficiencia en transformadores y otros pormenores técnicos imputables a la Comisión Federal de Electricidad”.
CHILE
Además de su complejidad técnica, el rescate de los mineros chilenos atrapados desde hace meses en el socavón austral representa una lección política y moral cuyo ejemplo debería avergonzar a los dueños del Grupo México y al ex secretario del Trabajo, Francisco Javier Salazar.
El gobierno de Chile, en manos de un empresario, por cierto, atendió el problema hasta donde las posibilidades permiten. No evadió la realidad, la quiso cambiar, dio órdenes, contrató a quien fuera necesario, se asesoró dentro y fuera del país y no dejó las cosas al imperio de la casualidad.
Aquí Salazar, dócil ante Germán Larrea, se alzó de hombros y se dio la media vuelta sin buscar ya no el rescate de posibles sobrevivientes en Pasta de Conchos, sino hasta de los restos cuyos deudos reclamaban para darles otro tipo de sepultura.
Debería irse a Chile el señor Salazar. Otros preferirían un sinónimo.
racarsa@hotmail.com