El choque político (no diplomático), entre México y España con motivo de la descortesía contra el Jefe del Estado español a quien se ignoró en la tradicional invitación al acto inaugural de una nueva administración, es producto de una visión cultural errónea, cuyo fundamento pasa por alto la conformación histórica de ambos países.

De acuerdo con la filosofía de la historia escrita con garabatos, el actual reino de España debería ofrecerle (de una vez) disculpas al subcontinente iberoamericano y de paso solicitar el perdón de hoy, por las atrocidades de la conquista militar de todos esos territorios, incluido el virreinato del Perú y la Capitanía General de Guatemala, cuyos naturales sufrieron los mismos efectos genocidas, aun cuando no se comprende la convivencia entre exterminio y mestizaje.

Si –para usar un lenguaje contemporáneo de Derechos Humanos– los abusos esclavizantes contra seres humanos encadenados, marcados a fuego y despojados de su identidad cultural y religiosa, fue obra del Estado ibérico del siglo XVI, el actual reino español (inexistente en aquellos años ), debe asumir todos esos crímenes como propios y presentarse humilde ante los descendientes de los ignotos mártires de aquel tiempo.

Con esa misma lógica, este 26 de septiembre el Estado mexicano actual debería pedir perdón por los sucesos de Iguala contra los estudiantes y activistas de Ayotzinapa. La transmisión temporal de la responsabilidad obligaría tanto al invisible Estado, como a sus visibles responsables.

Si esta administración ha cifrado la responsabilidad estatal en Iguala (¡fue el Estado!, gritan), pues debió incluir entre sus conclusiones la disculpa de quien hoy jefatura al Estado, excepto si compele al responsable de hace diez años, en lugar de amurallar el Palacio Nacional. En este caso es simple descargar las culpas en personas vivas. Sólo ha transcurrido una década. Pero si no se hace…

Por otra parte, y con el caso Iguala sólo como un ejemplo de la dificultad de teorizar sobre hechos del pasado, dilucidar el pretérito y juzgar la realidad de hace quinientos años con los cánones morales, éticos y jurídicos de hoy, resulta no sólo incorrecto sino absurdo.

¿Cómo podríamos fincarles hoy un juicio histórico a los descendientes de los mexicas antropófagos, por la violación de los Derechos Humanos en las batallas floridas cuya finalidad era capturar prisioneros y sacrificarlos en pos del orden cósmico? Así haya sido por motivos rituales, pero se comían los corazones de sus sacrificados para mantener vivo al sol.

Ahí tenemos el macabro ornamento del zompantle.

Pues así de absurdo es el intento de trasladar en el tiempo culpas y responsabilidades.

Y de ahí, de todo ese rollo entre la antropología redentora y la actualización de una lectura oblicua cuyo análisis solamente mira un componente del binomio mestizo, viene este desencuentro en cuya inútil complejidad se desaparece a Cristóbal Colón de las plazas públicas, y se les cambian los nombres a las avenidas tradicionales de la ciudad.

Borrar la nomenclatura, por desgracia, no cambia los hechos. Y si se hace mal, resulta peor.

Un ejemplo de esto es la expulsión de Pedro de Alvarado, cuyo nombre llevaba un tramo de la antigua calzada entre Tenochtitlan y Azcapotzalco, la cual hoy se llama México-Tenochtitlan como si no conectara dos puntos de la geografía urbana.

El extremo de esto es una estación del Metro renombrada Zócalo- Tenochtitlán, como si el Templo Mayor hubiera tenido basamento inconcluso.

Pero mucho de esto se quiere explicar en una declaración de la presidenta electa Sheinbaum:

“…si el neoliberalismo habló del fin de la historia (no fue el neoliberalismo, fue Francis Fukuyama) y se avergonzaban los neoliberales mexicanos de su propia historia, (a) nosotros todo lo contrario, nos sentimos orgullosos de los pueblos originarios…”

Con todo ese galimatías a cuestas, con la confusión temporal, histórica y axiológica de la exaltación de la mitad del mestizaje (así se haga con el enfoque cultural y el idioma de la otra mitad), se emprende una batalla sin sentido contra el displicente Estado español contemporáneo.

Una manera muy forzada de mezclar a Iberdrola con Hernán Cortés.

Pero si lo Cortés no quita lo Cuauhtémoc, tampoco la diplomacia anula los valores de una corriente política con pleno dominio nacional.

Y eso nos lleva a otro campo: ¿le importa a México en su todo, esta pendencia por el perdón y una carta sin respuesta?, porque el mayúsculo lio actual proviene de una lesión en el ego presidencial, porque no lo tomaron en serio ni para contestar una carta “personal” no solicitada, según se nos ha dicho.

–¿Cómo se atreve este Borbón a no responder una carta conminativa del señor Presidente?

Explica CS:

“…Doy algunos antecedentes de la razón por la cual se invitó solamente al presidente de España.

“El 1 de marzo de 2019, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, envió de manera personal, a Su Majestad, Felipe VI, Rey de España, una misiva en la que, con motivo de la celebración de los 200 años de la vida independiente y casi 2 siglos de la fundación de Tenochtitlan, le proponía “que se trabaje en forma bilateral, en una hoja de ruta para lograr el objetivo de realizar en 2021, una ceremonia conjunta al más alto nivel; que el Reino de España exprese de manera pública y oficial el reconocimiento de los agravios causados y que ambos países acuerden y redacten un relato compartido, público y socializado de su historia común…

“Lamentablemente, dicha misiva no mereció respuesta alguna de forma directa, como hubiera (habría) correspondido a la mejor práctica diplomática de las relaciones bilaterales… Hasta el momento, esta circunstancia no ha sido aclarada, ni respondida de forma directa al gobierno de México”.

El error de esta explicación estriba en una palabra: “…envió (AM) de manera personal…”

Pues las cosas no se hacen de manera personal; se hacen de manera oficial. Y también de manera personal el señor Don Rey no tuvo a bien contestar. Majadero. ¿Si hubiera contestado con una negativa, no se habría resentido agravio alguno?

Con esos mismos motivos  no debieron invitar a la fiesta inaugural a Joe Biden (jefe del Estado de los Estados Unidos de América, como Felipe VI lo es de España), porque la persistente vocación epistolar del señor presidente, quien se quiere cartear hasta con quienes no le ofrecen correspondencia, no ha recibido respuesta en todos los casos, como nos ha explicado nuestro supremo líder en el asunto de “El mayo”, por ejemplo.

Las relaciones entre México y España no existieron durante los años del franquismo. Ni falta hicieron. Nos mantuvimos afines a una República desterrada y simbólica y convivimos maravillosamente con los (as) trasterrados del exilio, mientras cualquier mexicano podía ir a Sevilla a ver los toros, como si fuera  Antoñito “El camborio”. Y no pasaba nada.

Hoy, con estos afanes de componer la historia con disculpas y aberrantes perdones extemporáneos, no logramos absolutamente nada, excepto acentuar las dos versiones equivocadas. Ni España es “la Madre patria”; ni fue la conquista un proceso civilizatorio en el tono de los  evangelizadores.

Tampoco fue un asalto de culturas. Fue un choque brutal entre hombres cercanos al medioevo –y aún más atrás–, del cual brotó un continente mestizo cuya identidad todavía hoy algunos se esfuerzan en no comprender.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona