De los lejanos días cuando Felipe Calderón cometió el grave error de sacar al ejército de los cuarteles para dar una lucha abierta e incomprensible contra el crimen organizado, a estos agónicos días de los abrazos sin balazos así determinados por el ya pronto expresidente L.O., han pasado muchas cosas graves en cuanto a la vida castrense.
Una de ellas es el fracaso absoluto del empeño. Ni ha cedido el crimen ni se ha logrado la pretendida pacificación del país, promesa entre las promesas de la Cuarta Transformación convertida apenas en relleno vanidoso del grito del 15 de septiembre.
La otra circunstancia dañina para la institución, aun cuando haya sido benéfica para la élite militar, es la conversión del instituto armado en contratista de la mil millonaria obra pública, por adjudicación directa, sin concurso, licitación, supervisión o auditoría, bajo el encubridor pretexto de la urgencia y la seguridad nacional.
Obviamente la institución no es responsable de estas circunstancias. Los militares, con o sin beneficio, no han hecho sino obedecer las órdenes del Comandante Supremo, y en idéntica ruta se van a comportar en el futuro, sin calificar ni poner en duda las instrucciones recibidas. Lealtad, le llaman.
Pero el Ejército hoy –así sea en una proporción pequeña– súbitamente nos recuerda al ilustrador estadunidense, James Montgomery Flagg, quien pasó a la historia de la gráfica (y la milicia), con aquel célebre cartel en el cual el índice firme del Tío Sam parece salir del cuadro y señala admonitorio a quien mira la imagen, “Te quiero para el Ejército de los Estados Unidos”.
Ese afiche llamaba a los jóvenes americanos, en la Primera Guerra Mundial, a enlistarse en el puesto de reclutamiento, porque la nación americana iba a la gran batalla europea y necesitaba soldados. Otros más, en tono antibelicista, dirían, requería a sus jóvenes como carne de cañón.
Cuando los llamados persuasivos no funcionan, los gobiernos recurren a la leva. El reclutamiento forzoso. En México supimos de este recurso esclavo durante la Revolución de 1910. Hoy conocemos del primero.
Tradicionalmente las Fuerzas Armadas mexicanas promueven sus escuelas e invitan a los jóvenes mexicanos a inscribirse en instituciones cuyo nivel educativo es muy considerable. Muy alto, bien calificado dentro y fuera del país.
Su instituto de ciencias de la salud, sus escuelas de medicina, enfermería y demás; los planteles de transmisiones e ingeniería por no hablar de las escuelas navales, tienen prestigio y buena fama. Pero no son para reclutar tropas.
Por eso llama mucho la atención esta noticia publicada apenas esta semana:
“Militares buscan en la Ciudad de México a reclutas (Juanes, les decían), que deseen pertenecer al Ejército y ser destinados a Caborca, Sonora.
«Buscamos a jóvenes mayores de 18 años que estén decididos a cambiar de residencia y servir al País desde está parte de Sonora, con todos los gastos pagados, alimentos y transporte», explicó el sargento Herrera, perteneciente al 28 Regimiento de Caballería Motorizada en Caborca.
“Las necesidades de tropa en esa zona son «bastantes», explicó el efectivo, sin dar detalles.
“Los representantes de ese Regimiento colocaron un stand para recibir a los aspirantes a las afueras del Metro Pino Suárez.
“Caborca y otros municipios como Altar, Sonoyta y la bifurcación de Santa Ana atraviesan por una racha de balaceras derivada de la pugna entre células de la delincuencia organizada.
“En su programa de reclutamiento 2024, la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) requiere de «ciudadanos con deseos de servir a la Patria y comprometerse con el pueblo de México para defender la Soberanía Nacional, garantizar la Seguridad Interior y prestar apoyo a la población civil».
Garantizar la seguridad interior. Malamente lo ha logrado. Y a pesar de ello ahora se le agrega la Guardia Nacional (contemplativa).
Y prestar apoyo a la población civil (DN-III), pues es algo interminable y eficaz.