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De un tiempo a esta parte y en verdad sin mayor responsabilidad de su parte, el secretario de Educación Pública, Alonso Lujambio, ha recorrido el cuadrante y algunas estaciones de televisión con una ingrata encomienda: convencer a los ciudadanos del esplendor de una fiestas vergonzosamente mal organizadas, peor concebidas e inmoralmente dispendiosas con el fallido pretexto del bicentenario de la Independencia y los 100 años de la Revolución.

Lujambio llega después de Cuauhtémoc Cárdenas, Rafael Tovar y de Teresa y José Manuel Villalpando a terminar el tiradero de tepache.

El gobierno ha hecho de estas fiestas ocasión para lucir su mediocridad, su voracidad y su ineptitud hasta para una fiesta de quince años.

Y Lujambio, convertido en promotor de carritos alegóricos, como si la historia fuera un interminable carnaval de botargas y zancudos por el Paseo de la Reforma, no atina sino a repetir a diestra y siniestra, bellísimo, bellísimo, ya sea para hablar de un inútil museo en el Palacio Nacional (Galería Nacional, le llaman pomposamente) o de un arco sin arco por cuya convocatoria pública se hizo el ridículo de confundir una curva con una recta, monumento sin monumentalidad ni término, con el cual se iba a simbolizar (y así se hizo), la impronta del gobierno mexicano en la historia de la ciudad.

Desde Santa Anna y su fallida columna de la cual nada más quedó “El Zócalo”, no se veía oso arquitectónico de estas dimensiones. Pues sí, fue la estela de luz sin luz del gobierno sin gobierno.

–¿Cómo se justifica lo injustificable?, como terminar con tardanza a imprecisión un monumento nacional.

Pues a veces de la peor manera. Vea usted.

“…para justificar el retraso (Reforma 14 de agosto), Alonso Lujambio, titular de la SEP y encargado del anuncio, citó un «estudio prospectivo a 200 años» realizado en Canadá que prevé fuertes ráfagas de viento y movimientos telúricos, lo que obligó a reforzar la estructura y aumentar a 600 millones de pesos el costo del juguetito.

«El Gobierno federal no va a apresurar irresponsablemente la construcción de esta inigualable obra de arte y de ingeniería», dijo el funcionario.

“El monumento, diseñado por César Pérez Becerril, estará a la intemperie (la Columna a la Independencia, hecha hace cien años, también), recordó Lujambio, lo que obligó también a buscar materiales especiales (¿especiales?) en el mercado internacional.

“…La fuerza con la que la velocidad del viento va a pegar a una estructura tan esbelta puede deteriorarla con el tiempo (seguramente como la Torre Latinoamericana o las antenas de Televisa, la cuales ya se cayeron, como todos sabemos) y generar un problema de seguridad de la pieza», alertó (cuando algo no tiene explicación se recurre a la vaga noción de “la seguridad”).

“Fue por eso que se decidió reforzar la construcción: se aumentó de 35 a 50 metros la profundidad de los cimientos (¿apenas ahora se hicieron los cálculos, con los mejores ingenieros en mecánica de suelos en el mundo?); se duplicó el grosor de las paredes de la estructura de 1.5 a 3 pulgadas; el tonelaje de su cimentación pasó de 80 a mil 700 toneladas (no se vayan a caer los cimientos para arriba) , y se usaron «sintonizadores de vientos» alemanes (¿y la mamila se la toman de vainilla o de arrocito?)…

“…El monumento diseñado por César Pérez Becerril es una doble estela de acero (cuando la convocatoria exigía un arco) que estará a la intemperie, insistió Lujambio. Este hecho, añadió, obligó al gobierno a buscar materiales muy especiales. «No existen en México (en México no existen el cuarzo ni el acero) y hubo que salir al mercado internacional».

–Pásele güerito, qué va a llevar?

Ante esta colección de bobadas, como la sismicidad y los vientos, cuyo régimen no variará ni en 20 años ni en 200, Lujambio debería suponer siquiera un mínimo de información entre quienes lo escuchan o leen sus declaraciones.

Los primeros estudios de sismicidad se hicieron en México en el siglo XVII para construir las torres de la catedral Metropolitana y con todo y todo, ahí están muy enhiestas. Y si no, pues le pueden preguntar a Sergio Zaldívar.

Pero en el fondo hay dos elementos en todo esto. Por una parte el menosprecio. Por la otra, pillaje.

Confundir la historia con el grotesco desfile de osamentas sin sentido ni significado; los paseos en la Reforma para nada, la pantomima mortuoria de héroes cuyos dudosos huesos ni valen ni representan nada pues en todo caso el mérito histórico proviene de sus acciones, no de sus cenizas o dudosas astillas, es un asunto nauseabundo.

La Independencia –vista como un jolgoriento desfile de escolapios–, ha sido una vana evocación en nuestra historia (casi 30 años después de su consumación perdimos medio país) y de la Revolución nada quiere saber esta derecha cuyo gusto mayor sería conmemorar las apariciones guadalupanas o el milagro de santos incorruptos después de la muerte, pues de los corrompidos durante la vida mejor “ni manealle”.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona