A lo largo de todos los meses recientes, merolicos y tundemáquinas; profesionales de la engañifa demoscópica en el próvido negocio de las encuestas cuya verdadera utilidad es inducir el cumplimiento de sus propias profecías; voceros partidarios, ceñudos analistas de variopinta condición, entre otros, nos han endilgado el oportunamente heroico recuento de la estadística: esta es la elección más grande nuestra historia, lo cual es cierto, pero no tiene ninguna importancia, a fin de cuentas.
Cada sexenio aumentará el padrón y la simultaneidad de las elecciones las hará más abigarradas de cargos en disputa. Cada día somos más en el descontrol demográfico de este país.
A ese lugar común se suma el otro: por primeva vez tendremos a una mujer en la presidencia de la República. Y eso no tiene ningún mérito histórico. Cuando mucho la condición femenina ocupará un sitio dorado en la colección de las anécdotas. Hombre o mujer da lo mismo. Valen lo mismo.
Desde. Mi punto de vista los seres humanos valen por su humanidad, no por su sexualidad. Las oportunidades políticas son una consecuencia; no un mérito de hoy.
A esta elección –sostengo– no la va a definir la cantidad de cargos en disputa ni tampoco la diferencia sexual de quien gane la elección. Esos son argumentos de la corrección política.
Por el contrario, estos comicios pasarán a la historia electoral (ni siquiera a la Gran Historia), como los más sangrientos, violentos y sucios de nuestro registro reciente.
El proceso electoral se contaminó por las constantes intromisiones del presidente de la República no sólo en el púlpito incontenible de sus conferencias cotidianas, sino en la madrugadora condición del proceso interno de selección de Morena, lo cual hizo de la elección general, una consecuencia de la mascarada decisoria cuando la candidatura de Claudia Sheinbaum estaba en gestación desde mucho tiempo antes.
La cínica intervención de Andrés Manuel L.O., sin nadie para conminar al silencio a su chachalaca, se advierte en esta información divulgada ayer con base en los datos del colonizado Instituto Nacional Electoral: la Comisión de Quejas de ese órgano “autónomo” recibió 40 quejas formales por las injerencias presidenciales y las atendió de manera superficial: le aplicó 18 medidas cautelares al Ejecutivo por quebrar los principios de equidad y neutralidad, las cuales él cambió por 18 rollos de papel sanitario a los cuales se les dio uso idóneo en los retretes del Palacio Nacional.
Las entrometidas actitudes proclamas, condenas palabreras; excitativas, sugerencias veladas y respaldos y loas para su redentor movimiento y su candidata, así como los ataques a la opositora Gálvez, se cumplieron con la conveniente insuficiencia de –por ejemplo– “bajar” de la web los contenidos violatorios al día siguiente de divulgados, lo cual equivale a recoger las esquirlas cuando ya han explotado las granadas en vez de prohibirlas.
Las limitaciones se convirtieron en modosas sugerencias –casi como las del timorato Luis Carlos Ugalde con Vicente Fox– y las sugerencias fueron viento contra la estatua de Benito Juárez. Pura faramalla infecunda.
Por eso –insisto–, el frecuente señalamiento pleno de vano orgullo (el proceso más grande de nuestra historia), carece de sentido y valor tanto como la femineidad de la candidata oficial.
Por desgracia la señora CSP no llega por los méritos y valores propios de su condición mujeril. Su talento se ha desarrollado por estar siempre al lado de quien ahora la antecederá en el cargo, con una cuidadosa conducta de fidelidad, ayuda, confianza y servicio.
Su fuente de poder proviene del poder presidencial, como le sucedió cuando el mismo caudillo la hizo secretaria de Ecología en el GDF; capataz y coordinadora de los Segundos Pisos; delegada en Tlalpan (como antes su ex esposo, el cínico recaudador de dinero sucio), candidata al gobierno de la ciudad (cuando por primera y no única vez sometió a Ricardo Monreal) y después coordinadora de los Comités de Defensa de la Cuarta Transformación como se llampo eufemísticamente a la maniobra para extender la campaña presidencial, en cuyo curso volvió a someter y someterse el ya dicho Monreal.
Sometió también a Marcelo Ebrard (otro timorato) tras un tropiezo mayúsculo cuando desde el Palacio Nacional el presidente impuso a Clara (Juanito) Brugada en la candidatura por la CDMX.
Ella había promovido a su secretario de Seguridad Ciudadana, Omar García Harfusch, quien también se dobló y calló a cambio de una senaduría y una promesa de futuro en su materia policial. Muy machines, pero se sometieron Ebrard, Adán Augusto, Ricardo y otros más.
Obviamente estas líneas van a ser censuradas o al menos criticadas, como el escribidor de estas líneas con la infamante marca de la misoginia. No soy misógino, porque ni le tengo odio ni tampoco aversión a las mujeres (apenas llevo 46 años de matrimonio; una hija y dos nietas).
Sólo hago un recuento político y administrativo de la evolución de una carrera dentro (y antes) del movimiento de Andrés Manuel L.O. Eso es todo.
La mujer fue candidata porque un varón patriarcal y caciquil así lo decidió para alzarse el cuello y ufanarse por el mérito transformador de una dama en la silla presidencial. Esos son hechos, no valoraciones. Ni lo censuro ni lo alabo, aunque la hoguera de lo políticamente correcto se encienda. No volveré sobre el tema ni mañana ni nunca.
La oposición buscó halló a otra mujer para competir en igualdad de género, por imitación (como ocurrió hace ya tiempo en Nuevo León); para no quedarse atrás en el aprovechamiento culminante de la “paridad”; para seguir el modelo de la siempre atractiva novedad. Y quizá porque no tenían a nadie más.
El presidente condujo el proceso de principio a fin, impuso candidatos, forzó gobernadores, presionó con toda la fuerza de la banda presidencial (y de las otras bandas) con una única finalidad: darle continuidad absoluta, irrestricta, acrítica, perdurable, a su eslogan de la Cuarta Transformación a la cual se le ha comprometido un segundo piso, aunque para ello se necesite hacer un túnel.
Todos los programas socio electorales fueron activados; se adelantaron mesadas y se formaron mesnadas. Se torció todo lo necesario, se hizo uso de todo lo conveniente sin olvidarse para nada de aquel cuento de que “la ley es la ley”
Y eso –al menos para este redactor–, sobresale por encima de la cantidad de ciudadanos en el padrón o el número de cargos en disputa.
Y si se quiere hacer un recuento válido, vámonos mejor a las noticias en tanto resultan registro de cosas insólitas: ¿cuántos candidatos asesinados?, ¿cuánta sangre derramada?, ¿cuántas renuncias por miedo? ¿cuántas casillas sin instalar en seis estados por falta de seguridad territorial? ¿Cuánta mano negra? ¿Cuánto dinero sin origen conocido?
Esa contabilidad retrata nuestros días. Pero hoy todos debemos votar.
Algunos lo harán por seguir la corriente; otros a contracorriente. Y unos más para ganarse el derecho íntimo de alzar la voz cuando venga el desastre: yo no voté por ella.
–¿Quién es ella? Cada uno tiene la suya.