Una de las frases más equívocas en el lenguaje político contemporáneo es sobre los escenarios “controlados”.

Se ha querido hacer una separación entre los mítines callejeros y las salas de universidades, agrupaciones gremiales, asambleas por invitación y eso representa una falla en el análisis de la popularidad y su posible traducción al inapelable lenguaje de los votos.

Si esa diferencia fuera real, Xóchitl Gálvez ha ganado recientemente dos peldaños: la presentación ante los obispos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y los compromisos de ella derivados y la reunión anual de los banqueros bajo el sol acapulqueño.

En el primer caso los obispos les presentaron a las candidatas un pliego comprometedor derivado de la insufrible violencia nacional. Xóchitl firmó convencida del compromiso y del diagnóstico. Sheinbaum desacreditó el diagnóstico (altamente desfavorable a los pésimos resultados de su jefe), y firmó bajo protesta.

No estoy de acuerdo, pero signó el acuerdo. Pura simulación. 

En el segundo caso Gálvez se extendió en un discurso político sustentado en la amenaza de hace seis años cuando López Obrador advirtió del tigre y su liberación, mientras conminó a dejar el miedo a un lado y atreverse a aprovechar las oportunidades internacionales.

Sheinbaum, en cambio, presentó su discurso como si fuera un cobro extemporáneo: a todos ustedes les ha ido muy bien con la Cuarta Transformación. Dicho de otro modo, les ofreció ganancias a cambio de solidaridad política. Y los banqueros –eso sí, sin corazón y helados–, ampliaron la más socarrona de sus sonrisas.

Sin embargo, la sólo mención de una Reforma Fiscal alzó muchas cejas, como también el tema de las Afores. No es inteligente decir: se quedan como están, no las vamos a tocar, cuando el gobierno cuya extensión pretende se acaba de meter a la buchaca del bienestar 40 mil millones de pesos ajenos.

Si bien en lo general –lo dijo Julio Carranza, presidente de la Asociación de Banqueros de México– las reglas no cambiaron para el sector financiero, el actual zarpazo a las Afores sí cambió alguna: la estatización de capital no reclamado es una advertencia de posibles pasos adelante en el mismo sentido: financiar instituciones públicas –Afore Bienestar–, con dinero privado de los ahorradores longevos.

Y si los banqueros, por condescendencia o en pago por los favores recibidos, hacen como si eso no significara nada, es porque el hombre de la bolsa los ha tratado bien: no soltó al tigre, aunque Gálvez les llame tigre a los 200 mil cadáveres tirados en las calles y campos del país, sin contar con las decenas de miles de desaparecidos.

“López Obrador ganó y soltó algo peor que el tigre. Soltó la jauría de la muerte, el dolor y el miedo”.

En ese sentido, y vuelvo al principio, los escenarios de la disputa política no pueden seguirse denominando controlados o sin control. 

Los discursos en una sala climatizada en Acapulco no implican –por ejemplo– nada más allá de la  urbanidad de los asistentes, pero nunca el efecto de las palabras.

Sobre todo para Morena, son más controlados los mítines callejeros y llenos de acarreados, aunque cuando fallan –por disputas y sabotajes internos–, pueden dejar a su candidata como “the fool on the hill” en un estadio vacío.

Como sea la convención bancaria de Acapulco fue un espacio conveniente para Gálvez. Fue suficiente para equilibrar el descalabro del primer debate.

La candidata oficial, en cambio, cayó de nuevo en la ambigüedad, sobre todo en lo referente a la ya dicha Reforma Fiscal, cuyo enunciado no pudo ser más impreciso, tibio e indefinido:

“Por lo pronto no estamos pensando, –dijo en el extremo del absurdo (cuando se menciona ya se piensa)– en una Reforma Fiscal que tendría que hacerse (pienso, yo, le faltó decir), por consenso.

–¿Consenso entre quienes? ¿Banqueros, partidos políticos, representantes en el Congreso? ¿De consenso con los causantes?

O como dijo Margaret Tatcher, yo aplaudo cualquier consenso siempre y cuando me favorezca.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona