Si esta profesión permite, entre otras cosas, publicar convicciones, puntos de vista, opiniones, pensamientos reflexivos; análisis políticos, memorias, sinsabores, emociones, datos, alabanzas, condenas, proclamas propias y ajenas, entonces los periodistas no necesitamos salir a las calles a protestar como si fuéramos encuerados de los “400 pueblos”.
Si somos periodistas digamos nuestra verdad en los espacios disponibles. Y si no los hay, construyamos esos espacios, editorialmente, pero también políticamente.
Pero salir a las calles convocados quién sabe por quién, en coincidencia de la convocatoria del gobierno para formar parte de su estrategia contra la delincuencia organizada, acuerdo convenido con los dueños de los medios, no con nosotros los “de a pie”, a mí me resulta innecesario. Y además de inútil, ofensivo para algunos a quienes se ofendió en plena euforia contestataria y urbana, y paradójico para todos, como se vio el sábado.
“Los queremos vivos”, gritaban. Yo también quisiera vivos a muchos, empezando por mi inolvidable padrino Manuel Buendía cuyo asesinato ocurrió sin saberse hasta hoy cuál fue el móvil del crimen, lo cual no impide ver por la banqueta a su asesino, de paseo por el mundo con su secreto a cuestas.
También me gustaría ver vivos a los sesenta y tantos colegas por cuyas vidas hemos pedido no de ahora sino desde hace años en todos los foros posibles y en las asociaciones gremiales existentes. No hay otras. Quisiera ver el avance de las investigaciones, si éstas al menos existieran y así se lo hicimos saber algunos (apenas el miércoles pasado en su oficina) al fiscal especial de la PGR para la atención de asuntos relacionados con delitos contra periodistas.
Pero volvamos a la marcha.
Si nos atenemos a la convocatoria, al defender la seguridad de los periodistas en su ejercicio profesional, se impiden los obstáculos a su labor y se beneficia a toda la sociedad, pues el periodismo es la expresión organizada, legalmente vertebrada; institucionalmente responsable; socialmente válida de la vigencia de una libertad pública fundamental; la de expresión, con sus inseparables componentes de libre información, opinión y pensamiento crítico. Emitir y recibir información verosímil, sustentada, legal y profesionalmente.
Si tuviéramos un pensamiento genuino de gremio, cuanto le ocurre a un periodista les ocurre también a los demás. Quien calla una voz, disminuye todas las demás, dicen.
Por eso los periodistas no podemos tolerar la censura o la inquisición sobre nuestro trabajo ni cuando son otros quienes la sufren. Por eso defendemos nuestras independencias aun cuando éstas sean tan relativas como la virtud. Pero si la entera libertad es una utopía, al menos la utopía no es una locura. Es un anhelo.
Visto así el asunto, resulta hasta gracioso (además de grotesco) enterarse de cómo en la marcha se cometieron varias agresiones entre quienes se suponían fraternamente convocados para enfrentar un mismo peligro. Como yo no estuve ahí no lo puedo relatar. Prefiero citar la crónica de Humberto Ríos, reportero de Milenio a quien conozco desde hace muchos años como para otorgarle pleno crédito a sus textos.
“…Y ahí van. En el camino se adhieren más. En la glorieta a Colón aparece una manta, enmarcada con el letrero ‘Se buscan’ y abajo las fotografías de los periodistas Ciro Gómez Leyva, Pedro Ferriz, Carlos Marín y Pablo Hiriart, y abajo, una inscripción ‘Peligrosos seudo periodistas, integrantes del Cártel (desinformativo) del Milenio y asociados’. En la parte inferior: ‘Recompensa, el bienestar de millones de mexicanos’.
“Hay quienes reprueban el hecho. Es otra protesta silenciosa con ceños fruncidos y expresiones de extrañeza. ‘¿Viste?’, pregunta un reportero. ‘¡Qué mamadas son esas!’, dice y mueve la cabeza, como muestra de rechazo. Surgen preguntas. ¿Quiénes la colgaron? ‘El cártel de los ultras’, reflexiona otro.
“Las periodistas Grace Navarro, fotógrafa, y Ana Ávila, reportera, apenas logran desatar y quitar la manta, pues, como los demás, consideran el panfleto como una provocación. ‘Se supone que estamos para ser solidarios, no para arraigar el encono’, exclama Ávila, quien añade que se trata de una situación ‘muy violenta’ por parte de quienes pusieron el letrero.
“Una pareja, hombre y mujer, se acercan a ellas y preguntan la razón por la que desatan el letrero. ‘Porque es una manifestación de los periodistas y no tenemos que permitir una manta contra ellos’, responden Grace y Ana. La mujer les reprocha que sean ellas las ‘intolerantes’, porque mientras luchan por la libertad de expresión, dicen, no permiten expresarse a los demás.
“Luego enrollaron la manta y se la entregaron a un policía preventivo, quien metió el lienzo en una patrulla. En ese momento —relatarían Ana y Grace— llegó la analista y conductora Rossana Fuentes Berain, quien reclamó a los policías por el hecho de haber permitido poner ese tipo de letreros, pero no le hicieron caso”.
Y como remate le entrego esto. Un colega me hizo favor de enviarme estas pocas líneas en cuya brevedad luce la precisión analítica sobre el rol solicitado por el Presidente a los medios.
“Por si ve usted al Presidente —me dice—; un recordatorio:
“La mejor garantía para la libertad es su ejercicio pleno. El garante del tal ejercicio es el Estado (con mayúscula). El responsable de las condiciones para tal ejercicio es el gobierno. La responsabilidad de gobierno recae en el titular del Ejecutivo. Lo demás es limitación de la libertad, para empezar por la de expresión.
“Desde el Campo Marte. En el nombre del Padre, de Emilio, Norberto… Saludos”.