En el viejo sistema, al cual no debemos confundir con el antiguo régimen, la facultad presidencial de auscultar como gran conciencia y designar después como único, al elector quien debía sucederlo, permitía prolongar la agonía del desgaste de la figura presidencial cuyo mediodía —si llega a alcanzarlo—, dura apenas unos meses y su viaje al ocaso los últimos dos años.
Pero por más como el presidente guardara in péctore, como (dicen) suelen hacer los Papas su personal preferencia, el tiempo no tiene posibilidades de soborno. Transcurre siempre con exacta precisión y día con día va despojando al Mandatario en turno de los armiños con los cuales su vanidad y su corte quieren envolverlo para impresión del cada vez menos impresionable pueblo.
En algunos casos el proceso puede ser controlado. En otros no. Pero ni en uno ni en otro puede ser evitado. Por eso hasta políticos de éxito reconocido, como Lula da Silva, lloriquean frente a las cámaras cuando se les anuncia el fin de la función.
Lula; quien cosecha elogios y reconocimientos por medio mundo comportándose (en contra de su imagen casi genial en el mundo contemporáneo) casi como el Jolopo llorón. Uno por la prematura nostalgia del poder cuya sustancia se le escapa sin remedio, a pesar de su influencia en la sucesión, y el otro por marica ridículo a secas. Hasta la mujer lo abofeteaba.
Pero en el caso mexicano dos circunstancias actuales han acelerado un proceso cuyo comienzo debió haber esperado un poco más. El antecedente más cercano, el de Vicente Fox, fue el destape precipitado y madrugador de Felipe Calderón quien contaba desde entonces con el apoyo de una buena parte del PAN, cuya estructura tradicional nunca estuvo del todo convencida de las bondades de un gobierno de opereta como el de Fox, pero no tuvo, sin embargo, valor para oponerse. En el inmediatismo de aprovechar el sabotaje interno en el PRI, prefirieron perder el partido con tal de conseguir el gobierno y echar al PRI de Los Pinos.
Hoy, diez años después, el gobierno es un desastre y el partido necesita las vejigas del podrido PRD para ganar las elecciones en tres estados.
Pero en esas condiciones las campañas ya han comenzado. Calderón le prepara el terreno a Ernesto Cordero y excepto si se trata de una magistral maniobra para despistar, como el indio con los mocasines al revés y caminando de espaldas, mueve todas las piezas, incluso las de la Comunicación Social para elevar la imagen de un delfín sin relieves ni arrastre; un joven tecnócrata con escasa propuesta (no se le conoce un programa ni una idea propia, ni un enfoque original de nada); sin sensibilidad social a pesar de su anterior cargo; lejano de las plazas y con una biografía cuya extensión cabe completa en una cáscara de nuez.
La izquierda, si eso en verdad existiera, oscila entre la legitimidad de si historia y la traición impensada de hacerle caso a Manuel Camacho con una metodología de alianzas en las cuales se logran beneficios para la burocracia, pero no para la política. En el tiempo de la pluralidad; la izquierda y la derecha se dan la mano. Pero en la otra llevan desde ahora sendos puñales para traicionarse sin clemencia.
Hoy cuando vemos la obra de Camacho, día con día, entendemos con años de retraso, las razones de Carlos Salinas para escoger a Luis Donaldo Colosio como su sucesor y dejar a su entonces jefe del DDF como novia de pueblo. No es persona de confianza.
Y eso lo sabe quizá Andrés Manuel, quien a pesar de ser la figura sobre la cual MCS rechaza asentar a toda la izquierda, ayer ha colmado el Zócalo de sus éxitos para decir como hubiera proclamado Siqueiros en su tiempo: no hay más ruta que la nuestra.
“…Para revertir esta decadencia y dar nueva viabilidad a la nación, no hay más remedio que llevar a cabo una renovación tajante en todos los órdenes de la vida pública. Y como es obvio, el cambio que se necesita no será promovido por las elites del poder, sino tendrá que venir desde abajo y con la gente, porque en las actuales circunstancias sólo el pueblo puede salvar al pueblo, sólo el pueblo organizado puede salvar a la nación.
“En otras palabras, la única salida que existe es derrotar a la oligarquía en el terreno político y de manera pacífica, para establecer una auténtica democracia, un gobierno del pueblo y para el pueblo. En eso estamos empeñados millones de mexicanos. Esa es la razón de nuestro movimiento”.
Y como en el Zócalo están las oficinas de Marcelo Ebrard, quien dijo no tener nada que hacer en el mitin de su ex jefe, AMLO dejó las cosas en claro, especialmente por la lógica oposición de los oligarcas a sus planes:
“Por eso, desde esta plaza pública declaramos que nuestro movimiento sí participará en las elecciones del 2012.
“Hace unos días, ante la intención de la derecha de implantar el bipartidismo en nuestro país, idea que siempre han tenido los potentados para seguir engañando con la alternancia entre el PRI y el PAN que, al final de cuentas, representan lo mismo, señalé que muchos mexicanos estamos decididos a luchar por un verdadero cambio y expresé mi disposición a contender en las elecciones presidenciales del 2012, para volverle a ganar a la mafia del poder”.
Pero mientras Andrés Manuel quiere derrotar a la oligarquía, otra campaña se despliega inclemente: la campaña contra Enrique Peña Nieto.
Pronto irán todos como, los villanos de Fuenteovejuna y a una se le echarán encima peor de cómo lo han hecho hasta ahora. Las puertas del arrancadero están abiertas.